Francisco Largo Caballero en el acto de Unificación de las Juventudes Comunistas y Socialistas. 5 de abril de 1936

OPINIÓN

El PSOE y la autodeterminación

Los 14 puntos de Wilson

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

El concepto de Autodeterminación procede de la década de los 60 del siglo XIX, pero fue tras la finalización de la Primera Guerra Mundial cuando se recurrió al mismo para facilitar el desmembramiento de los imperios derrotados en el terrible conflicto que asoló Europa.

El mayor impulsor de esta nueva política fue el presidente norteamericano Woodrow Wilson. Lógicamente, su impulso hacia la liberación de pueblos oprimidos no obedecía exactamente a una noble intención liberadora, sino a una iniciativa mucho más relacionada con la geopolítica. La fragmentación del Imperio Otomano llevó implícita un reparto de territorios entre las potencias aliadas europeas que habían vencido.

Así, los otrora poderosos y temidos turcos quedaban sin sus extensos territorios árabes, en los que, casualmente, abundaban los combustibles fósiles que comenzarían a ser altamente demandados en décadas posteriores. Los norteamericanos, muy alejados del viejo continente, no podían hacer reclamaciones territoriales en su beneficio, pero tampoco les interesaba que los estados europeos aglutinaran más poder en un momento en el que los estadounidenses comenzaban a postularse como potencia mundial. 

Sin embargo, el reparto que se había dado con los restos del Imperio Otomano resultó imposible con el desmantelamiento y desaparición del Imperio Austrohúngaro, del que fueron naciendo nuevos estado-nación, como había pretendido el presidente norteamericano en sus famosos 14 puntos de su discurso del 8 de enero de 1918, en los que, básicamente, pedía el libre comercio y la liberación de las naciones de los dos imperios mencionados en los párrafos anteriores.

Macià y su inspiración en el Sinn Féin

Francesc Macià, militar retirado, constituía el arquetipo de hacendado y burgués de ideologías conservadoras que fue derivando hacia un catalanismo cada vez más radicalizado. A partir de 1916, sus discursos pasaron a ser mucho más agresivos contra la Lliga Regionalista. El veterano político se había percatado de que la única forma de conseguir que Cataluña pudiera crear algo distinto no venía de los Cambó o Prat de la Riba que dormían en la alcoba de la alta burguesía catalana y cuyos intereses económicos y de clase se solían situar por delante de las aspiraciones autonomistas cada vez que estas entraban en conflicto.

Las revoluciones no se ganaban con quienes tenían mucho que perder y para ello reparó en que la clase obrera, muy numerosa y castigada por la dura inflación generada, en gran parte, por la ambición de esa burguesía; constituía una magnífica masa que seducir para conseguir una secesión de España.

La referencia del líder catalanista era el Sinn Féin, una organización política y paramilitar republicana irlandesa que tenía popularidad entre la clase trabajadora, algo nada habitual entre formaciones nacionalistas hasta ese momento. 

Es por ello por lo que formó parte activa en la Asamblea de Parlamentarios de 1917, en la que ya comenzaba a invitar a la clase obrera a sumarse a su causa y, posteriormente, en la huelga general revolucionaria de la que tuvo que salir, pies en polvorosa, hacia Francia para no ser detenido como le sucedió al Comité de Huelga socialista en Madrid y al propio Marcelino Domingo en la Ciudad Condal. Entre los socialistas detenidos se encontraban cuatro de sus máximos dirigentes: Julián Besteiro, Largo Caballero, Saborit y Anguiano.

Maciá consiguió acta de diputado en 1918 por ser el único que se presentaba en el distrito de Borjas Blancas; algo más habitual de lo deseable mientras la Constitución de 1876 estuvo en vigor. Tras la triple crisis del año anterior, la Restauración había tocado fondo y se dirigía inexorablemente hacia su desaparición si no se realizaba una urgente transformación que pudiera salvarla.

Anguiano, Largo Caballero, Julián Besteiro y Saborit en prisión. 1918

La evolución del PSOE

En la legislatura que comenzaba aquel año, el PSOE consiguió entrar en el Congreso con seis diputados. A los cuatro encarcelados tras la Huelga de 1917 se unieron Indalecio Prieto y el propio Pablo Iglesias, el tipógrafo fundador e indiscutible líder de la formación socialista. 

Cuando la Lliga promovió la autonomía para Cataluña en 1919, Macià se postuló directamente a favor de la Independencia, llevado a hombros, no tanto por la clase obrera como él pretendía, sino por las juventudes de la Lliga cuya natural rebeldía motivada por su el vigor de la edad, pretendía ir un paso más allá de las pretensiones autonomistas. 

La larga huelga de la Canadiense de 1919 motivó que la burguesía catalana priorizara, una vez más, sus intereses de clase sobre otras ambiciones más románticas, por lo que la autonomía se quedó en nada y se mantuvo la Mancomunidad de 1914.

El golpe de Estado del general Primo de Rivera estuvo aupado por esa misma burguesía que acudió a despedirlo a la Estación de Barcelona en su triunfante marcha hacia Madrid

La CNT era el sindicato mayoritario en toda España, con mucha ventaja sobre la UGT, el segundo en importancia. Esa distancia era aún más acusada en Barcelona a pesar de los terribles años del pistolerismo que habían sacudido la estructura y el liderazgo de la organización.

Los seis diputados a cortes del PSOE elegidos en 1918

Con la dictadura, todos los posibles rivales del PSOE fueron perseguidos y reprendidos: La CNT, el incipiente Partido Comunista de España que había sido creado apenas un año antes y también los movimientos independentistas. Mientras, Francisco Largo Caballero colaboraba con el Directorio y formaba parte del Consejo de Estado del general Miguel Primo de Rivera, lo que propició que la UGT se posicionará como sindicato de referencia durante todo el periodo comprendido entre 1923 y 1930.

Dentro del PSOE, las voces en contra de la colaboración con el Directorio generaban la amenaza de un cisma en el partido. Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos lideraban la corriente que pretendía una colaboración con las fuerzas republicanas que se postulaban para tomar el poder por la fuerza en el verano de 1930.

En agosto de ese año, en San Sebastián, se reunieron representantes de todos los partidos republicanos a izquierda y derecha del espectro político. Con ellos también estaba en nacionalismo catalán y, en nombre de un Francesc Macià aún exiliado, acudió Jaume Aiguadè. El PSOE no mandó a nadie, aunque a título individual se personó Indalecio Prieto. 

Prieto tenía firmes convicciones antinacionalistas que provocaron fricciones cuando Macià proclamó la República Catalana el 14 de abril de 1931 y tras el desarrollo del Estatuto antes de que se hubiera aprobado la Constitución de la República. Prieto y Companys mantuvieron un acalorado enfrentamiento en las Cortes en septiembre de 1931 en el que el socialista, furioso, dijo que, “en 32 años de vida política, no había conocido un caso de deslealtad semejante al de los catalanistas, en lo que se refiere al cumplimiento del Pacto de san Sebastián”.

Las diferencias entre las corrientes del PSOE se fueron haciendo mucho más profundas, sobre todo después del movimiento insurreccional de 1934. Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936, Julián Besteiro mantenía una postura equidistante respecto a Indalecio Prieto, principal promotor de la alianza con los partidos republicanos de izquierdas, y Francisco Largo Caballero, que abogaba, fundamentalmente, por una alianza entre las fuerzas obreras.

Asistentes al Pacto de San Sebastián, agosto de 1930

Largo Caballero y la autodeterminación

Largo Caballero manifestaba de forma recurrente la necesidad de que la clase obrera tomara el poder, ya fuera por métodos pacíficos o, en caso de que no quedara más remedio, mediante otras vías “alternativas”. Esto lo expresaba en los distintos actos posteriores a la victoria del Frente Popular, como el de unificación de las Juventudes Socialistas y Comunistas del 5 de abril de 1936 y que derivó en la creación de las Juventudes Socialistas Unificadas encabezadas por el hijo de Wenceslao Carrillo, estrecho colaborador de Largo Caballero.

Pero fue el 21 de abril de ese mismo año en el que se publica en el diario “El Socialista” un proyecto de reforma del programa del PSOE aprobado por la Asamblea de la Agrupación Socialista Madrileña. Un propósito de intenciones para el futuro.

La motivación de esta propuesta era la crisis económica y política de la que, según el texto, solo había dos formas de salir: “Una antinatural, antihistórica y transitoria; el fascismo, y otra, natural, histórica y definitiva; el socialismo revolucionario”.

En el entorno europeo de los años 30, en el que se creía superada la democracia de corte liberal, la tendencia hacia la dictadura era manifiesta en las dos nuevas ideologías que se postulaban como relevo de un sistema burgués que se consideraba amortizado.

Se marcaba un periodo de transición de la sociedad capitalista a la socialista en el que debía imperar, como forma de gobierno, la dictadura del proletariado. Para ello se hacía una llamada a la unidad inmediata de todas las acciones revolucionarias mediante la fusión política y sindical de todos los grupos obreros.
Esta propuesta iba aderezada con otros dos puntos que fueron claves para se reactivaran planes que habían sido iniciados en la reunión de los generales del 8 de marzo de 1936: La supresión de los Ejércitos permanentes y su sustitución por milicias obreras y la Confederación de las nacionalidades ibéricas y reconocimiento a su derecho de autodeterminación política en todo instante, incluso la independencia.

El joven Santiago Carrillo, de 21 años, en el acto que le llevaría a liderar las Juventudes Socialistas Unificadas.

Dictadura del Proletariado, Derecho de Autodeterminación y la eliminación del Ejército. Estas tres propuestas y la destitución del presidente de la República, fueron, según Stanley Payne; el detonante para la preparación de las instrucciones reservadas n.º 1, 2 y 3, de Emilio Mola.

Pero esa es otra historia digna de ser contada.