Ada Colau y Jaume Asens: el activismo como sustituto de la política
La exalcaldesa salió del activismo y vuelve al activismo: solo cambia el tamaño de las reivindicaciones
Es más difícil conseguir algo pequeño, pero real, que conseguir algo grande, pero irreal. Es por esto que el activismo resulta tan cómodo a muchas personas progresistas y que no quieren enfrentarse a los resortes de la política. Porque una cosa es afrontar el problema inmobiliario de tu ciudad, y otra es proponerse reducir las emisiones de CO2 de todo el planeta.
El activismo es la ilusión de hacer política, y del modo más cómodo posible: evitando las contradicciones que siempre implica el ejercicio del poder. Sin rendición de cuentas, ni la competencia de otros actores, el activismo permite soslayar el hecho de que la política se juzga por sus resultados y no por sus intenciones.
Además del medioambiente, la otra gran fuente del activismo contemporáneo son las catástrofes humanitarias. Entre ellas, destacan los flujos migratorios y las guerras. Como suele ser habitual, en ambos casos se obvian todas las caras del problema y se aplica una sobreexposición mediática intermitente. Sobre esto último, el caso de la guerra de Ucrania es el más evidente. Pero si una catástrofe humanitaria copa en estos momentos toda la atención mediática, esa es la de la guerra en Gaza.
Como es sabido, esta guerra se ha convertido en uno de los temas de debate más agrios de las sociedades occidentales. Los episodios de señalamientos mutuos, insultos, denuncias y críticas son constantes. Tiene incluso una derivada política. En España, sin ir más lejos, Podemos ha condicionado su apoyo a los Presupuestos a que España rompa relaciones con Israel.
Y sin salir de Cataluña, también encontramos ejemplos de esta situación. Esta misma semana, por ejemplo, Pilar Rahola y Antonio Baños se enzarzaban en redes a propósito del tratamiento informativo del conflicto en los medios públicos. Pero los últimos en situar el conflicto en el centro del debate político catalán han sido Ada Colau y Jaume Asens.
Venta de armas, gases lacrimógenos y una despedida ácida
Como se informaba en el día de ayer, la exalcaldesa Colau y el exdiputado Asens habían conseguido finalmente pisar suelo palestino. Lo han hecho de la mano de algunas organizaciones de derechos humanos de los Estados Unidos. Y con el maximalismo que caracteriza a las reivindicaciones del activismo, dicen haber ido hasta Palestina “para exigir un embargo total de armas contra Israel para parar el genocidio, desmantelar la ocupación y defender el derecho internacional”.
El primer episodio del viaje en hacerse viral fue la denuncia de que su convoy había sido atacado con gases lacrimógenos. “Pensábamos que nuestra presencia aquí podía ser algo disuasoria, pero no ha sido así”, explicó Jaume Asens por redes sociales:
Más allá de las eventualidades que se vayan a encontrar Colau y Asens en una guerra, de su visita a Palestina destaca el contraste con su actividad política en Cataluña. Y es que este viaje llega poco después de que Colau hiciera oficial que abandonaba la política municipal. Su despedida estuvo marcada por los reproches, acusando a las élites barcelonesas de “provincianas, mediocres y avariciosas”:
Esta despedida solo consiguió el aplauso de sus seguidores, cada vez menos después de los resultados electorales de los Comuns. Muchos indepes cargaron contra ella porque no olvidan sus maniobras para quitarle la alcaldía a Maragall y, después, a Trias. Basta leer las columnas de Rahola o de Antich para conocer el nivel de desprecio del establishment indepe hacia Colau. Por su parte, el unionismo tampoco ha tenido palabras precisamente cálidas hacia la exalcaldesa.
Del activismo al activismo
Si se hace un balance de la actividad política de Colau, lo más destacado es que fue la fundadora de un espacio político que se ha acabado mostrando fracaso. Pero lo realmente determinante es que este espacio político, sintetizado en BComú, tuvo su oportunidad. Como ocurre con la CUP, los Comuns han participado en el sistema como cualquier otro actor.
Además, han sido los ciudadanos los que en su día votaron a Colau y, años después, no. Entre los motivos para cambiar el sentido de su voto, se encuentran el problema inmobiliario, la imposibilidad de controlar el turismo (ahí está su flagrante contradicción con la Copa América), el aumento de la inseguridad o en su indefinición en el debate nacionalista. No son las "élites" las únicas que votan, y menos aún las que padecen las promesas grandilocuentes.
Es por todo esto que no extraña que Colau empezara su vida pública en el activismo y la acabe en el activismo. La única diferencia es que su paso por la alcaldía le ha dado una importancia social que le permite desarrollar un activismo de mayor envergadura. En este caso, en la guerra de Gaza.
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