Montaje de fotos de Carles Puigdemont en primer plano, con rostro serio, con las banderas de Cataluña (estelada) y España de fondo
OPINIÓN

La desconfianza orwelliana de Puigdemont

Quien negocie con él no tendría que olvidar que sus palabras y actos desprenden un tufo orwelliano

En “1984”, la extraordinaria novela de una distopía, George Orwell, que también había escrito “Homenaje a Cataluña” (1938) -una Cataluña radicalmente diferente a la Cataluña de los independentistas- imagina un ministerio de la Verdad que fabrica mentiras, uno de la Paz que hace la guerra, uno de la Abundancia que impone el racionamiento, uno del Amor que tortura. Todo lo que hacen los ministerios orwellianos es lo contrario de aquello que anuncia el rótulo respectivo.

Pues bien, esta antífrasis ha sido a menudo la técnica empleada en la retórica y práctica de los dirigentes independentistas. Acusar a los otros de aquello que dicen y hacen ellos -de la deslealtad que los caracteriza, por ejemplo- es una constante en su actuación política.

La desconfianza que Puigdemont dice sentir hacia el Estado es de signo orwelliano. Por la pretendida desconfianza justifica la condición que pone “de un mecanismo de mediación y verificación” en la negociación y en el cumplimiento de los hipotéticos acuerdos con quien sea del ámbito estatal, tanto le da si son dirigentes del PSOE o del PP, según él todos son iguales, todos sirven del mismo modo falaz al Estado represor.

Primer plano de Carles Puigdemont

Una condición absolutamente inadmisible, puesto que significa la negación de la soberanía del Estado y la legitimidad de sus poderes, ignora la Constitución, desprecia el Estado de derecho y él, que no representa a ninguna institución reconocida, que es reclamado por la justicia, que se sitúa en un plano de inocencia abusada, de pureza mancillada, exige una bilateralidad con el Estado vigilada por terceros. Ante tamaña insolencia, se tiene la duda de si lo mueve el cinismo, la soberbia o la ignorancia, probablemente una combinación de los tres vicios.

Porque qué confianza se puede tener en un personaje que declara y suspende nada menos que una independencia, ordena a los consejeros del Gobierno “mañana todos al despacho” y huye rocambolescamente.

Convierte la presencia en la tolerante Bruselas y el acta devaluada de eurodiputado en arietes contra España, hace y deshace partidos y órganos que se inventa, licencia dirigentes políticos de su órbita que no lo complacen bastante, se erige en presidente sobreentendido en el exilio sin ningún título, habla en nombre de todos los catalanes y solo representa indirectamente una pequeña minoría, pasa de los errores cometidos a pesar de las graves consecuencias que provocaron, denuncia que lo denigran y no para de vituperar a España y las instituciones del Estado, exige una amnistía por actos que considera normales, mantiene abierta la vía de la unilateralidad, etc.

Montaje manifestación independentista y Carles Puigdemont

Estas y unas cuantas cosas más por el estilo es lo que dice y hace Puigdemont con la gorra de presidente, estadista, líder de Junts, exiliado, perseguido, víctima, moralista, según la que le convenga. Todo son disfraces para ocultar o disimular el fracaso, la responsabilidad, la frivolidad, la irrelevancia. Todo son razones para desconfiar de él, mientras que él es quien alega la desconfianza y exige protegerse de la supuesta perfidia del Estado.

Si un relator no fuera una figura surgida de las ínfulas del independentismo, que se atribuye una entidad política a la altura del Estado y una superioridad moral frente a todos los servidores del Estado, valdría la pena nombrar uno, pero para vigilar a Puigdemont.

Quien negocie con él no tendría que olvidar que sus palabras y actos desprenden un tufo orwelliano.

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