Ruben Wagensberg sujetando una pancarta con el lema queremos acoger

OPINIÓN

Decir 'queremos acoger' no te convierte en buena persona, al revés

Mientras van con su discurso buenista, creyéndose que así son mejores personas, la realidad de estos chavales no es precisamente de color de rosa

Editorial Arnau Borràs

El establishment buenista ha impuesto la idea de que apostar por la política de fronteras abiertas, el ‘queremos acoger’ y el ‘welcome refugees’ te convierte automáticamente en buena persona. Y que pedir un control fronterizo y asumir que aquí no cabe todo el mundo es algo solo apto para malas personas.

Sin embargo, más bien sería al revés. Y la realidad lo demuestra. Especialmente inhumana es su posición con los extranjeros menores de edad no acompañados, los llamados menas. Esos que llegan solos, dejando atrás a sus familias. 

“Queremos recibir más menores migrantes solos que se juegan la vida huyendo de la miseria”, decía hace poco Jordi Salvador, diputado de ERC en el Congreso. Un discurso que comparte y aplaude todo el arco parlamentario progre catalán.

Ni se dan cuenta de la aberración que defienden. Mientras van con su discurso buenista, creyéndose que así son mejores personas, la realidad de estos chavales no es precisamente de color de rosa. 

Dicen que “queremos acoger”, pero callan cuando se conoce que hay centenares de estos jóvenes condenados a dormir en comisarías porque los centros de acogida están desbordados.

Dicen que “queremos acoger”, pero buscan excusas cuando se hace evidente la incapacidad que tiene ahora mismo Cataluña para asumir unas oleadas de inmigración que aumentan mes tras mes.

Dicen que “queremos acoger”, pero callan o buscan excusas cuando en E-Notícies publicamos que 3 de cada 4 presos menores de 25 años en las cárceles catalanas son extranjeros, la mayoría de ellos exmenas incontrolados.

Dicen que “queremos acoger”, con la excusa de que estos menas “huyen de la miseria”, y ni se dan cuenta (o quizás si, lo que sería aún peor) de que lo que hacen es condenarlos a otra miseria.

Al final, ya sabemos cómo va esto. La vida de estos jóvenes les importa lo justo y necesario. Lo único que les importa es reforzar el negocio de la miseria que se han montado (y del que muchos de ellos viven). Y, sobre todo, sentirse moralmente superiores, creyendo que son mejores personas que nadie, mientras se siguen llenando las comisarías de jóvenes que no tienen donde ir y las cárceles de veinteañeros que han acabado haciendo de la delincuencia su modo de vida.

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