La tormenta perfecta de los jóvenes: inflación, demografía y vivienda
El margen de maniobra es reducido y las soluciones parecen demasiado profundas para la partitocracia
La noticia es de la semana pasada y la publicaron casi todos los medios: los jóvenes son cada vez más pobres y los mayores cada vez más ricos. Aunque, más que una sorpresa, es una tendencia. Una tendencia que esconde el que, probablemente, sea el mayor drama social de España y de Cataluña: la situación de la juventud. Un problema que, además, toca la fibra nerviosa de cualquier país, que es la demografía.
De hecho, hace unos meses ya explicábamos en E-Notícies que la desigualdad se ceba con los jóvenes. Es más, la fuente de los datos era la misma que ahora: la imprescindible Encuesta Financiera de las Familias, del Banco de España (BdE). Para comprender por qué es una tendencia y por qué es preocupante que sea una tendencia, la situación exige dos aclaraciones previas.
Esto va más allá
En primer lugar, podríamos decir que, más que unos factores aislados entre sí, lo que hay es una retroalimentación negativa entre esos factores. Es un círculo vicioso, una tormenta perfecta. Esto es lo que explica que haya esta sensación de que estamos ante algo incontrolable. Por ejemplo: con respecto a la vivienda, el BdE señala en otro de sus valiosos informes que “la magnitud del problema diagnosticado hace difícil vislumbrar que actuaciones aisladas de corto plazo puedan tener el alcance suficiente para reducir de forma significativa las actuales dificultades de acceso a la vivienda”.
En segundo lugar, hay una cuestión de método. Hay muchos analistas que piensan que el conflicto intergeneracional es solo una expresión de la desigualdad de clase. Ciertamente, tiene sentido y hay datos que avalan esta hipótesis: los hijos de las familias con patrimonio inmobiliario se capitalizan más y cada vez más rápido. De aquí que muchos especialistas señalen que la herencia se ha convertido en el mejor y casi único ascensor social.
Pero ocurre que el problema de la desigualdad intergeneracional es de tal magnitud que ya convoca una serie de factores que superan el marco explicativo de la lucha de clases: la demografía (las pensiones), la inflación y la vivienda. Como es evidente, unos siempre parten con más ventaja que otros, pero el problema es que, ahora, hay muchos que directamente ni parten.
¿Dónde nos encontramos?
Empecemos por hacer una fotografía del presente. Los datos son muy variados, pero todos apuntan a que ser joven es, en esencia, un indicar fiable de que uno se dirige hacia un sumidero económico y patrimonial.
Según la Encuesta Financiera de las Familias, los mayores de 75 años tienen una riqueza once veces mayor que los menores de 30. En cinco años - desde 2017 a 2022 - los mayores de 75 años han aumentado su patrimonio casi en un 11% anual. Lo llamativo es que esa rentabilidad se haya conseguido con una pandemia y una crisis inflacionaria de por medio.
Aunque el dato más mediático ha sido el de que los menores de 35 años tienen una tasa de propiedad de viviendas del 31% cuando, hace diez años, era del 70%. Es decir, solo en una década ha bajado en un 40% la tasa de propiedad entre los jóvenes.
Si se toma a los mayores como referencia, en 2002 la diferencia de riqueza neta - calculada en una mediana para evitar las distorsiones de los casos extremos - entre el grupo de menores de 35 y el grupo de mayores de 75 era del 34,2%. Veinte años después, en 2022, esa diferencia es del 91%. No es una cuestión imputable, pues, al hecho natural de que los mayores tienen más patrimonio que los jóvenes precisamente porque son mayores. La serie histórica muestra una desigualdad creciente y progresiva.
Los factores que bailan entre sí para definir esta danza macabra de la desigualdad son los tres que hemos señalado antes: la demografía (sistema de pensiones), la vivienda y la inflación. De alguna u otra manera, los tres se combinan entre sí y coadyuvan para hacer cada vez más grande la desigualdad intergeneracional. Aunque sean tres caras de un mismo poliedro, hay que señalarlas separadamente.
El sistema hecho desigualdad
Como ya se ha dicho en muchas ocasiones, la Seguridad Social (las pensiones) no es un sistema aislado del resto del Estado y que se nutra exclusivamente de las cotizaciones. De hecho, esto último es ya una utopía: la Seguridad Social vive de traspasos desde hace tiempo, es decir, de otros ingresos (impuestos) del Estado. Y si las pensiones son el gasto mayoritario del Estado - que lo son, con el 42% del presupuesto - gran parte de los impuestos se destinan a financiar ‘de facto’ las pensiones.
Y en relación con el pago de impuestos, Fedea explica que en comparación con los hogares más mayores los hogares jóvenes destinan casi el doble de su presupuesto a pagar impuestos, un 38,5% para ser exactos. Es decir, es una situación inverosímil en la que el más pobre financia al más rico a través de un ente que, como el Estado, tiene presuntamente el objetivo de redistribuir la riqueza. A esto se le unen situaciones como la del ‘Cine Sénior’ y otras parecidas que, aunque anecdóticas por su mínimo presupuesto, refuerzan esta imagen de una redistribución interesada de la riqueza.
El siguiente factor que refuerza esta bola de nieve es la inflación. Una de las razones para que se dispare la desigualdad y los mayores parezcan vivir ajenos a la inflación es que sus pensiones están vinculadas al IPC. Los salarios, en cambio, sí se ven afectados por la inflación. Desde 2018, por ejemplo, el salario medio real ha perdido un 3,6% de poder adquisitivo. Según el INE, la renta de un jubilado es ya un 9% mayor que la renta de un trabajador asalariado o autónomo.
Finalmente, tenemos el factor de la vivienda, que hacemos correlativo a la demografía y a las pensiones. Es público y notorio - así lo recoge la reforma Escrivà - que hacen falta flujos migratorios masivos para financiar las pensiones. Concretamente, hacen falta 250.000 inmigrantes al año. Algo que, entre otros factores, tensa el mercado de la vivienda, haciéndolo más caro y, por ende, aumentando el patrimonio de los mayores y reduciendo el de los jóvenes, que no pueden ahorrar a través de la vivienda y se descapitalizan a través del alquiler.
En su informe anual de 2023, en el capítulo 4, el BdE constata sin demasiados matices que “existe una fuerte correlación positiva entre el crecimiento de la población y el avance de los precios de compra y de alquiler desde el inicio de la recuperación económica en 2014 hasta 2022”. Así mismo, “el crecimiento demográfico experimentado desde 2016 es un factor fundamental para explicar el aumento de la demanda de vivienda residencial tanto en régimen de alquiler como de propiedad”. Y, finalmente, las previsiones “apuntan a una significativa creación neta de hogares en los próximos años que continuará impulsando la demanda de vivienda”.
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