Nueva guerra entre ‘indepes’ y establishment procesista: ahora, el aniversario del 1-O
Cataluña todavía se vacía de procesismo social y simbólico: la Diada, manifestaciones contra el Rey y ahora el 1-O
El próximo uno de octubre se cumple el séptimo aniversario del referéndum del 1-O. El procesismo tendrá entonces una nueva oportunidad para odiarse mutuamente. De paso, dejará constancia de que la división social en Cataluña se ha infiltrado incluso dentro del propio electorado nacionalista.
Y eso en el mejor de los casos. Porque, por lo demás, los datos del CEO apuntan a que el sentimiento catalanista cotiza muy a la baja. El patrón sociológico es más bien inapelable.
El procesismo tuvo un enorme apoyo entre los jóvenes - precisamente en el 1-O - y ahora lo tiene entre los mayores de 65 años. Paralelo a esto, se ha disparado en un 20% el número de jóvenes que dice sentirse tanto español como catalán.
La última ocasión en la que cristalizó esta decadencia procesista fue en la Diada. Desangelada y enturbiada por el debate entre partidos, la última Diada fue la que tuvo menos participación en una década. La coincidencia, por cierto, es notable: los alumnos de la ESO presentan los peores resultados de la década en competencias básicas en catalán.
Sea como fuere, el procesismo calienta motores para estrellarse. Así lo revelan los mensajes e invitaciones de los partidos procesistas y de sus satélites, como la ANC.
Las reacciones de los usuarios nacionalistas a estos mensajes han sido muy airadas. Y lo que revelan es que, entre el electorado nacionalista, ha calado una doble idea. Primero, que se perdió una oportunidad, segundo, que el establishment procesista traicionó el referéndum.
“Confesaron que en el 1-O fueron de farol”, “A ver si algún día somos capaces de celebrar una victoria”. “Conmemorar una traición”, "¿Alguien todavía recuerda esto con las peleas que tenéis entre vosotros?". Este es el tono general de los comentarios.
Las elecciones del 12M
Esta situación no es más que un desarrollo de la dinámica electoral que se instaló entre el votante indepe en las últimas elecciones autonómicas. Es decir, el abstencionismo. Porque no hay que olvidar que la pérdida de la mayoría independentista se debe en gran parte al desengaño del votante nacionalista.
Además, fue un abstencionismo especialmente relevante porque era un abstencionismo activo. Hasta el punto de que había (y hay) destacados columnistas y líderes de opinión que abogaban por no ir a votar. Y todo a sabiendas de que esta actitud provocaría la pérdida de la mayoría parlamentaria del procesismo.
En este sentido, se pueden destacar unas recientes palabras de Bernat Dedéu en una entrevista para The Objective. Dedéu, uno de los abstencionistas más firmes, declaró que “la abstención es lo mejor que se ha hecho en Cataluña en los últimos años”. Su conclusión es que “lo mejor que puede hacer un independentista es decirle a sus políticos que existe un límite a su cinismo”.
Efectos (inciertos) a largo plazo
A largo plazo, este puede ser uno de los factores más determinantes de la política catalana. Máxime si se tiene en cuenta que, paralelas a estas particularidades catalanas, Occidente vive cambios fundamentales. La demografía, la inmigración, la sangrante pérdida de poder adquisitivo y el auge del identitarismo político son algunos ejemplos.
Por el momento, lo que es evidente es que Cataluña todavía se vacía de procesismo político y simbólico. Los eventos sociales son el termómetro. Como decimos, ahí está la Diada, la guerra entre Junts y ERC, los aniversarios o incluso las manifestaciones antimonárquicas.
Y es que, aunque puedan ser anécdotas, son estas cosas las que recogen el pulso social del procesismo. La semana que viene, con el aniversario del 1-O, tendremos un nuevo ejemplo.
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