El procesismo dice adiós a su annus horribilis con la esperanza de resurgir en 2025
No deja de ser llamativo que el postprocés lo vayan a pilotar Puigdemont y Junqueras
El 2024 ha sido un año de tránsito a casi todos los niveles. En la esfera internacional, se observa un flujo político hacia posiciones identitarias y un debilitamiento de la Unión Europea. En la esfera doméstica, Cataluña ha somatizado los cambios bajo la forma del fin de la mayoría indepe.
Aunque todavía sea pronto para ponderar sus efectos, las últimas elecciones autonómicas tal vez hayan sido las más relevantes de los últimos años. De entrada, han supuesto el tránsito entre el procés y el postprocés. Esto ha conllevado un verdadero terremoto para el espacio independentista, que ha visto cómo el suelo se le abría a sus pies.
No hay que perder de vista o minusvalorar la trascendencia de esta situación. La pérdida de la mayoría indepe ha supuesto el punto y final a la modulación más reciente del nacionalismo catalán: el procés. Este ha sido el gran vector de la política catalana durante los últimos diez años, heredera a su vez de la labor nacionalista de Pujol.
Una partitocracia vestida de nacionalismo
En esencia, se podría decir que el procés ha colapsado como colapsan las estafas, lo cual deja un enorme coágulo social de decepción. Más aún: lo que parece innegable es que el procés fue la huida hacia adelante de una partitocracia nacionalista que se quedaba sin combustible. A partir de aquí, los partidos procesistas vivieron de prestado, emitiendo deuda a cargo del proyecto de la independencia.
La gran prueba de la naturaleza partitocrática del procés fue la incapacidad crónica para conseguir la mitológica “unidad independentista”. Por el contrario, el discurso nacionalista se usó como otro elemento de confrontación partidista. Y en el caso catalán, la confrontación partidista resulta doblemente jugosa en la medida en que había mucho pastel que repartir.
Todos los elementos creadores de nacionalismo se concretaban en un entramado institucional de faraónicos intereses creados. Esto es lo que explica que el procesismo tenga unos vínculos insospechados con la izquierda y el ‘wokismo’. Además de multitud de personas colocadas en puestos públicos, la Generalitat soporta una red de ‘chiringuitos’ que sostienen al sector ‘progre’ del nacionalismo.
Este es el principal motivo de que el 2024 haya sido el ‘annus horribilis’ de Junts, ERC y la CUP. De alguna u otra manera, los tres partidos se disputaban un mismo pastel. Y de aquí que el colapso procesista no haya unido a estos partidos, sino que todavía los haya separado más. Basta ver las constantes peleas que Junts y ERC tienen en Madrid.
Por otro lado, el fin del procesismo ha ido acompañado de una devaluación súbita del capital simbólico. Los ejemplos han sido constantes y algunos más patéticos que otros. Ahí está la ANC, por ejemplo, con una retórica unilateralista que no podría ir más desacompasada con el clima social. Pero también encontramos la guerra sucia de ERC, el fracaso de la Diada, la crisis interna de Junts o los espectáculos de la CUP.
2025: ganar tiempo
Y a un nivel estratégico, los partidos procesistas tal vez hayan firmado una de las peores operaciones de la historia política reciente. Nos referimos a la trampa del PSOE con la amnistía, que ha disparado a un Salvador Illa dispuesto a capitalizar el vacío político que ha dejado el procesismo. La jugada era tan sencilla como aprovechar el desencanto social con el procés para vender la idea de una “normalización” política en Cataluña.
Del mismo modo, Junts y ERC presumen de influir al PSOE en Madrid cuando la realidad es que han fiado toda su suerte a Sánchez. Esta es la única razón por la cual Puigdemont no hace otra cosa que acumular órdagos fallidos. Por su parte, ERC intentó un equilibrismo entre nacionalismo e izquierda, que a la postre se ha traducido en transferencia de voto al PSC.
A pesar de todo esto, el último gran coletazo procesista ha sido afrontar este fin de ciclo con renovaciones fantasma. No deja de ser llamativo que el postprocés lo vayan a pilotar Puigdemont y Junqueras, que sintetizan la lucha partitocrática catalana de los últimos años.
Lo que es seguro es que Junts y ERC necesitan tiempo durante este 2025 para aclarar su situación. Junts necesita tiempo en Madrid para sacar algo real del PSOE y ERC necesita tiempo en Cataluña para aprovecharse del tripartito.
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