La pregunta sin respuesta: what is a woman?
La política contemporánea se caracteriza no tanto por ofrecer un aparatoso catálogo de mentiras, sino por las preguntas sin respuesta
La política contemporánea se caracteriza no tanto por ofrecer un aparatoso catálogo de mentiras (siempre se ha sabido que la verdad nos hace libres, no súbditos) sino por las preguntas sin respuesta, que antes eran solo material de los programas de medianoche sobre Ovnis y civilizaciones perdidas. El no poder responder a una pregunta implica al bloqueo del diálogo en el sentido socrático: cae la moral, porque cae la responsabilidad, que no es más que la capacidad de responder de algo.
En estos tiempos nuestros de folklore postmoderno, la principal pregunta sin respuesta la propuso un periodista de Tennesse, socarrón y barbudo, llamado Matt Walsh: ¿qué es una mujer? Dado que en la actualidad un señor con más rabo que un pony viejo puede declararse mujer, convenía consensuar una nueva definición del término "mujer" - pero Walsh, y después tantos otros, descubrieron que los promotores de la farsa eran incapaces de dar una respuesta, alguna, la que fuera. En e-noticies hemos publicado algunas muestras del asunto, llamando a teléfonos de atención al Colectivo Scrabble, pidiendo que se nos brindara una definición mínima del término "mujer": éxito nulo.
Todo esto viene al caso de la oleada de casos aparecidos en los medios en los últimos días, en los que agentes de las fuerzas del orden han descubierto su feminidad al amparo de la Ley Trans: un policía local de Beniel, Murcia, un guardia civil de Mallorca y, sobre todo, el fabuloso caso de la "soldada" Francisco, un humano de dos metros que descubrió su condición de mujer mientras hacía prácticas de esteticién. La soldada Francisco fue objeto esta semana de dos entrevistas caóticas en el programa de la novelista Sonsoles Ónega. Fue incapaz de explicar en qué consistía su "sentimiento de mujer", con el argumento de que se trata de un "sentimiento inexplicable": la entrevistadora, sensibilizada quizás por sus recientes éxitos literarios, asentía con la cabeza y defendía la Ley Trans, mientras los espectadores, en sus casas, querían arrancarse los ojos como el rey Edipo, toda vez que les quedaba claro que los mass media iban a aceptar y defender que se legislara sobre "sentimientos inexplicables".
El problema es que, al menos, en los países anglosajones hubo debate público al respecto. En España no ha habido un solo debate en una televisión o radio de alcance nacional en el que partidarios y detractores de la llamada "autodeterminación de género" hayan cruzado argumentos. De hecho, la mera idea de proponer dicho debate (un servidor puede dar fe) es tachada de "tránsfoba" bajo el sufrido argumento de que "con el fascismo no se debate".
Lo divertido, lo realmente divertido, llegará cuando la corriente cultural cambie de dirección y todos los cobardes (los tibios, los pusilánimes, los fariseos, los cobardes de siempre) queden retratados por su mezquindad de estos años y tengan que buscar acomodo en la cloaca de la que nunca debieron salir. Hasta entonces, quedan las alegres tareas de resistencia civil.
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