David Fernàndez hablando en un micrófono durante una manifestación con un cartel que dice "Llibertat l'autodeterminació és un dret".
POLÍTICA

Según la CUP, el independentismo sigue siendo ‘primera fuerza’ en el Parlament

David Fernàndez, exdirigente de la CUP, tampoco asume la realidad del nuevo contexto político en Cataluña

David Fernàndez es una de las caras más reconocibles del ecosistema independentista. Exdirigente de la CUP, Fernàndez se destacó por su carisma parlamentario, protagonizando escenas como la de llamar “gánster” a Rodrigo Rato. También fue muy comentado en su día el abrazo con Artur Mas durante el 9N, en 2014. A partir de aquí, y con la mudanza de dirigentes que caracteriza a la CUP, se quedó como una figura casi de orden espiritual.

Fernández, en resumen, formó parte de esa hornada de políticos catalanes que dispararon el procés y, después, se quedaron relativamente al margen de su auge. Pero ahora, con el fin de la mayoría indepe, muchas de estas voces vuelven a escena para decir cosas más o menos realistas.

David Madí, por ejemplo, antigua mano derecha de Mas, es de los pocos que ha hecho una enmienda a la totalidad del procés. La tesis fundamental de Madí es que al independentismo le ha faltado una orientación realista y asumir la “cultura de poder”. David Fernàndez en cambio, y a tenor de sus últimas declaraciones, insiste en los postulados procesistas.

Abrazo entre Artur Mas y David Fernández delante de los medios en 2014

Bloques especulativos

En declaraciones para la Agencia Catalana de Noticias (ACN), Fernàndez ha señalado que “el desbordamiento democrático es el único camino” que le queda al independentismo. Esto está en sintonía con la nueva estrategia de la CUP, que ha puesto el foco en la resurrección del “independentismo popular”. 

Pero, más que esto, lo llamativo de las declaraciones de Fernàndez es que señalan que “el independentismo, como bloque, sigue siendo la primera fuerza política en el Parlament”. Eso sí, matiza Fernàndez, “sin mayoría”. Si es como “bloque” puede ser, pero el caso es que el independentismo nunca ha estado más peleado que ahora y, numéricamente, no suma. Se trataría, pues, de un bloque especulativo o eventual.

Así mismo, Fernàndez parece asumir que el abstencionismo ha sido la sangría del procesismo en las últimas elecciones. “Tendrás que ir a buscar a un millón de personas que no han votado en las últimas elecciones”, explica.

El procesismo y la realidad

De estas explicaciones de Fernàndez destaca que no haya ningún análisis de tendencia, sino que sea una foto fija. Más aún viniendo de la CUP, que es un partido que acumula una marcada decadencia electoral. Y es que lo relevante no parece que sea que el independentismo sea la primera fuerza “sin mayoría”, sino que antes sí que tenía esa mayoría.

La dificultad para asumir esta realidad es lo que hermana a casi todos los entes procesistas (sobre todo, a la ANC). Porque el fin de la mayoría indepe es un cambio cualitativo en la política catalana, no un paréntesis dentro del procés. Y lo que ya resulta inverosímil para la mentalidad procesista es que la actual situación política sea un resultado natural del procés.

Hablamos, por ejemplo, de la constatación de que nunca hubo unidad, de que el nacionalismo va a la baja (más todavía entre los jóvenes) y que el desengaño de sus propios votantes es máximo. Esto último es especialmente llamativo. Porque el procesismo es capaz de constatar la realidad del abstencionismo, pero no su causa más clara: el propio procesismo.

Dos mujeres mayores caminando junto a una bandera estelada mientras una mujer joven pasa por el lado opuesto.

Paralelo a todo esto, se encuentra lo más importante. Y nos referimos a que la década procesista no ha sido inocua en términos de gestión política. Esto explica que el PSC - y Salvador Illa en particular - hayan lanzado más de un dardo en este sentido, hablando de que su Govern está "apegado a la realidad".

Y es que, por ejemplo, la década procesista ha dejado vacíos muy destacados. Los más urgentes son la sanidad, la vivienda, la seguridad y la gestión migratoria. Todo ello al margen de que los gobiernos en teoría más nacionalistas no han conseguido que la lengua catalana sufra un retroceso lingüístico muy preocupante

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