La prensa: una agonía progresiva y sin remedio
El poder mediático tradicional ha perdido su capacidad para ser el altavoz de la política y el prescriptor de la opinión
Más allá del ruido y las polémicas pasajeras, la situación de la prensa es simple: después de la llegada del mundo digital, su modelo de negocio se terminó. A partir de entonces, la prensa empezó a ceder posiciones ante las nuevas plataformas digitales, como Google o X. Por otro lado, también está la pérdida del papel, que apunta a la diferencia generacional entre la prensa escrita y la prensa digital. Los datos son inapelables.
Cuesta abajo y sin frenos
En estos momentos, toda la prensa de España no llega a editar ni 900.000 diarios de papel al día. Al margen, claro, de que los diarios que sí se editan son mucho más delgados y breves. Si se analizan los datos de la empresa de auditoría KPMG, que Ruben Arranz explicaba en una pieza para El Independiente, se observa un retroceso generalizado en la edición (y basta con compararlo de manera interanual, sin acudir a la serie histórica).
Los periódicos de información general editaron un 6,42% menos, los deportivos un 9,49 y los económicos un 8,08%. Los datos por cabeceras se mueven en esta misma línea. El País ha bajado un 8,41%, La Vanguardia un 8,97%, el ABC un 12,61% y El Mundo un 7,64%.
Finalmente, los datos de los grupos editoriales son igualmente decadentes. Vocento baja un 10,68%, Prensa Ibérica un 10,68%, Prisa un 8,57%, Unidad Editorial un 7,01% y Godó un 10,42%. Las ventas totales, por supuesto, también caen (-8,27%).
Todo esto es reflejo de que la prensa tradicional no ha podido hacer lo más mínimo para mantener su negocio de manera intergeneracional. Basta un dato para advertirlo. Actualmente, los lectores de prensa de papel tienen una edad comprendida entre los 45 y los 64 años (y subiendo). Pero es que, hace solo diez años, los lectores tenían entre 35 y 54 ¿Cuál es la conclusión? Que son exactamente los mismos lectores, que envejecen.
Un negocio ruinoso
Con estos datos, no es de extrañar que las noticias empresariales de los grupos de comunicación, que suelen pasar desapercibidas, sean casi siempre malas. Grupo Vocento, por ejemplo, propietario del ABC, tuvo unas pérdidas de 27 millones de euros durante el primer ejercicio del 2024. Esto representa un espectacular retroceso del 72%.
Por su lado, el todopoderoso grupo Prisa (El País o la SER) tuvo durante los dos primeros trimestres del año unas pérdidas de 37,3 millones de euros, un 1,3% más que en 2023. Y a nivel bursátil, la acción de la compañía ha perdido un 75,07% de su valor durante los últimos cinco años y un 99,91% desde que salió a bolsa, en junio del 2000.
Repliegue en las subvenciones públicas
Con este panorama, se hace evidente que la prensa tradicional es sostenible por la financiación pública. Y justamente esta semana salían los datos de las subvenciones de la Generalitat a los grupos de comunicación catalanes. En total, la Generalitat ha puesto este año 13,8 millones de euros en subvenciones, que se dividen en multitud de categorías que permiten justificar la captación de estos fondos públicos.
Ante esto, la conclusión natural es que el poder político compra a la prensa, pero lo cierto es que la situación es todavía más sutil. Porque no es que el poder político compre a la prensa, sino que la prensa se convierte en un reflejo a nivel mediático del sistema político en su conjunto. Por esto, no es contradictorio que los gobiernos también financien a las cabeceras que les son contrarias. En Cataluña, por ejemplo, el actual Govern ha puesto varios cientos de miles de euros en ElNacional o Abacus, que son altavoces procesistas.
Más que un mismo discurso entre toda la prensa, esto provoca una uniformización del discurso, de tal manera que nadie se sale de los límites del sistema político. Los problemas aparecen cuando el sistema en su conjunto empieza a resquebrajarse (y por motivos totalmente ajenos a la prensa). Cuando la demagogia partitocrática se generaliza, las desigualdades intergeneracionales se disparan y las tensiones étnicas aumentan, la prensa ya no tiene margen para ser el gran prescriptor de la opinión.
Asistimos, en definitiva, a otro de los cambios de paradigma de nuestra época. Por el momento, no ha hecho más que empezar. La segunda victoria de Donald Trump es su confirmación.
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