Carles Puigdemont en un mítin con el dedo levantado en tono amenazador
OPINIÓN

Puigdemont, el miedica

Que daño ha hecho el expresidente a Cataluña

Hace apenas una semana, Carles Puigdemont le decía a Jordi Basté en Rac1: "Si nada cambia el lunes iré a Estrasburgo". Debe ser la última mentira del expresidente. Pero ha dicho tantas que ya he perdido la cuenta.

En este caso el engaño duró apenas cuatro días. El pasado lunes ya se supo que no iría al pleno del Parlamento Europeo. Los medios del proceso maquillaron la decisión.

El 324 tituló que no iba “ante la duda sobre su protección”. El Punt-Avui que "Puigdemont no se la juega". El Ara lo atribuía “al riesgo de detención”. Mientras que La Vanguardia se curaba en salud: "Puigdemont no viaje al pleno de Estrasburgo". En su línea.

En julio del 2019 también convocó a sus seguidores en la capital de Alsacia. Fueron expresamente diez mil personas. A la hora de la verdad no se atrevió a cruzar la frontera. Boye dio vagas excusas.

Pero ha dicho tantas mentiras que ya no viene de una. Antes de las elecciones del 2017 anunció que si ganaba volvería “al Palau de la Generalitat con los miembros del Govern”. 

Hasta añadió que “arriesgarse a ser detenido por las ideas que te pueden llevar a la presidencia es un riesgo que quizás vale la pena correr”, declaró. Iba de farol. Como siempre. No ganó -venció Arrimadas- pero tenía los votos para ser presidente de la Generalitat.

Primer plano de Carles Puigdemont enfadado

Incluso estuvo jugando al gato y al ratón en el Insta. Colgaba fotos de las górgolas del Palacio de la Generalitat o de los alrededores del Parque de la Ciutadela como si estuviera en Barcelona. Nada, se cagó encima. Como diría mi abuela: un miedica. 

Aunque la mentira también la dijo su jefa de campaña, Elsa Artadi, ahora cobijada en Foment gracias a Josep Sánchez Llibre. No deja de ser curioso que la patronal catalana fiche a alguien que contribuyó como portavoz del Govern a la marcha de más de 3.500 empresas. 

Lo cierto es que, a Jordi Basté, le dijo más trolas. El presentador de Rac1 se las tragó todas sin inmutarse. Como cuando aseguró que había ido a Bruselas para “para llevar el foco” de la lucha por la independencia en el 'exilio'. "No fui al exilio para vivir tranquilo, sino para complicarme más la vida", añadió. 

Mentira: se fue a Bélgica para no acabar en la cárcel. Lo sabe todo el mundo. Y si no que se lo pregunten a Oriol Junqueras con el que lleva un año sin hablar. El problema de Puigdemont, en efecto, no es solo que es un mentiroso compulsivo, es que es también un miedica.

Todavía hay otro problema de cariz psicológico: está como un cencerro. Pero hoy no voy a entrar. Cuando lo nombraron, sus biógrafos más pelotas -como Jordi Grau- explicaron que, en la autopista, siempre elegía la casilla que decía “Peatge” en vez de “Peaje”, por si lo contaban. Entonces, en las autopistas, todavía se pagaba. De hecho, las de la Generalitat todavía son de pago. 

Y que, si iba a Madrid en avión. No cogía el puente aéreo sino un vuelo internacional “aunque fueran más caros” porque le gustaba enseñar el pasaporte. A la mayoría les hizo mucha gracia las anécdotas.

Al cabo de un tiempo llamé al primer periodista que le dio trabajo. Lo contrató para escribir crónicas de futbol de su pueblo. La conversación telefónica fue así:

- Jordi, tú conoces a Puigdemont, ¿verdad?

- Sí, hace más de veinte años

- ¿Está zumbado?

- Sí, pero no de ahora, de siempre.

En fin, volviendo al fondo de la cuestión, ya se vio muy pronto que este hombre no era un Braveheart ni un George Wasghington ni un Mahatma Gandhi. Tampoco, por supuesto, el citado Oriol Junqueras.

El 1-O en vez de ir a votar en Sant Julià de Ramis, donde ya se había desplegado la Guardia Civil, prefirió hacerlo en el pueblo de al lado: Cornellà de Terri. Hizo el cambio de vehículo bajo un puente para despistar al helicóptero que le estaba vigilando.

Imagen de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont mirando cada una para un lado

En TV3 lo vendieron como una proeza. Incluso recuerdo que emitieron unas imágenes votando grabadas con un móvil. Siempre he pensado que debió hacerlo su jefe de prensa, Pere Martí, y luego lo filtró en la cadena pública.

Fue a Sant Julià, pero cuando ya había pasado todo el follón. Si hubiera ido a la hora de los porrazos quizás ahora Catalunya sería independiente. La foto de Puigdemont con un guardia civil gritándole a un palmo o incluso la nariz ensangrentada hubiera dado la vuelta al mundo.

Habría salido en la CNN, la BBC y quizás incluso habría sido portada en el Time de aquella semana.

Luego, claro, está la huida. Companys declaró el estado catalán -dentro de la "República Federal Española", todo sea dicho-, pero se quedó en Palau. Le cayeron treinta años, Luego lo amnistiaron.

Puigdemont, no. Huyó. Sin avisar. Junqueras no sabía nada. Romeva y Turull se enteraron por la prensa.

Sin olvidar el paseo para Girona para simular que no pasaba nada. El discurso con aquel atril de mentirijillas. Todo ello con la inestimable colaboración de los Mossos d’Esquadra. Mancha que quedará para siempre en el historial del cuerpo policial.

No han trascendido los detalles. No sabemos si escondido bajo una manta en la parte trasera del vehículo o en el maletero. Pero da igual. Un presidente de la Generalitat huyendo a escondidas. Nunca se había visto. Luego dieron lecciones de dignidad.

Primer plano de Carles Puigdemont visiblemente preocupado

Finalmente, está ese episodio de Cerdeña. Siempre he pensado que, cuando lo liberaron las autoridades italianas, si hubiera cogido un vuelo hacia Barcelona en vez de volver a Waterloo ponía al Estado en un bret.

Aquí lo habrían detenido, pero el conflicto diplomático -incluso con el Parlamento Europeo- estaría servido: ¿Italia le libera y España le detiene? Aquello fue su última oportunidad de entrar en la historia como lo que no es: un valiente.

Ahora la única incógnita es saber cuándo los suyos se darán cuenta de que Puigdemont les ha estado tomando el pelo. Que no tiene madera de héroe. Y que teme a la cárcel como el que más.

Sin embargo, en el encumbramiento de un personaje como este, los medios han ayudado mucho. También, me sabe mal decirlo, Jordi Basté.

El día que le retiraron la inmunidad estaba casualmente en la Plaza Sant Jaume. Nada. Ni una estelada. Los de la JNC colgaron una pancarta. Curiosamente, la misma organización juvenil que, de joven, le abrió un expediente disciplinario. Así ha acabado.

Pero que daño ha hecho Puigdemont a Catalunya.

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