Retrato de Enriqueta Martí en blanco y negro, con expresión seria en la cara
OPINIÓN

'La Vampira' Enriqueta Martí: de asesina y cómplice de la burguesía a ‘casi víctima’

Se conocen al menos cuatro lugares donde Enriqueta habitó en Barcelona durante esos macabros años


Hace unos años, dando una conferencia sobre “supuestos” casos de vampirismo en Cataluña —que los hay desde el siglo XIII— en una desaparecida sala de la Avenida Mistral, comenté que la mal llamada “Vampira de Barcelona” (o “Vampira del Raval”) no podía considerarse una “vampira”, sino una asesina, delincuente, alcahueta para degenerados de alta cuna y un “monstruo” como persona.

Inmediatamente, se levantaron tres chicas jóvenes, bastante desaseadas, con aspecto de venir de una larga rave y me increparon con gritos de “machista”  y “facha”. No hizo falta desalojarlas, ya que, ellas mismas, puño en alto la que parecía ser la líder de aquella “trinca woke”, marcharon de la sala.

Es verdad que, en los últimos años, han sido varios los escritores e investigadores que han publicado bastantes buenismos sobre la que, algún medio sensacionalista de principios del pasado siglo, denominó “La Vampira de Barcelona” o “Vampira del Raval.”

Enriqueta Martí Ripollés —algunos aseguran que su segundo apellido era Ripoll— nació en Sant Feliu de Llobregat un 2 de febrero de 1868 (otras fuentes dicen 1871). Sin estudios ni cultura (lo más habitual en esos tiempos), se trasladó siendo una adolescente, se calcula que con 15 años, a la Ciudad Condal para trabajar de niñera de una potentada familia barcelonesa.

Retrato de Enriqueta Martí en blanco y negro, con expresión seria en la cara

Ya fuera porque no le gustaba tal trabajo, por pereza o, según otros, por ser víctima de los acosos del padre de la poderosa familia, dejó aquella labor y se dedicó a la prostitución, práctica que ejerció durante años en burdeles y bares cercanos al puerto de Barcelona, principalmente en un par de establecimientos de baja ralea situados en el Portal de Santa Madrona, uno de los cuales estuvo activo hasta hace no muchas décadas.

En tales establecimientos ofrecía sus servicios lo más bajo y problemático de la prostitución barcelonesa. Un ejemplo serían sus dos violentas “colegas” conocidas como “La Vasca” y la “Cinc cèntims” —conocida así por sus honorarios por servicio completo— que tanta intervención tendrían durante la terrible Semana Trágica del año 1909.

Todo parece indicar que la joven Enriqueta, además de dedicarse al mal llamado “oficio más antiguo del mundo” por una cuestión económica, también lo hacía por verdadero placer, ya que todo apunta que podría haber tenido una inclinación hacia la ninfomanía.

Con 27 años, Enriqueta se casó con un pintor venido a menos (o, literalmente, fracasado) y de poco carácter, llamado Joan Pujaló. La pareja vivió una tormentosa relación, ya que  se juntaron y volvieron a separarse seis o siete veces, algo poco habitual en esos tiempos.

A Pujaló no le faltaban motivos para llevarse mal con su esposa; tanto su extraño y mal carácter, su desmedida afición a los hombres como sus constantes visitas profesionales —pese a estar casada— a los burdeles que ya habían sido su lugar de trabajo antes de la boda, los llevaron a una situación imposible.

Se rumoreaba, además, entre vecinos y conocidos, que Pujaló sufría de impotencia, lo que probablemente agravaba la tensión en su matrimonio, considerando la posible ninfomanía de Enriqueta.

Enriqueta, amante del dinero y la buena vida, llevaba dos existencias muy distintas. Mientras de día mendigaba como una pordiosera por distintos lugares, principalmente por lo que actualmente son los alrededores de la Plaza Vicente Martorell y la calle dels Àngels, de noche cambiaba sus harapos por lujosos vestidos con los que acudir a los lugares más “nobles” y habituales para la burguesía catalana; desde el Casino de la Rabassada o el Teatro del Liceo, hasta los más selectos establecimientos de un por entonces alegre, desenfadado y artístico Paralelo.

Fue sin duda allí, en esos establecimientos para gente acomodada de la sociedad y la burguesía catalana —sin olvidar algunos títulos nobiliarios—  donde Enriqueta contactó con algunos adinerados y poderosos pedófilos que buscaban “salida” para sus repugnantes aficiones sexuales. De hecho, se sabe que en 1909 fue detenida por administrar un burdel especializado en niños, con edades comprendidas entre los 3 y 14 años. Este antro de vicio estaba ubicado en la calle Minerva de Barcelona y, en él, Enriqueta tenía como socio a un joven hijo de una influyente y adinerada familia catalana.

Durante la detención de Enriqueta y su socio, parece ser, aunque la información varía según las fuentes, que la policía encontró y se llevó una “libreta negra” que funcionaba como “cartera de clientes” de dicho burdel. Sin embargo, la larga y poderosa mano de varios de sus “respetables” clientes, habituales de dicho pedófilo negocio, consiguió que no hubiera juicio, que el caso se “olvidara” y que la misteriosa “cartera de clientes” desapareciera para siempre.

Sin su lucrativo negocio de pedofilia, Enriqueta se siguió prostituyendo. A medida que avanzaba en edad —y nunca habiendo sido especialmente atractiva—, parece ser que comenzó a raptar niños y utilizar todo de sus cuerpos (huesos, grasas, sangre) para confeccionar pócimas y ungüentos destinados a combatir diversas enfermedades, muy habituales en una sociedad muy pobre y que, en muchas ocasiones, afectaban también a gente adinerada y poderosa que podía pagarse ciertos “remedios”, aun a costa de la vida de inocentes de los estratos más bajos de la sociedad.

Se conocen al menos cuatro lugares donde Enriqueta habitó en Barcelona durante esos macabros años: en las calles Tallers, Picalquers, Jocs Florals y Ponent (posteriormente Joaquín Costa), así como en Sant Feliu de Llobregat. En al menos dos de estos domicilios, fue desalojada por impago del alquiler.

La desaparición de niños, principalmente en las zonas más desfavorecidas, era un fenómeno frecuente en aquella época. No todos los casos pueden atribuirse a Enriqueta, eso está claro, dado que había otros criminales involucrados en este repudiable negocio. Sin embargo, la desaparición de Teresita Guitart Congost, el 10 de febrero de 1912, disparó las alarmas. Una semana después, una vecina llamada Claudia Elías afirmó haber visto a la niña asomada en la vivienda de Enriqueta.

El descubrimiento de Elías se difundió entre los vecinos, y uno de ellos, un colchonero de la misma calle, informó a un policía. El agente, a su vez, notificó de inmediato a su superior, el brigada Ribot.

El 27 de febrero, el brigada, junto con dos agentes y bajo la excusa sanitaria de un gallinero en la vivienda, registraron el piso de Enriqueta. Allí encontraron a la niña raptada hacía poco, además de otra niña que Enriqueta afirmaba ser su hija, lo que se descartó tras pruebas médicas que demostraron que nunca había dado a luz. Además, hallaron numerosos frascos con pócimas, un saco lleno de ropa infantil ensangrentada y un gran cuchillo manchado de sangre sobre una mesa. Curiosamente, años más tarde, supe que Enriqueta era una buena y habitual cliente de una cuchillería decimonónica  en la cercana calle del Carmen, ahora cerrada desde hace unas décadas.

Una vez detenida y tras inspeccionar los diferentes pisos en los que había vivido, se encontraron numerosos huesos y restos humanos (algunos dicen que también de animales), presumiblemente utilizados para elaborar sus ungüentos y cataplasmas, vendidos a clientes acaudalados para tratar enfermedades comunes y mortales de la época, como la tuberculosis.

En su última residencia en la calle Ponent número 29, se hallaron varias libretas y papeles, algunos con recetas macabras para sus pócimas. Según todos los indicios, también se encontró una lista extensa con nombres y apellidos de individuos y familias influyentes de la alta sociedad y burguesía catalana: empresarios, banqueros, políticos, médicos y, posiblemente, hasta alguna “cuna noble”.

Las autoridades intentaron por todos los medios que dicha lista no se hiciera pública e, incluso, se comunicó por mediación de algún diario que aquella lista con prohombres y conocidas familias de la clase alta catalana estaban relacionadas con “caritativas” donaciones que le habían hecho a Enriqueta en sus tiempos de pordiosera, una explicación que, lógicamente, no convenció a nadie. Las autoridades tenían todavía muy presente la reciente y sangrienta Semana Trágica y había preocupación por evitar otra revuelta popular si una información como aquella salía a la luz.

Una vez en la prisión de mujeres de Reina Amalia, surgieron varias incógnitas y versiones sobre Enriqueta. Aunque inicialmente se negó a revelar los nombres de sus clientes acaudalados y poderosos, e intentó involucrar a inocentes, eventualmente decidió hacer pública parte de su lista de clientes privilegiados. Esto lo hizo después de un intento fallido de suicidio, cortándose las venas con un cuchillo de madera.

Para prevenir otro intento de suicidio, que hubiera sido mal recibido por la población que ansiaba verla juzgada y conocer la lista de sus clientes, las autoridades le asignaron una “presa de confianza” para vigilarla constantemente.

La madrugada del 12 de mayo de 1913, casi un año y tres meses después de su arresto, la mal llamada “Vampira de Barcelona”, falleció en prisión. La causa oficial fue cáncer de útero, aunque, lógicamente, hubo más versiones. Desde la que hablaba de un linchamiento por parte de sus compañeras de cárcel, hasta otra, menos conocida, que aseguraba que esa noche se le abrió la puerta de la prisión a un sicario que terminó con ella por encargo de alguien (o algunos) que temía ser descubierto y que su respetable nombre se hiciera público ante tal despreciable caso.

Enriqueta se llevó a la tumba, en el cementerio de Montjuïc, sus secretos y los nombres de sus inmorales clientes. Algún medio sensacionalista de la época la bautizó como la “Vampira de Barcelona”, y así ha pasado a la crónica negra de nuestro país.

A pesar de su apodo y sus actos, en los últimos años algunos parecen querer justificar o negar sus comprobados crímenes y degenerados negocios. Incluso algún investigador la ha querido hacer “mártir” y víctima de un supuesto burdel propiedad de algunos policías en El Raval de entonces. Al paso que vamos, quizá pronto aparezca alguien pidiendo que se le dedique una calle…

Sea como sea, Enriqueta fue un ser degenerado y asesino al servicio de otras gentes tan depravadas como ella, pero con respetables apellidos y cuentas bancarias bien provistas. La violencia y crueldad de sus actos podría valerle muchas etiquetas, pero ninguna de ellas sería la de “vampira”.

No obstante, no dejemos que la falsa etiqueta vampírica de Enriqueta nos haga pensar que en Cataluña no ha habido supuestos casos de vampiros clásicos. Sobre estos “no muertos” cinematográficos, profundizaremos en futuras ocasiones, abriendo la puerta a más capítulos desconocidos de nuestra historia.

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