Montaje con dos planos medios de Pedro Sánchez a la izquerda de la imagen y de Alberto Núñez Feijóo a la drecha, los dos alzando un brazo, y de fondo una imagen del Congreso de los Diputados
OPINIÓN

El sinuoso camino a la investidura

Alberto Núñez Feijóo necesita un milagro para ser investido presidente del Gobierno

Esto de la política es un no parar. Aún no nos hemos recuperado de la resaca que nos produjo el 23 J y los dos grandes partidos (PP-PSOE) ya se están moviendo para que su candidato (cada uno, el suyo) sea investido presidente del Gobierno. Mientras, el resto de formaciones políticas se dejan querer y ponen precio a sus apoyos.

Como candidato del partido más votado en las recientes elecciones generales, Alberto Núñez Feijóo tiene todo el derecho a intentar ser investido. Ahora bien, para lograrlo, necesitará algo así como un milagro. Ante esta situación, los populares vuelven a mostrar su auténtica catadura moral y política.

En menos de 24 horas, Feijóo aparcó el antisanchismo, y dijo que se reuniría con Pedro Sánchez para llegar a algún pacto de Estado entre las dos grandes formaciones; pero como que desde Moncloa dijeron que ese encuentro no estaba en la agenda, el PP apeló, entonces, a los “buenos” socialistas intentando forzar un tamayazo (investidura fallida de Rafael Simancas, en 2003, como presidente de Madrid por los tránsfugas socialistas Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez) y cuando vieron que por ese camino no avanzarían se descolgó la portavoz parlamentaria, Cuca Gamarra, diciendo que “España se puede romper si Sánchez pacta con Junts”. 

José Luis Rodríguez Zapatero y Rafael Simancas, cogidos por la espalda, en una convención del PSOE en 2007 ambos con la mano levantada y rostro sonriente

La cuestión es que el PP tiene un problema de credibilidad. Nadie sabe con certeza quiénes son los cerebros pensantes de la calle Génova y quién marca los grandes ejes políticos. Son incapaces de admitir su fracaso. Se mueven por inputs y, con frecuencia, sus declaraciones están trufadas de incoherencias y falta de rigor. 

Durante la campaña, se hartaron de decir que suprimirían los más importantes avances sociales logrados en los últimos tiempos. Pero, ¿alguien recuerda alguna propuesta en positivo, para favorecer a la ciudadanía? Con toda seguridad, no. Los de Feijóo lo fiaron, prácticamente, todo a engrasar a un grupo de empresas demoscópicas para que los sondeos y encuestas dijeran que iban a ganar por goleada, los resultados ahí están y, sin embargo, les costó una millonada.

Alberto Núñez Feijóo, con rostro serio, hablando en un acto de campaña del Partido Popular

Mientras tanto, los socialistas se han tomado la cuestión de una forma muy distinta. El próximo 17 de agosto se constituirán las Cortes. El PSOE aspira a mantener la presidencia del Congreso que en esta última legislatura ostentó Meritxell Batet, para ello necesitará ceder a otros grupos varios de los nueve puestos de la Mesa. Esos posibles repartos podrían ser un adelanto de lo que previsiblemente se repetiría en una hipotética votación de investidura.

Si los de la calle Ferraz logran retener el cargo, querrá decir que habrán pactado con otras formaciones algún acuerdo; pero es que, por pura lógica, el pacto se extendería a las siguientes votaciones: una para las cuatro vicepresidencias y otra en la que se escogerán a los cuatro secretarios de la Mesa. 

Los números son los que son y en esas conversaciones los socialistas tendrán que hacer concesiones, tanto a Sumar como a alguna formación nacionalista, como el PNV o algún partido independentista. En cualquier caso, esas negociaciones serán un buen termómetro de la situación política que nos puede dar pistas de lo que está por venir.

Pero la patata caliente para que Pedro Sánchez logre su investidura, como presidente del Gobierno, está en Waterloo. La posición de Carles Puigdemont será numantina, y, en principio, solo la amnistía y un referéndum pactado de autodeterminación podrían ser la llave que desbloquease el apoyo de Junts para que Sánchez siga en La Moncloa. Para Puigdemont, los seis años que ha permanecido en Bruselas tienen un significado político.

En su opinión, someterse a la “represión” del Estado como hicieron Oriol Junqueras y otros líderes del procés nunca fue una opción. Y no hay que olvidar, guste o no, que Puigdemont aún es, para muchos catalanes, el presidente legítimo despojado por la fuerza de su cargo.

Meritxell Batet, con rostro serio, en un acto del PSC

No obstante, en Junts no ignoran que, para lograr esos dos objetivos, hay que sobrepasar unas líneas rojas que, a día de hoy, nadie parece dispuesto a rebasar. Por consiguiente, no sería de extrañar que, con los pies en la tierra, los de Laura Borrás pretendan algo mucho más plausible y, ahora, a su alcance: desgastar a Esquerra Republicana para llegar fuertes a unas próximas elecciones al Parlament y pasarles por delante.

Para empezar, los neo convergentes han logrado apartar el foco mediático de los republicanos, que ya no tienen la llave de la gobernabilidad de España. Aquella etapa en que ERC copaba las portadas de los medios con la mesa de negociación, los indultos o la reforma de la sedición ya es historia.

Los dirigentes de Junts no pueden obviar que el partido está en un momento delicado, salieron del Govern, perdieron la alcaldía de Barcelona en el tiempo de descuento y dejaron escapar la cogobernanza de la Diputación de Barcelona con el PSC. En las elecciones municipales del 28 M se dieron un buen batacazo y, ahora, en las generales del 23 J, se han dejado por el camino cerca de 200.000 votos y un diputado respecto a 2019.  Y todo eso ha sido la consecuencia de un radicalismo que se dice muy poco con la praxis política.

No desesperemos, a medida que vayan pasando los días la situación se irá enrareciendo con dimes y diretes. Normal. Ya se sabe que forma parte de la estrategia negociadora y algunos medios tienden a intoxicar. Lo sustancial es que estamos tan cerca del bloqueo y la repetición electoral como de una investidura: la solución a partir de septiembre.

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