¿Cómo ser un buen docente y no morir en el intento?
Dice el dicho que cada maestrillo tiene su librillo, pero en asuntos de ser bueno y eficaz hay que atender a lo práctico abandonando lo teórico
Dice el dicho que cada maestrillo tiene su librillo, pero en asuntos de ser bueno y eficaz hay que atender a lo práctico abandonando lo teórico. Las siguientes premisas podrían aproximar un posible perfil docente decente que ayude a la reducción de nuestro fracaso escolar.
Primera, un buen docente jamás debe ser amigo, aunque tampoco enemigo, de sus alumnos, sólo debe ser respetuoso y respetado. Recuérdese que la amistad se fundamenta en la igualdad de deberes y responsabilidades entre los interesados. Un profesor y un alumno todavía no comparten ni las mismas obligaciones ni los mismos derechos, simplemente no son iguales. Un docente debe saber orientar, evaluar y valorar a un escolar, no citarse con sus alumnos en clase. Si fueran amigos las notas serían favores y el aula una algarabía sin transmisión de conocimientos. Y si fueran enemigos, las notas serían venganzas y el aula una batalla sin confianza.
Segunda, un buen maestro debe exigir trabajo y respeto con límites claros al principio. Ya habrá tiempo que los alumnos descubran la parte humana y bondadosa de este, pero no el primer día. Cuando ello ocurra dejarán de pensar que el mentor es alguien distante para convertirse en alguien con quien compartir buenas conversaciones. En ese instante el docente se habrá convertido en lo que más buscan los adolescentes, en un referente, y la confianza fluirá entre ambos.
Tercera, un buen educador debe dominar su especialidad. Los estudiantes repudian con suma celeridad a los docentes que cojean en conocimientos, pero, en cambio, valoran a quienes explican las lecciones con base y claridad. Por eso en Estonia escogen como docentes a los mejores alumnos que salen del bachillerato. Estos futuros maestros recibirán clases de los mejores profesores de universidad. De esta forma, la profesión docente atrae a los más inteligentes y ambiciosos que dominan su especialidad con un lenguaje preciso, correcto y culto. En China, otro país con excelso éxito académico, según PISA, los maestros sólo enseñan una materia que dominan al dedillo, algo que nos muestra otra vez que existe una clara relación entre lo que saben los docentes y lo que aprenden los alumnos. Además, un estudio realizado por el matemático y pedagogo Robert Coe en la Universidad de Durham concluía en 2015 que lo más importante para ser un buen maestro era dominar la materia a enseñar. De hecho, es muy difícil que un profesor enseñe bien algo que no sabe. En España se defiende que el mentor sólo sea un guía del estudiante sin necesidad de dominar su especialidad.
Cuarta, un buen profesor debe practicar la humildad, algo que a su vez le otorgará una gran autoridad y confianza entre sus escolares. El docente que busca impresionar para ser admirado creará distancia con sus alumnos. La pedantería académica no suele resultar un puente de correspondencia.
Quinta, un buen profesor debe saber defender los intereses de sus alumnos por encima de otros malos pedagogos, expertos o educadores. Si ese aspecto llega a oídos de sus alumnos, éstos sentirán un profundo respeto por su mentor y confiarán más en él.
Sexta, un buen docente, educa también con el ejemplo. No siempre quien educa es educado, pero quien es educado siempre educa. Con el respeto y los buenos modales siempre se estará en posesión de la autoridad. En todo caso, y si un día el docente fallara, demostraría ser imperfecto, algo que también mostraría su humanidad.
Séptima, un docente debe siempre quejarse si el sistema educativo resulta deficiente. Si cree, no debe llenar tanta burocracia o elaborar tantos materiales didácticos como en España se impone, han de hallar argumentos y razones para oponerse. En este sentido, los profesores de Finlandia suelen usar libros y manuales que han funcionado en otros cursos para sólo dedicarse a su función esencial, transmitir conocimientos y valores.
Octava, un educador experto, debe mantener un buen orden y silencio en sus clases para facilitar que sus alumnos se concentren y aprendan bajo un esfuerzo menor que si la algarabía reinara en la sala. Además, un ambiente tranquilo permite algo fundamental, el aprendizaje sistemático de la lengua bajo el esfuerzo y la perseverancia.
Novena, un buen docente debe impartir conocimientos de lo más fácil a lo más complejo, con esquemas, ejercicios y explicaciones bien estructuradas. Durante estas hay que vocalizar con tranquilidad, sin prisas, con amplio dominio del idioma y con autoridad en el aula. Ya sabemos que muchos docentes noveles padecen de taquilexia, es decir, por culpa de sus nervios e inseguridad, hablan deprisa y con estridencia, craso error. Al hablar así transfieren a los estudiantes tensión e intranquilidad. Lo mejor es dominar la materia para poder hablar despacio y dando tiempo a los alumnos en sus observaciones, experimentos y anotaciones. El docente inseguro en sus conocimientos cae a menudo en los nervios, el titubeo y la taquilexia.
Y décima y última, un buen docente debe informar de los errores escolares a los alumnos y a los padres de éstos.
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