Montaje de fotos de Pedro Sánchez, en un primer plano, y de fondo miles de personas manifestándose en Ferraz (Madrid)

OPINIÓN

Lectura política de las concentraciones contra la amnistía

La creación del odio a España ha sido un pilar fundamental de la estrategia independentista

El éxito de las concentraciones contra una ley de amnistía, que si se aprobara serían concentraciones contra las Cortes Generales, luego contra nuestra democracia -en Madrid unos 80.000 participantes el domingo 12 de octubre, según la delegación del Gobierno-, no puede despacharse con la descalificación del independentismo: “Plaza de Oriente en la Puerta del Sol”, ni con el silencio desconcertante de una parte de la izquierda.

Este éxito de masas es la respuesta de mucha gente que durante años se ha sentido ofendida -la ofensa siempre tiene un alto componente subjetivo- tanto por los hechos de los independentistas como por su palabrería de elevada soberbia y ofensiva en grado sumo.

Los hechos han sido casi lo de menos, generaron inquietud y tensión en determinados momentos: el asedio a la Guardia Civil en la Consejería de Economía y Hacienda de septiembre de 2017, las leyes de “desconexión”, la votación del 1 de octubre, la declaración de independencia en octubre, la huida de Puigdemont y su aparición en Bruselas, los desórdenes en las calles de Barcelona en octubre de 2019 a raíz de la Sentencia del Tribunal Supremo en el juicio contra dirigentes del procés, pero fueron hechos que los poderes del Estado controlaron, entre otras medidas, con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, ese control tranquilizó, incluso podría decirse que confortó a muchos.

Montaje con un plano medio de Pedro Sánchez grande en el medio y otro de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras más pequeños sonriendo

Otra cosa son las palabras de las que tanto han abusado los independentistas durante tanto tiempo y tanto daño han hecho. Aquellas palabras de Quim Torra de profundo desprecio hacia los españoles vistos como “inferiores”, “bestias con forma humana”, no se olvidan fácilmente.

La creación del odio a España ha sido un pilar fundamental de la estrategia independentista. Había que justificar la imperiosa necesidad de la secesión. Presentar a España con todos los tintes negros posibles hizo que fuera percibida como una fuente de infelicidad de la que había que separarse cuanto antes.

El eslogan “España nos roba”, es decir, los españoles son unos ladrones, era el epicentro de la estrategia y lo continúa siendo -el montante del robo es incrementado a gusto del usuario, ahora lo corriente son 20.000 millones de euros anuales-, no hace falta probar nada, ni siquiera polemizar con los expertos que lo niegan, basta con repetirlo hasta la saciedad.

Al “España nos roba” se añadieron generosamente otros epítetos desde el tosco “puta España” en TV3 al “España podrida” de Puigdemont. Y abundan las muestras de odio vomitado por independentistas de calle. El 11 de septiembre más que una afirmación de Cataluña se vive, con las excepciones que se quiera, como un rechazo de España sazonado con toda una batería de dardos envenenados.

Montaje de fotos de Carles Puigdemont en primer plano, con rostro serio, con las banderas de Cataluña (estelada) y España de fondo

Sin olvidar aquel empacho insoportable de lazos amarillos hasta en la sopa. La carga acusatoria de “represión e injusticia” del eslogan “Libertad presos políticos” abrió una brecha profunda: los justos que clamaban por la “libertad” y los “otros”, los españoles.

Todo eso se ha ido acumulando, creando un resentimiento azuzado además por el hiperbólico extremismo de “España se rompe” del PP y Vox, que ha estallado con motivo de la amnistía. No se objetaron las amnistías fiscales del Gobierno Rajoy, que afectaban el principio fundamental de la igualdad fiscal (algo tangible) de los españoles ante la ley, pero “la amnistía de esa gente que nos ha despreciado e insultado, esa amnistía no”.

La amnistía actúa de excusa. El debate jurídico-político de si la amnistía es constitucional o no, no es lo que mueve tanta gente a salir a la calle, sino, además de la convocatoria partidista, la oportunidad de sacarse la espina de los insultos y que, para ello, a la vez, se insulte a unos y a otros es una reacción callejera a la acción fría, planificada, del gota a gota independentista.

“No hemos renunciado a nada”, siendo mentira, es la última provocación de Puigdemont, equivale a una ratificación de todo lo dicho durante el procés.

Y seamos honestos reconociendo que no todos los que participan en las concentraciones e incluso comparten eslóganes son votantes del PP o Vox.