Un independentismo de tercera edad
Hay problemas demasiado urgentes como para que los jóvenes respondan a los cantos de sirena procesistas
Con un ilustrativo acompasamiento, la Diada ha llegado un día después de una noticia muy reveladora. Ayer informábamos de que, según el Centre d’Estudis d’Opinió, el nacionalismo catalán ya no cala entre los jóvenes. Los datos eran muy llamativos.
En tan solo una década, el porcentaje de ciudadanos que se siente “solo catalán” ha bajado once puntos. La caída más llamativa se da entre los jóvenes. En diez años, los más jóvenes (18-24 años) han pasado de ser el grupo más nacionalista a ser el menos nacionalista.
En 2014, tres de cada diez jóvenes se sentía solo catalanes. Ahora, en 2024, esta proporción ha bajado hasta uno de cada diez. Paralelo a esto, se ha disparado un 20% el número de jóvenes que dice sentirse españoles y catalanes a partes iguales.
Por el contrario, los más mayores (+65) se mantienen firmes en el espíritu nacionalista. Durante esta década, solo ha bajado en un 5% la cantidad de personas mayores que solo se sienten catalanes. En consecuencia, los ancianos son ahora mismo el grupo sociológico más nacionalista.
Política lúdica
Cuando ocurren acontecimientos como el de la Diada, es habitual que los medios de comunicación hagan una selección de fotografías con los momentos más destacados. Pues bien, si se observan estas fotografías se percibirá un patrón evidente. Y es que gran parte de los asistentes a la Diada son personas mayores.
Para el que conozca la geografía social de Cataluña, esto no es ninguna sorpresa. Es vox populi que entidades sociales tan importantes como la ANC u Òmnium movilizan a personas más bien mayores. Los jóvenes, por el contrario, ya no responden a los reclamos procesistas de Lluís Llach.
Ciertamente, la ANC ha hecho méritos durante los últimos meses para resultar una organización un tanto paródica. Desde organizar mínimas manifestaciones contra la Familia Real hasta vender sombreros para “esconder presidentes”. Esta clase de reivindicaciones, que rozan con la actitud puramente lúdica, no moviliza a la juventud.
El procesismo vs la realidad
Una de las muchas realidades políticas que ha obviado el procesismo es que el voto tiene evidente un factor de clase. Así lo demuestra la sociología electoral, que siempre trae resultados curiosos. El votante de Podemos o de los Comuns, por ejemplo, nunca fue el obrero, sino un ciudadano urbano de clase media-alta. Así mismo, Vox triunfa en las zonas obreras.
En este sentido, el independentismo - en su momento álgido - supuso una quiebra momentánea de la sociología electoral. Hubo unos años en los que realmente consiguió ser transversal. Hasta el punto de que, como decimos, en 2014, los más nacionalistas eran los jóvenes.
Pero una vez perdida la oportunidad, la realidad electoral le ha pasado la factura con los intereses al procesismo.
La década procesista, la década perdida, ha desatendido una serie de problemas de primer orden que afectan sobre todo a los jóvenes. Ahí está el problema de la vivienda, que representa toda una fuente de frustraciones sociales.
Y lo cierto es que gran parte del público que hoy acude a la Diada tiene resuelto el problema de la vivienda y es pensionista, que a todos los efectos es ya una clase social diferenciada.
Con estos mimbres, sería ciertamente extraño que un joven sintiera atracción hacia el procesismo. O más aún: hacia la idea, clásicamente procesista, de que Cataluña resolverá sus problemas cuando sea independiente. Los problemas que tienen ahora los jóvenes son demasiado urgentes como para responder a estos cantos de sirena. Máxime si hablar hoy de unidad independentista resulta ya una broma de mal gusto.
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