El Reino de la CUP no es de este mundo
Para ellos, siempre hay algo que lo explica todo, que es más bien abstracto y que está pendiente de arreglar
Como la realidad empieza a apretar un poquito ya nadie habla de la CUP. Precisamente por eso es un buen momento para referirse a la formación anticapitalista. Y no por llevar la contraria a la actualidad, sino porque la película se puede juzgar cuando ha terminado. Y por lo que parece la CUP ya está en su ocaso.
Todo se paga
Mi tesis es que hace falta mucho capitalismo para que una sociedad se pueda permitir a una formación anticapitalista. Y la CUP es a la política lo que el veganismo es a la nutrición: un lujo que se pueden permitir ciertas sociedades. Si uno se para a pensarlo, hace falta mucha prosperidad, no para que todos coman, sino para que algunos se puedan permitir llevar tal o cual dieta.
En este sentido, la CUP es una formación capitalista. No lo digo con la mala fe de acusar a la CUP de aquello que quieren combatir, que es precisamente el capitalismo. Me refiero más bien a las funciones objetivas que desempeña la CUP en el sistema político, que son funciones de consumo, o sea, de consumo político. La imagen del supermercado alumbra bastante bien este asunto.
Almendra en cubos
Uno de los atributos del consumo es la tendencia a la concreción, al hiperdetalle. Recuerdo que en cierta cadena de distribución alimentaria encontré almendra en cubos, unos cubos pequeños y perfectos. Me quedé con la bolsita en la mano, un poco abrumado ante la imagen de recortar almendras en forma de minúsculos cubos. Pero también hay mangos de Brasil, cerveza alemana, patatas fritas con sabor a trufa, pienso de salmón para perros. Hay de todo, en fin.
La democracia - pero la realmente existente - se asemeja a un supermercado: los partidos ofertan tales o cuales productos en régimen de competitividad. Y de la misma manera que hay secciones destinadas a productos minoritarios, hay productos políticos minoritarios.
Y el consumo de estos productos suele ir aparejado a motivos igualmente minoritarios. Lo cual, en política, suele ser un signo inequívoco de idealismo. No de idealismo en el sentido de luchar por causas nobles y elevadas - que en la CUP ciertamente lo tienen -, sino de un idealismo más bien abstracto, casi cognitivo. Como aquel al que le dijeron que la ciencia había refutado su teoría y dijo “Pues peor para la realidad”.
Mi apocalipsis es muy importante
El caso es que la CUP es un partido que, si quiere comer almendra, solo puede ser en cubitos, y si quiere comer fruta, tiene que ser mango y en abril. Desde la CUP dirán que es todo lo contrario: que ellos promueven el consumo de proximidad. Pero esto es la apariencia del asunto, su analogía. Cuando de alimentar a millones de personas se trata, el simpático consumo de proximidad es el equivalente al pienso de salmón.
A todo esto, los motivos minoritarios suelen ser reduccionistas e intransigentes, casi siempre teñidos de reivindicación. Para el idealismo político, no se trata de alimentar a millones de personas, sino de hacerlo de tal o cual manera. Es el tema del reduccionismo: no toleran que los fenómenos se presenten como se presentan y que la política llegue hasta donde llegue. Para ellos, siempre hay algo que lo explica todo, que es más bien abstracto y que está pendiente de arreglar.
Si hay aumenta la inseguridad, hay que buscar las causas más profundas, acabar con la pobreza, poner fin a las desigualdades sociales, “disputar la catalanidad”, reforzar el modelo de convivencia y pim-pam-pum bocadillo de atún para que no te roben el móvil hay que acabar con el capitalismo. Pero Ortega decía que ‘el hambre y la sed de justicia nunca tendrán más fuerza que el hambre y la sed’. O sea, que nos pilla un poco lejos el capitalismo.
Cuando la política no está apegada a los fenómenos se disuelve en una moralina inconcreta y en noches electorales de “nos ha faltado hacer más pedagogía”. Todo ello con el agravante de que, cuanto más les aplasta la realidad, más se reafirman en que estaban en lo correcto. Hay un punto en el que se cruzan lo patético y lo épico. A menos que estemos en Rusia, por mi parte tengo bastante claro que si alguien me dice que sus ideas molestan al poder es que estoy ante un perfecto iluso.
Para acabar, hay otra cosa muy propia de los idealistas: creer que sus debates bizantinos son muy importantes. Un ejemplo es la polémica que tienen sectores feministas con sectores queers y que, a la mayoría de la gente, le da más o menos igual. El idealista, cupero o no, se queda con cara de catequista sorprendido cuando le dices que tal o cual apocalipsis te da igual. Lo cual refleja una cosa que nadie parecer tener presente: que la función de la política es ordenar, no poner.
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