Un hombre con gafas y traje oscuro gesticula mientras habla en un entorno formal.
POLÍTICA

12-M, un año de la victoria de Illa y la derrota del procesismo en Cataluña

La década procesista ha dejado una Cataluña fragmentada y en pleno tránsito hacia un futuro muy incierto

Hoy, un año después de las elecciones autonómicas del 12M, los ecos del fin del procés siguen resonando. De hecho, podemos considerar toda esta legislatura como el tránsito desde el procés hasta el postprocés. Y es que, lo que se vendió durante la década procesista como un camino claro hacia la independencia, se ha transformado en un escenario de pura fragmentación.

En efecto, lo más destacado de las últimas elecciones fue el fin de la hegemonía procesista y, por extensión, de las históricas mayorías indepes. Ahora, el independentismo ve cómo se desmorona su relato y cómo se abre paso un nuevo paradigma para Cataluña. Por el momento, los bloques políticos se reajustan al compás de profundos cambios sociales, desde la inmigración hasta la vivienda y pasando por la inseguridad.

La caída del procesismo

No hay duda: el independentismo catalán experimentó su último cenit en 2017, cuando Junts, ERC y la CUP se presentaron como los portadores de una nueva república. Ahora bien, la actuación del Estado dejó claro que no había ninguna intención organizada y viable de alcanzar la independencia. Simplemente, hubo una aventura política que nadie en el establishment catalán se atrevió a calmar durante diez años.

Dos hombres de pie, ambos con trajes oscuros y camisas blancas, posan frente a una pared clara.

Como efecto inmediato de este engaño social, el procesismo consiguió un hito histórico en democracia. Nada menos que perder las habituales mayorías parlamentarias del independentismo, sobre las cuales se apoyaba la red institucional a su servicio. Y, como efecto subsidiario de esto, nos encontramos con que la lucha partitocrática entre los partidos procesistas se ha agudizado.

Sobre esto último, y más en particular, nos encontramos con dos factores. El primero es que la famosa “unidad independentista” ha quedado ampliamente desacreditada por la fuerza de los hechos. El segundo es que, con el surgimiento de AC, los partidos procesistas han perdido el monopolio del discurso independentista, caracterizado por tener un fuerte aroma ‘woke’.

Y el algodón no engaña. Después de las últimas elecciones autonómicas, hemos visto procesos internos de renovación dentro de ERC, Junts y la CUP. Esto sin perjuicio de que ERC y Junts hayan optado por una no-renovación al escoger a los mismos líderes procesistas que llevaron a sus partidos a esta situación.

Plano general desde la grada de detrás del hemiciclo del Parlament de Catalunya con Pere Aragonès hablando desde el atril

El ascenso del PSC

Frente al desmoronamiento del procesismo, el PSC de Illa se consolidó como la principal fuerza política de la región. La victoria de Illa no fue solo una victoria electoral, sino también una victoria ideológica. Pero se trata de una victoria ideológica muy particular y que no se fundamenta en un proyecto de gran carga social.

Por el contrario, el discurso del PSC se basa en el cansancio del votante catalán de los últimos años. Es más: muchos analistas electorales han concluido que el PSC ganó gracias en gran parte al abstencionismo de los votantes independentistas. A partir de aquí, el presidente Illa no se mueve de un discurso vagamente humanista y conciliador, al mismo tiempo que se enfrenta a una herencia muy compleja.  

Dos hombres conversando en un entorno formal con personas al fondo.

Por otro lado, el PSC actual representa el punto de conexión entre el descalabro procesista y los intereses partitocráticos. Nos referimos, claro, a que ERC apoyó la investidura de Illa. La razón para ello era muy simple: los republicanos apoyaban a Illa o se enfrentaban a un segundo batacazo electoral. Este es el motivo por el cual el Govern de Illa tiene tics y ademanes muy procesistas, desde subvencionar a la prensa nacionalista hasta mantener (y agrandar) la red institucional-clientelar.

Como toda coalición que aguanta a demasiados perdedores, el tripartito que lidera Illa está demasiado condicionado a garantizar su propia estabilidad. Nuevamente, esto es sin perjuicio de que el Govern del PSC haya hecho las promesas más faraónicas que se recuerdan, desde construir 50.000 viviendas hasta llevar a Cataluña al liderazgo económico de España. Estamos, en resumen, en una legislatura de reparto de nuevas cartas.

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