Transeúntes inmigrantes en una céntrica calle de Barcelona andando de espaldas a la cámara

OPINIÓN

Hablemos de la inmigración: Difícil hablar con naturalidad

La inmigración había sido un tema casi tabú, solo lo tocaba la ultraderecha y quizás por eso los otros callaban

La inmigración había sido un tema casi tabú, solo lo tocaba la ultraderecha y quizás por eso los otros callaban, el absurdo “cordón sanitario” obligaba a ignorar el tema porque se tenía que ignorar a quién hablaba. 

Pero ahora, de repente, en cosa de poco tiempo, todo el mundo se ha puesto a hablar de la inmigración, aquí y afuera, y los diarios van llenos. ¿Es bueno o malo que se hable tanto? En principio, hablar de una cuestión es necesario para conocerla, pero hablar porque se ha puesto de moda por la razón que sea atrae indocumentados, insolventes en la materia, se dicen superficialidades y disparates, y si lo hacen unos cuantos a la vez, tertulianos, por ejemplo, se acaba en un guirigay que nada aporta, al contrario, enturbia la cuestión. Esto está sucediendo con la inmigración, y esta sería la vertiente mala.

Hablar de la inmigración tanta gente, tanto y en tantos sitios priva la ultraderecha de su tema estrella, si habla todo el mundo ellos pierden originalidad y audiencia, y esto sería la vertiente buena. Hasta no hace mucho, muy conspicuos intelectuales, incluso, alguno que, cuando menos, permite que se lo califique de “filósofo”, pontificaban que con la ultraderecha no se tenía que hablar, que sus sandeces no se tenían que contestar, era la aplicación del “cordón sanitario” que tanto ha protegido a la ultraderecha, produciendo el efecto inverso al pretendido por los que ponían el “cordón”. 

Al no entrar a debatir con la ultraderecha se le evitaba que tuviera que “argumentar” lo que decía y sobre la inmigración las decía gruesas. Aquí se permitía que Santiago Abascal tuviera razón a los ojos de muchos y por eso se hicieron sus votantes: “si no le contradicen lo que dice, debe tener razón, (y encima, me gusta lo que dice), lo votaré”.

Así ha pasado con la inmigración. No contradecir a los ultraderechistas cuando despotricaban de la inmigración ha viciado la cuestión, ha dejado encarrilado el tema en la línea de sus prejuicios ideológicos y ha coartado la libertad de hablar de la inmigración.

Ropa tendida en un balcón de una céntrica calle de Barcelona

Ha quedado claro que la ultraderecha rechaza la inmigración. Dicen que la irregular, pero, en realidad, toda. Incluso, los inmigrantes nacionalizados españoles. “Cómo puede ser un buen español un negro o un moro?” Uno y otro, españoles, siempre estarán sometidos a sospecha, de qué y por qué, tanto da. Lo explica luminosamente la escritora Najat El Hachmi con su arte literario y, además, porque lo ha vivido en propia carne. Tiene un dominio extraordinario del castellano y del catalán, dice cosas de una gran lucidez, sensatez y humanidad, pero “no es de los nuestros”, es marroquí y “siempre lo será”. 

Si la ultraderecha rechaza la inmigración, se hace difícil hablar de la cuestión de los 56.852 emigrantes irregulares llegados a España en 2023.  Si la ultraderecha dice que los inmigrantes tienen una disposición irrefrenable a la delincuencia y son reincidentes compulsivos, se hace difícil hablar de los delincuentes multirreincidentes, inmigrantes o no. Si la ultraderecha dice que hay barrios que se han degradado porque solo los habitan inmigrantes, se hace difícil hablar de los problemas de los barrios donde los inmigrantes se han concentrado y guetizado obligados por el abusivo mercado inmobiliario y por el rechazo hacia ellos que sienten. 

Si la ultraderecha dice que los centros de salud y las aulas escolares están saturados por culpa de los inmigrantes, se hace difícil hablar de la saturación de centros y aulas por carencia de medios, que faltan porque no son prioritarios para el gobernante.

Todo lo que la ultraderecha toca de la inmigración ha quedado tocado, marcado por su impronta y quien hable de la inmigración se arriesga a ser confundido con la ultraderecha y a ser tildado de xenófobo y racista, tildado a menudo desde posiciones próximas a la misma ultraderecha o, peor aún, desde la izquierda.

Y, aun así, tenemos que rescatar la inmigración dialécticamente secuestrada por la ultraderecha y tenemos que aprender a hablar con naturalidad del problema que tiene o que causa el inmigrante, prescindiendo del origen de la víctima o del autor del problema.