Montaje de fotos de un incendio que ha tenido lugar a raíz de las protestas en Francia y Sílvia Orriols, líder de la formación independentista y de extrema derecha Aliança Catalana, con rostro sonriente y la bandera catalana de fondo

OPINIÓN

La revuelta antifrancesa, Cataluña y Aliança

Querer elegir quién entra y quién no en Cataluña no es racismo

Las revueltas en las banlieues de Francia son un fracaso de alcance europeo. El problema trasciende las fronteras del Hexágono. Varias ciudades de los Países Bajos, Bélgica, Reino Unido o Cataluña tienen sus suburbios, sus guetos, sus zonas no-go. Todo polvorines que pueden estallar cuando las contra-comunidades se sienten suficientemente fuertes numéricamente.

Ahora bien, ¿por qué se produce un estallido de violencia ahora y no cuando un profesor francés fue degollado por un islamista? ¿Por qué a día de hoy arden las calles y no cuando un inmigrante sirio apuñaló a cuatro niños y dos adultos? ¿Por qué estas semanas el caos asedia a la República y no cuando el sacerdote Jacques Hamel, de 85 años, fue degollado mientras hacía misa, ante sus feligreses, a manos de Malik Petitjean y Adel Kermiche, dos terroristas de Estado Islámico?

La respuesta la encontramos en el sentimiento de identidad. La Vanguardia, como en otras ocasiones, ha hecho gala de su miopía -vestida de progresismo caduco- y ha catalogado estos ataques a la República como “la revuelta francesa”. Nada más lejos de la realidad. No es una revuelta francesa, es una revuelta antifrancesa.

Imagen de la policía francesa en la localidad de Roubaix siendo atacada por fuegos artificiales

Las guerrillas que han asaltado y quemado bibliotecas, tiendas, coches o, incluso, residencias de alcaldes, no se sienten franceses. Son inmigrantes de primera, segunda o tercera generación que o bien se sienten extranjeros o, en el peor de los casos, no se sienten de ninguna parte.

Muchas veces, su identidad la constituye un discurso antifrancés, alimentado por la izquierda poscomunista, basado en acusar a París de todos los males que sufre media África. Un discurso bien alimentado por muchos intelectuales progresistas que viven de acusar a Occidente de todos los males del mundo a través de un populismo que a veces se disfraza de teoría crítica racial o, a veces, de anticolonialismo. Siempre a la contra. Nunca nada constructivo.

En nuestro país, nuestras izquierdas han salido a defender las ondas de violencia y los atentados contra la propiedad privada. El diputado de la CUP, Carles Riera, se solidarizaba con los incendiarios y pedía “justicia y reparación”. Otros justificaban la falta de integración de los inmigrantes acusando a los franceses de ser un grupo de racistas que impedían vivir a los extranjeros en los centros de las ciudades y los condenaban a agruparse en suburbios.

Bien, aquí quiero decir que yo, y posiblemente tú, lector, si ahora vamos a vivir a París, difícilmente podremos comprar un piso en el centro. Y si, además, tenemos presente que la renta de muchos inmigrantes extracomunitarios es inferior a la española, entenderemos por qué todos estos barrios se llenan de gente que no se siente francesa y que, para agradecerlo, se esfuerza en reproducir muchas de las dinámicas por las que huyeron de sus países (violencia, inseguridad, degradación, machismo, homofobia…).

Pero todavía podríamos realizar una segunda valoración. ¿Es obligatorio abrir las fronteras a cualquier inmigrante? En Andorra, por ejemplo, por tener la residencia activa, te piden estar limpios de antecedentes penales, cotizar y dejar en depósito 50.000 € a la Autoridad Reguladora Financiera. Si, en cambio, se quiere conseguir la residencia pasiva, se pide, entre otras cosas, invertir al menos 550.000 € en activos ubicados en Andorra, los 50.000 € del depósito que mencionábamos y 10.000 € extras por cada persona a cargo del residente.

Dos padres y tres hijos, todos de origen árabe, sonrientes sosteniendo sus pasaportes en la mano

Y, además de todo ello, se debe llegar con un seguro médico y demostrar tener ahorros suficientes para mantenerse en caso de adversidad. En EEUU, también se exige tener una cantidad de dólares para poder desarrollarse si las cosas van mal y pagar el billete de regreso en caso de que no fructifique la aventura en el Nuevo Mundo. Poner filtros más o menos duros en la inmigración, como vemos, no es racismo, es política migratoria y la tienen todos los estados del mundo.

En Cataluña, en los últimos días, mucha gente ha conocido a Sílvia Orriols y Aliança Catalana; un partido nacionalista que propone, entre otras cosas, frenar la inmigración deportando a los ilegales y restringir la inmigración legal.

La difusión de las tesis de Aliança ha hecho ganar a muchos adeptos al partido, pero también ha provocado críticas rabiosas por parte de la izquierda. Se nos ha querido colgar todas las medallas del totalitarismo. Pero, como siempre, nuestros postcomunistas se equivoquen. Querer elegir quién entra y quién no en Cataluña no es racismo. La independencia, por cierto, también va de eso: de ser exigentes y amar al país, de exigir que si llega un inmigrante debe venir con contrato de trabajo, seguro médico, unos miles de euros ahorrados, limpio de antecedentes penales y, sobre todo, integrados en la lengua catalana y en los valores de Europa Occidental.