La presidenta Armengol contempla su futuro
Armengol se abanicará en su escaño durante los próximos cuatro años
Después de ocho años, la expresidenta Armengol va a ir a Madrid a gastar escaño. Sus dos legislaturas serán recordadas como la tregua que las izquierdas (las muchas y jacarandosas izquierdas baleares) se dieron a sí mismas para gustar durante un tiempo de aquello que Proust llamaba “la dulzura segurísima de la inercia”.
El socialismo de rodilla gruesa de Armengol heredó del PP una relación con los hoteleros basada en la obediencia canina; a lo largo de sus ocho años, el PSIB transformó dicha obediencia en un tipo de sumisión bovina para el que nadie estaba preparado.
El consejero Neguerela, cuando se le acabaron los hoteleros a los que abrazar, comenzó a bajar por el escalafón hasta acabar abrazando a recepcionistas y chóferes en la hora de la merienda. Calmada así la derecha, el armengolato se basó en dar despachos a toda la izquierda callejera para que no pudieran protestar contra sí mismos y dejaran de dar la lata.
Toda esa izquierda está hoy en desbandada, preguntándose unos a otros qué ha sucedido. Los del PSM, que en ocho años no han tomado una sola medida en favor de la lengua catalana, ahora volverán a poner carteles en todas partes y organizar verbenas con farolillos y mandolinas. Las tropas de Podemos, que en Mallorca están constituidas por fotógrafos, señoras deprimidas y argentinos de todo pelaje, demasiado tienen con su apocalipsis personal. Arde Galapagar, arden los corazones.
El socialismo no podrá reagruparse en torno a Armengol, que estará entregada a la política progresista madrileña de poner caritas. El tándem Pedro Sánchez / Yolanda Díaz se ha basado, antes que cualquier otra cosa, en poner diferentes caritas según soplaba el viento. Armengol no supo leer los signos de los tiempos y su gestión (sus ocho años de modorra y abanicos ibicencos) fue barrida el 28M por el yolandismo de Prohens: traje blanco, sonrisas incesantes, apelaciones a los sueños y esperanzas, besitos en todas direcciones.
Que Armengol había perdido el norte lo supimos cuando explotó el escándalo del Bar Hat: durante la peor época de confinamientos, ella y su equipo fueron sorprendidos en un local de copas del centro, entregados a una alegre francachela que acabó en incidente policial cuando uno de sus asesores perdió el conocimiento por una bajada de tensión que nada tuvo que ver con el abusivo consumo de gin tonics (solo los fascistas sugirieron otras cosas).
La izquierda, en una palabra, ha desaprovechado ocho años sin que los grandes problemas de las islas (vivienda, saturación, gentrificación) se hayan disparado hasta el puro ridículo. Ha resultado cómico, durante la campaña, oírles decir que ahora sí, después de dos cuatrienios, tenían la solución a estos temas. Se ve que la convocatoria electoral tuvo un efecto iluminador.
El destino del gobierno Armengol es el que la historia, tozuda ella, suele deparar a las clases ociosas: morir en un rincón soleado, en paz con los propios vicios y logros, sin siquiera requerir grandes retiradas y humillaciones. Llevaban un año desmontando sus despachos y revirtiendo sus excedencias. Vuelven a sus casas como soldados sospechosamente indemnes, con camisas caras y la mirada vacía.
Armengol abanicándose en su escaño durante los próximos cuatro años, esto es lo que le queda a la izquierda. No hay posible sucesión a la vista y la estructura actual es radicalmente perdedora. Prohens podrá incluso dosificar los abracitos y sonrisas.
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