Interior de una mezquita con alfombras rojas y columnas decorativas
POLÍTICA

Tres jóvenes nacidos en Vic aseguran que solo quieren vivir ‘en un país islámico’

El problema de la integración de los jóvenes musulmanes está encima de la mesa y va para largo

Occidente vive cambios que no son solo políticos. Nos referimos a cambios en el subsuelo de nuestras sociedades. El ejemplo más claro es la demografía, que a todos los efectos se compensa con inmigración.

En este sentido, el caso de Cataluña es uno de los más interesantes de toda Europa. Es un pequeño laboratorio en el que se dan cita todos los grandes cambios sociales de nuestra época. Desde la baja natalidad hasta la masificación turística y pasando por el identitarismo político de uno y otro color.

Además, Cataluña presenta también otro factor distintivo, que es la población musulmana. En estos momentos, residen alrededor de 660.000 personas que profesan esta religión. De esta manera, el 27,3% de la población musulmana de España está en Cataluña, que a su vez representa el 16% de la población española.

Una pareja de personas mayores caminando por una calle urbana, el hombre lleva una maleta con ruedas y la mujer viste un atuendo tradicional.

Despliegue identitario

Todo este panorama despierta no pocas tensiones y contradicciones sociales. Estas van desde congresos islámicos con ponentes manifiestamente misóginos hasta el aumento de la islamofobia. Sobre esto último, por ejemplo, la propia Sílvia Orriols se ha declarado abiertamente “islamófoba”.

En el caso catalán, se puede fechar el inicio de la contrarreación al islam con el despegue político de Sílvia Orriols y Aliança Catalana. Hasta entonces, Vox ya presentaba un discurso muy duro, pero era apartado por su condición unionista. Con Aliança Catalana, en cambio, todo cambió porque se trata de un partido independentista.

Esto explica que la prensa preste ahora atención a Ripoll - que todavía arrastra el trauma de los atentados - y al fenómeno del islam. Y la periodista de El Periódico, Elisenda Colell, ofrece estos días un valioso reportaje sobre el islam, la inmigración y la industria cárnica.

En la última entrega de su reportaje, Colell recoge declaraciones de unos jóvenes musulmanes que colocan dudas sobre la idea de la integración. Son estos mismos muchachos los que afirman que solo se sentirán en casa en un “país islámico”.

Una mujer con cabello corto y oscuro, usando una chaqueta azul con estampado floral y pendientes azules, está de pie en lo que parece ser una sala de reuniones o un parlamento, con varias personas desenfocadas en el fondo.

Declaraciones reveladoras

Los tres jóvenes - Youseff, Aboubaker y Yassin - han nacido en Vic. Pero a tenor de sus declaraciones esto es solo una circunstancia biográfica. Por el resto, no se sienten catalanes.

“Hemos nacido y crecido aquí, sí, pero esta no es nuestra tierra”, dice uno de ellos. “La integración es imposible. Nunca me he sentido integrado aquí, pero cuando voy a Marruecos me siento uno más: hay la misma creencia, ideología, vestimenta… estás más tranquilo”, afirma otro de los jóvenes.

¿Cuál es el origen de esta falta de sentimiento de pertenencia? Pues algo que ha sido sistemáticamente ignorado por Occidente y, más aún, por las opciones políticas progresistas. La religión.

“No puedes tener una amistad muy profunda porque las ideologías son completamente distintas. Y cuando les rechazas es como si les estuvieras diciendo: ‘Apártate de aquí, no quiero estar contigo’”, dice uno. Según sus explicaciones y experiencias, se trata de una incompatibilidad de base.

Hablan de no beber alcohol, de no ir de fiesta, de no mantener relaciones hasta el matrimonio, de condenar la homosexualidad, etc. Esto genera un círculo vicioso por el cual ellos se alejan de las prácticas establecidas y, a su vez, la sociedad les rechaza por ello.

Un grupo de jóvenes sentados en un banco en una plaza, con edificios residenciales de fondo.

Una integración superficial

La idea de integración que plantean estos muchachos es muy reveladora de la situación que vivimos. Ellos mismos señalan que es una integración más bien superficial, limitada al trabajo, a los intercambios económicos, a las leyes y poco más.  

“Yo me puedo integrar perfectamente en la sociedad: estudiar con ellos, trabajar con ellos, pero lo que me suponga una contradicción de mi religión, allí no me puedo integrar porque va en contra de mis principios”.

¿Su conclusión? Que ni mucho menos ven su futuro en Cataluña. “Quiero hacer mi proyecto en un país islámico, ojalá en La Meca, la ciudad del profeta. Intentaré triunfar aquí y allí centrarme en la religión, le daría un sentido a mi vida”.

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