Feijóo, vete ya
Lo primero que tiene que hacer el PP es echar a Feijóo
Lo primero que tiene que hacer el PP si quiere ser alternativa de gobierno es echar a Feijóo. Bueno, a Feijóo y a todo su equipo. Por bocazas.
Cuca Gamarra: “El PP va a seguir creciendo y no hay que descartar nada, ni la mayoría absoluta” (El Mundo, 17 de julio)
González Pons, que iba de perdonavidas: “Todo el de Vox que quiera volver al PP va a tener las puertas abiertas” (ABC, 17 de julio)
O el propio Elías Bendodo. Y eso que me cae bien porque es sefardita: “Lo que elige el 23-J es si Feijóo gobierna solo o condicionado” (El Mundo, jueves 20 de julio)
Hasta Juanma Moreno se apuntó a echar una mano al amado líder: “España se juega que Feijóo no dependa de populismo” (La Razón, 16 de julio). Qué fácil es hablar cuando tienes mayoría absoluta y no necesitas a Vox.
Aunque que Borja Sémper fue el primero: “Feijóo legislará sin sectarismos y para todos” (La Razón, 19 de febrero).
Sin olvidar al propio Feijóo, que ya tenía el nombre de la vicepresidenta en la cabeza, hasta repartía ministerios.
El líder del PP iba de sobrao. Bueno, entre sobrao y buen rollo, que es la mejor manera de hundir una campaña.
La prueba es que no fue ni al debate a tres. Nunca se sabrá como influyó. Pero lo lamentará toda la vida. Los votos hay que pelearlos hasta el final. Y todos.
Además, iba de ganador. Estaba todo hecho:
“Si los españoles me dan un mandato para gobernar, no les defraudaré” (La Razón, 9 de julio).
“Mi gran objetivo es recuperar la concordia entre los españoles” (El Mundo, 21 de julio).
Desde luego a la burbuja han contribuido también los medios más próximos a Feijóo.
Paco Marhuenda, ex alto cargo del PP, convirtió La Razón en “La Voz de Feijóo”: 21 páginas le dedicaban nada menos el 4 de julio con ocasión de una conferencia del líder ‘popular’ en la sede del periódico.
El único que ha hecho autocrítica ha sido el director del ABC, Julián Quirós, que al día siguiente de las elecciones admitió: “Nos equivocamos”.
“Las expectativas no se han cumplido. El cambio de ciclo que anticipamos no se ha evidenciado”, ha reconocido.
Es cierto que yo nunca he sido feijooista. A mí siempre me ha parecido gallego.
No en el sentido geográfico del término sino político. Siempre iba con pies de plomo. No sabías si iba o venía. A mí, en cambio, me gustan los líderes que cogen el toro por los cuernos.
Cuando vino a Barcelona metió la pasta con mesa de diálogo para congraciarse con el antiguo votante de CiU. “No tengo ningún interés en ir contra la mesa de diálogo si no afecta a los demás” declaró a El Periódico (7 de julio). Tuvo que envainársela a las pocas horas.
Y al día siguiente del mitin en el Turó Park el mismo diario titulaba: “Feijóo rechaza la confrontación y promete ser el ‘presidente de todos los catalanes’” (El Periódico, 18 de julio).
Por eso, a mí me recuerda un poco, salvando las distancias ideológicas, a Salvador Illa, que también va de buen rollo, de pasar página, de pelillos a la mar.
Además, en el 2018 le ofrecieron la presidencia del partido y dijo que no. Prefirió quedarse cómodamente en su Galicia natal. Si hubiera cogido entonces las riendas no habrían perdido los cuatro años que van desde la elección de Casado a su aterrizaje en Génova (2022).
A los que habrá que añadir ahora los cuatro más de Sánchez en La Moncloa. Y vete a tú a saber por qué en política nunca se sabe.
Solo faltaba la noche electoral. Iban todos de blanco. Parecía una fiesta de fin de curso de instituto. González Pons dando saltitos.
La verdad es que, durante la espera, ya no sé qué aplaudían los militantes del PP. El ‘spekaer’ decía: “Hoy aquí estamos celebrando, lo que no tengo muy claro es qué está celebrando Pedro Sánchez”. A este también habría que echarlo.
Pero se notaba que la procesión, pese a las apariencias, iba por dentro. El discurso fue más largo que el de Sánchez. Más de diez minutos. Y más vago. Hasta tubo que oír gritos a favor de Ayuso.
Perdió otra oportunidad. Ahí Feijóo tendría que haber empezado a admitir la realidad. El batacazo fue enorme.
Yo pensaba que, tras echar cuentas, ofrecería una gran coalición a Pedro Sánchez. Porque ese era el momento.
Pero ni así. Hasta en eso va lento de reflejos: la carta que le ha enviado este domingo a Sánchez -¡con casi una semana de retraso!- debe de ir por ahí. La última oportunidad.
El líder del PSOE ya le ha dicho que no. O que, la reunión, más adelante: cuando sea presidente. Ahora tiene la sartén por el mango. Domina hasta los tempos.
Es cierto que todavía puede pasar de todo. Con Puigdemont nunca se sabe. Aunque yo sigo pensando que Sánchez se los llevará al huerto.
Pero incluso en caso de repetición electoral las posibilidades son mínimas. Para mí que Feijóo ha alcanzado su techo: 137 diputados al final. No está mal, pero a todas luces insuficientes.
Estos eran los que iban diciendo que 150, que no necesitarían a Vox -en eso han acabado acertando- o que la mayoría absoluta estaba al alcance de los dedos.
Y ya sé que el PP debe estar en estado de shock. Pero la reacción no puede ser culpar a Vox por existir.
Sí, el partido de Abascal ha perdido 19 diputados. No podrán presentar mociones de censura ni recursos al TC. Pero no eran alternativa de gobierno ni iban alardeando de los resultados.
Por eso, Feijóo y todo su equipo viven en una nube. Y, créanme, de esto, los catalanes sabemos mucho por qué el proceso ha sido, en buena medida, una burbuja mediática. Qué fácil es hacer política con los medios a favor, pero luego vienen los disgustos.
Adiós, Feijóo
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