El movimiento espiritista en Cataluña: desde la burguesía a los barrios obreros
El movimiento espírita, o espiritista, jugó un papel crucial en Cataluña, especialmente en Barcelona, similar a su impacto en otras grandes ciudades españolas
El movimiento espírita, o espiritista, jugó un papel crucial en Cataluña, especialmente en Barcelona, similar a su impacto en otras grandes ciudades españolas. A pesar de su relevancia, muchos desconocen su importancia.
Nadie duda de que Hipólito Reval, nacido el 14 de noviembre de 1808 en Lyon (Francia), fue el "padre" indiscutible del espiritismo, tanto en el ámbito filosófico como, sorprendentemente, en el religioso. Conocido históricamente bajo su pseudónimo Allan Kardec, Reval imprimió al espiritismo un profundo carácter religioso y una visión trascendente de la vida, a pesar de la oposición frecuente de sectores religiosos establecidos.
Católico en su origen, el espiritismo pronto impactó fuertemente en ambientes protestantes para extenderse rápidamente por toda Europa y los Estados Unidos, así como a las numerosas colonias que las diversas potencias europeas poseían en otros continentes.
Aunque nadie puede asegurar a ciencia cierta en qué fecha llegó el espiritismo a España, podemos afirmar con toda seguridad que fue muy anterior a la proclamación de la inestable y fallida Primera República (febrero de 1873-diciembre de 1874).
Es durante ese inestable y revoltoso periodo cuando los más ultraconservadores y dogmáticos escritores de la Iglesia Católica se esfuerzan por hacer creer a su público que la doctrina espírita había llegado a nuestras tierras. Esta insistencia probablemente tenía el objetivo de desviar la atención de ciertos sucesos vergonzosos y deleznables que habían ocurrido anteriormente, algunos de los cuales comentaremos a continuación.
El centro principal desde donde el espiritismo se extendería rápidamente por toda España fue Barcelona, seguida muy de cerca por Madrid. Sin embargo, pocos años antes ya existían grupos aislados pero muy activos en Cádiz y Sevilla.
En una fecha tan temprana como 1854, en tierras andaluzas aparece una curiosa publicación de carácter espiritista elaborada a base de folletos y con una tirada de 3000 ejemplares. La Iglesia actúa inmediatamente y hace quemar en Cádiz, población que casi con toda seguridad fue un enclave primerizo del espiritismo español –tal vez por su cercanía con Gibraltar–, casi todos los ejemplares, en medio de un acto de fe al más puro y oscurantista estilo medieval.
Poco más tarde, concretamente en 1860, y también en tierras meridionales, aparece la que para muchos estudiosos es la primera revista “auténtica” dedicada al espiritismo: “El Espiritismo de Sevilla”. La publicación, fundada por uno de los principales líderes espiritistas españoles, Francisco Martí Boneval, tenía una tirada de pocos centenares de ejemplares.
Curiosamente, el espiritismo en España se introdujo inicialmente a través de sectores acomodados y liberales de la sociedad. En Cataluña, fue patrocinado por aristócratas como el influyente político aragonés, el vizconde de Torres Salanot (1797-1870), durante sus estancias en Barcelona, y altos mandos del ejército, del sector liberal, como el célebre militar y político barcelonés, el general Bassols (1797-1872).
Incluso existe una fuerte controversia sobre el político canario José Plácido Sansón y Grandy (1815-1875), quien ocupó varios cargos importantes, incluido el de gobernador civil de Ciudad Real. Algunos sectores lo consideran el primer líder y médium espiritista de España.
Entre 1850 y 1865, un gran número de libros espiritistas llegaron a Cataluña, generando inquietud y malestar entre los sectores más conservadores de la Iglesia, que veían en este movimiento un serio contrincante. Tanto es así que, en una soleada mañana del 9 de octubre de 1861, el obispo de Barcelona de aquel entonces, el doctor Palau, ordenó quemar en la explanada de la Ciudadela —mandada edificar por el primer monarca borbónico, Felipe V, en el mismo lugar donde a veces se ejecutaba a criminales— varios centenares de libros espiritistas.
Varios sacerdotes asistieron al acto, contemplando con un fanático placer reminiscente de oscuros siglos pasados, cómo ardían aquellos libros considerados “heréticos” y, para algunos, casi necrománticos. Una vez apagada la hoguera, estos marcharon escoltados, rezando sus oraciones, mientras una multitud enojada les gritaba: “¡Abajo la Inquisición!”.
Según una crónica de la época, algunos seguidores o simpatizantes del espiritismo recogieron las cenizas, y algunos incluso maldecían al obispo Palau por su fervor neoinquisitorial. Curiosamente, este líder dogmático falleció apenas un año después.
De acuerdo con antiguas crónicas espiritistas —cuya veracidad es dudosa y no confirmada—, poco después de su muerte, el espíritu del obispo barcelonés se manifestó primero en una sesión mediúmnica en París, y más tarde en Barcelona. En estas apariciones, su espíritu habría pedido perdón por la quema de libros y animado a sus seguidores a intensificar el proselitismo. Afirmó también que en el lugar del infame “acto de fe” surgiría un jardín lleno de flores. Curiosamente, esto ocurrió, ya que el general Joan Prim i Prats (Reus 1814-1870) donó esa zona al pueblo de Barcelona. Los dirigentes comenzaron a demoler la Ciudadela en 1869, y para la Exposición Universal de 1888, el lugar se transformó en un espacio con flores y jardines. La supuesta premonición o deseo post-mortem del arrepentido espíritu de Palau parecía haberse hecho realidad.
Una vez arraigado entre las clases altas y los militares liberales, el espiritismo se extendió rápidamente a las clases obreras. Citando al historiador Ventura Subirats: “La clase obrera convirtió el espiritismo en su religión. Era el fundamento de su vida, les proporcionaba una forma de saber qué les sucedía a sus difuntos, era en esas reuniones donde buscaban remedio para sus males y encontraban una respuesta religiosa a sus deseos de igualdad”.
Tras leer estas palabras, no nos puede extrañar que el movimiento espírita se extendiera rápidamente por todos los barrios obreros de la Ciudad Condal. Podemos afirmar casi con certeza que cada barrio tenía su propio centro espiritista.
La Iglesia Católica, como se ha mencionado anteriormente, nunca vio con buenos ojos esta “herejía” moderna, que aseguraba que la gente una vez fallecida podía reencarnar, lo que echaba por los suelos la ortodoxa creencia católica en la resurrección de los cuerpos, y más aún, en el siempre presente y temido, Infierno, donde debían ir los pecadores que incumplían los sagrados mandamientos.
Al principio, publicaciones como la Revista Espiritista de Barcelona y El Buen Sentido de Lleida seguían de cerca las directrices de la Biblia, buscando en sus versículos confirmación de sus teorías reencarnacionistas. Sin embargo, con el tiempo, algunas de estas publicaciones comenzaron a distanciarse de dicha línea.
La influencia de los espiritistas barceloneses fue tal que, a finales de 1931, el Congreso Internacional Espiritista, celebrado en La Haya, decidió organizar su próximo congreso en Barcelona, reconociéndola como la capital espiritista de España, superando incluso a su rival, la ciudad india de Bombay, entonces bajo protectorado británico.
El congreso se celebró entre los días 1 a 10 de septiembre de 1934, y fue un completo éxito, pese al enrarecido ambiente político del momento. Sant Andreu, Sant Martí, Gracia —con un muy importante centro en la calle Sant Lluis y una publicación especializada cuya redacción estuvo situada en la actual del “Canó”—, El Eixample, Poble Sec —donde incluso durante el franquismo existía algún numeroso grupo en la calle Magallanes—, y las Rondas —con la sede de la importante publicación 'La Veu de l'Anima' en la Ronda de Sant Pau— o Poble Nou, son solo algunos de los barrios que acogieron centros espiritistas, convirtiendo al espiritismo en la “segunda religión” de Barcelona, e incluso de toda Cataluña. Como señala el historiador Jordi Ventura en su obra “Els heretjes catalans” (Editorial Selecta), hasta el estallido de la Guerra Civil Española en julio de 1936, el cementerio espiritista de una localidad tan pequeña como Sant Quintí de Mediona era más importante y grande que el camposanto católico de la misma población.
Con el estallido de la fraticida guerra civil y el posterior triunfo del franquismo, el espiritismo fue prohibido, perseguido y condenado, llevando a muchos espiritistas a la cárcel como modernos herejes. Pese a la persecución política, religiosa y policial a la que fueron sometidos los espiritistas barceloneses —y de toda España—, podemos asegurar que en barrios como Poble Sec, Sant Andreu , Gracia o Sants, los espiritistas se reunían en secreto y en pequeños círculos cerrados en casas particulares.
Al llegar la democracia, estas prácticas volvieron a salir a la luz, y en algunos casos se abrieron locales y centros visibles para todos, como el centro espiritista de la calle Ponent, muy cerca (por casualidad) del hogar de Enriqueta Martí, la llamada "Vampira de Barcelona", de quien hablamos recientemente en otro artículo en este medio.
En la década de 1970, se celebraron diversos simposios y congresos públicos espiritistas en Cataluña, con el auspicio ocasional de medios de comunicación y librerías especializadas, atrayendo a espiritistas de toda España y del extranjero.
Sin duda hoy, como hace un siglo, en Barcelona se siguen practicando sesiones espiritistas tanto por personas convencidas y seguidoras de esta doctrina como, por desgracia, por algunos oportunistas —tanto locales como extranjeros— que ven en la necesidad de “contactar” con seres queridos fallecidos una forma de ganarse la vida. Cada cual, si está interesado, sabrá discernir entre unos y otros.
Barcelona fue, es, y esperamos que siga siendo, una ciudad abierta, donde las teorías espiritistas y otras similares están presentes como fiel reflejo de la acogida que siempre ha tenido la Ciudad Condal hacia los diferentes movimientos heterodoxos. La presencia continua del espiritismo en Barcelona no es solo un legado de su pasado, sino también un testimonio de su identidad inclusiva y de su apertura a explorar lo desconocido y lo no convencional, aspectos que, sin duda, continuarán moldeando su carácter en el futuro.
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