Primer plano de Sílvia Orriols con la bandera catalana de fondo
OPINIÓN

La burbuja catalana

La prensa es terrible y por eso pierde lectores a manta

El lunes La Vanguardia titulaba: “Borràs se opone a pactar para impedir que la ultraderecha gobierne en Ripoll”. En el lead ajustaban cuentas con la expresidenta del Parlament por no oponerse a Aliança Catalana, partido al que definía como ”xenófobo, islamófobo y de extrema derecha”. En la dirección de Junts debieron de leer la información y desautorizaron a su presidenta. Lo nunca visto.

Cabe recordar que Borràs había dicho anteriormente que era mejor “respetar la lista más votada” y si acaso presentar una moción de censura más adelante, porque lo contrario era “hacerlos crecer”, lo cual es lo más cuerdo que ha dicho Laura Borràs en toda su carrera política que, dicho sea de paso tampoco es tanto.

Este martes, para terminar la jornada, el diario del grupo Godó le dedicaba hasta un semáforo rojo. Se nota que el conde vive en Sarrià-Sant Gervasi en vez del Raval. Es muy fácil hablar de la inmigración desde un edificio de oficinas en la Diagonal, pero vete a Ripoll a preguntar por qué 1.400 habitantes han votado por Sílvia Orriols.

Han pasado de un concejal en el 2019 -entonces era el Front Nacional de Catalunya- a seis. De 500 votos a 1.400. Del 9 y pico por ciento a más del 30. Igual se ha colado alguno. Pero no puede ser que todos sus votantes sean racistas, xenófobos e islamófobos.

Ya pasó algo similar con el Ayuntamiento de Vic ¿Se acuerdan? En el 2010 el consistorio decidió no empadronar a inmigrantes sin papeles (recordemos que Vic roza el 30% de población extranjera). La normativa en este caso no fue una decisión unilateral del alcalde, entonces Marià Vila d’Abadal, de Unió. Al contrario había sido aprobada por CiU, el PSC y ERC. A mí me pareció lógica.

¿Los ayuntamientos no son también Estado? ¿Si el Estado debe velar por el control de las fronteras porque los ayuntamientos empadronan personas que han entrado ilegalmente? La contradicción es evidente, pero la prensa, sobre todo la más progresista, se les echó encima.

El Periódico publicó el 9 de enero del 2010: “PSC y ERC desautorizan la delación ‘sin papeles’ a Vic y CiU calla”. El País editorializó cuatro días después hablando de “Efecto Le Pen” en Vic. Y el 15 de enero en el Ara aseguraban que “Vic agita el fantasma xenófobo”. Incluso mi amigo Celestino Corbacho, entonces ministro de Trabajo, se equivocó y presionó al ayuntamiento.

En efecto, las secciones locales de CDC, de Unió, de PSC y de ERC se la acabaron envainando. Ahí se jodió la política de inmigración en Catalunya. Probablemente también en toda España. De aquellos polvos, estos lodos.

En Vic, por cierto, Josep Anglada acaba de volver por la puerta grande con dos concejales. Ahora Sílvia Orriols ha agitado las aguas del oasis catalán. Los medios acaban de darse cuenta de que, debajo de la imagen idílica que transmiten, hay una Catalunya subterránea.

Es evidente que Ripoll no es el modelo de sociedad multicultural que nos contaban. Cuando 1.400 de sus habitantes han votado una opción cuyo lema electoral era: “Salvem Ripoll”, muy jodida debe estar la cosa.

Pero, a esta conclusión, ya podríamos haber llegado cuando nueve de los terroristas de las Ramblas eran de Ripoll y el décimo de Ribes de Freser. Alguna cosa ya falló. Por eso, la portavoz del Govern, Patrícia Plaja, ha dicho este martes que hay que hacer un “diagnóstico riguroso”.

Es la primera vez que estoy de acuerdo con ella. Sabidas nuestras diferencias. Incluso judiciales. Claro que luego ha vuelto al “peligro” de la extrema derecha y ha culpado a la sociedad, al “relato simplista” e incluso a las redes sociales. No han entendido nada.

Más les valdría que se preguntaran por qué Aliança Catalana ha ganado en Ripoll en vez de proponer “frentes democráticos”.

El terremoto no ha hecho más que empezar.

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