Alfonso XIII, el niño que nació rey
El rey Alfonso XIII asumió la responsabilidad de la corona del reino de España cuando cumplió los 16 años
El 28 de febrero de 1941, murió, exiliado en Roma, Alfonso León Fernando María Santiago Isidro Pascual Antón de Borbón y de Hasbsburgo-Lorena. Que reinó en España como Alfonso XIII y que fue apodado como “el Africano” porque su reinado estuvo ligado, casi por completo, a la Guerra de Marruecos.
Nació rey, pues su padre falleció cuando él estaba en el vientre de María Cristina de Habsburgo. Su madre se convirtió en regente y toda España esperaba con inquietud la llegada del bebé para conocer si se iba a convertir en rey de España o ese honor le correspondería a la princesa de Asturias, María de las Mercedes de Borbón, que entonces tenía cinco años.
En la antecámara, durante el alumbramiento, no había ningún padre fumando nervioso y esperando con impaciencia la noticia. Los que aguardaban con ansiedad, pues era una importante razón de Estado, eran Práxedes Mateo Sagasta, presidente del Consejo de Ministros y todo su gabinete.
En cuanto se escuchó llorar al chiquillo, Sagasta salió a la Cámara principal donde se encontraban las comisiones y gritó: ¡Viva el Rey! Al poco, presentó al minúsculo monarca en una bandeja de plata, con un “blando cojín guateado de terciopelo carmesí”. Así vino al mundo Alfonso XIII de España.
Fue bautizado con agua del Jordán y el nombre con el que iba a reinar fue cosa de su madre, contraviniendo los deseos de su esposo que quería que su primer varón, si este llegaba, se convirtiera en Fernando VIII.
La infancia más prematura de un rey estaba acompañada de magnos rituales, extravagancias y lejanía forzada de su madre, ocupada en ejercer su labor como regente. Alfonso dormía en una lujosa cuna junto a su nodriza. Varias damas se hacían cargo de su higiene, de su vestimenta y de que no faltara nada a aquel tierno bebé.
Las damas y la nodriza dependían de la señora de Tarancón, pero de aquello también se encargaba la tía de Alfonso, la Infanta Isabel, la Chata. Hermana mayor de Alfonso XII, había sido princesa de Asturias en dos ocasiones. La vida del pequeño rey, hasta cumplir los siete años, se desenvolvió entre sus cuidadoras.
Entre curas y militares
A partir de ese momento, Alfonso comenzó a recibir educación de uniformados. El general Sanchiz era el director de sus estudios. Sus mentores eran:
- Comandante de Artillería Juan Loriga, para matemáticas, geografía e historia.
- El padre José Montaña, profesor de latín, literatura, religión e historia sagrada.
- Luis Alberto Gayán, de francés.
Con estos señores pasaba Alfonso desde las nueve de la mañana de cada día hasta las 22 horas que era entregado a una de sus cuidadoras para retirarse a descansar. No había más chiquillos con los que jugar o compartir estudios. Él no era un niño, era el rey.
En 1896, con tal solo 10 años, comenzó sus estudios superiores. Al comandante Loriga se sumó el comandante de Estado Mayor Miguel González de Castejón. Al general Sanchiz se le adjuntó un segundo jefe de estudios, el general Patricio Aguirre de Tejada.
En esta segunda etapa, su horario aún se hizo más demandante. Comenzaba a las 8.30 y no paraba hasta la hora del almuerzo, que se hacía a las 12.00 porque la costumbre española de comer muy tarde es mucho más moderna de lo que imaginamos.
¿Quiénes se sentaban a la regia mesa? Pues los generales Sanchiz y Aguirre de Tejada más un preceptor. Para un muchacho de 10 años, comer con dos generales no debía ser la más entusiasta manera de pasar un rato divertido.
Sus predecesores, incluidos sus propios hijos, nieto y biznieto; se educaron entre alumnos de su edad, asistieron a colegios fuera de palacio, experimentaron vivir en internados y formaron parte de los cadetes de la Academia General Militar.
Todo ello les ofreció una visión externa de la que carecía Alfonso. Su padre, Alfonso XII, vistió uniforme junto a otros jóvenes en los pasillos de la Real Academia Militar de Sandhurst, en el Reino Unido, y vivió en el exilio con sus padres. Pero su caso solo tenía un precedente similar, el de su abuela Isabel II, y la experiencia no fue muy positiva.
Imaginen a un chiquillo de nueve años al que todo el mundo llama Majestad, las damas se inclinan en su presencia y los propios generales le saludan militarmente e inclinan su cabeza en señal de pleitesía. Está obligado a guardar siempre las apariencias, a comer con el decoro debido, a ser ejemplar en las formas y modales.
Únicamente cuando llegó la hora de prepararle militarmente, se designó a algunos hijos de aristócratas para que lo acompañaran en la instrucción. El grupo no llegaba a la decena y con ellos aprendió lo más básico de la milicia con unos fusiles máuser a la medida de los jóvenes soldados. Todo ese conjunto de experiencias, sin duda, marcarían al hombre que llevó la corona española sobre su testa durante casi 30 años.
Antes de cumplir los 10 años, uno de sus preceptores, el comandante Loriga que era quien más tiempo pasaba con el joven monarca, le explicó que la comida que hacían cada día costaba cuatro duros por cabeza, lo que implicaba un total de 16 duros, 80 pesetas. Con detalle le contó que un obrero de la Construcción ganaba cuatro pesetas al día y que necesitaba un mes para reunir los 16 duros que ellos gastaban en media hora mientras se hacían cargo de las viandas presentadas.
Con ese dinero, continuaba el comandante, tenía que mantener a esposa y varios hijos. El rey, un niño, protagonizó desde entonces detalles como detener su carruaje frente a un mendigo e invitarle a palacio para que calmaran su hambre y otras acciones por el estilo. Aquellos actos no dejaban de llevar el impulso de un chiquillo que cree que, siendo el rey, debía ser capaz de arreglar el mundo injusto en el que vivía.
Ni siquiera los generales podían fumar en su presencia, ¿qué criatura que ve como el mundo entero está a sus pies no se convierte en un impertinente repipi?
Como el lector se habrá percatado, la formación del monarca se apoyaba sobre uniformados, profesores de idiomas, el alemán lo aprendía de algunas damas de su madre que también lo cuidaban; y de una firme instrucción religiosa.
Un panorama negro
Cuando tenía 11 años asesinaron al presidente Antonio Cánovas del Castillo. Su propio padre, Alfonso XII, había sufrido un par de atentados anarquistas. El movimiento obrero tenía una rama violenta y el Ejército era el que hacía frente a las huelgas y se postulaba como principal activo de la represión.
Los republicanos, carlistas, regionalistas y, con el tiempo, los socialistas; no querían al rey, pero formaban parte del sistema sin tratar de derrocarlo por la fuerza. Una parte del anarquismo estaba en otra cosa, en la acción directa, en acabar con las injusticias sin miramientos.
En todo este tiempo, con tan solo 12 años, supo de la derrota del país del que era rey contra los norteamericanos, lo que implicaba la pérdida de más del doble del territorio de su reino.
Por fin, en abril de 1900, recién cumplidos los 14 años y como complemento a su particular educación, comenzó a asistir a los Consejos y despachos de su madre con los ministros.
El 17 de mayo de 1902, al cumplir los 16 años, Alfonso XIII asumió la corona del reino de España, una responsabilidad que no le asignaba una mera labor decorativa: La persona del rey era sagrada e inviolable y podía nombrar y separar libremente a los Ministros, entre ellos, por supuesto, al jefe del gabinete, el presidente del Consejo.
El haberse criado entre militares le granjeó una simpatía por estos que condicionó muchas de sus decisiones, estando especialmente atento a las inquietudes y problemas de la oficialidad y apoyándolos, incluso, cuando se producían actos de indisciplina como el llevado a cabo contra las sedes de la revista satírica El Cu-Cut y el periódico la Veu de Catalunya en 1905. 300 oficiales de la guarnición de Barcelona prendieron, literalmente hablando, fuego a las imprentas de ambas publicaciones y el rey, como hicieron también los republicanos del diario El País, se postuló del lado de los militares, haciendo que el Gobierno de Montero Ríos dimitiera en pleno.
Cuando cumplía los 20, tuvo lugar la Conferencia de Algeciras que, apenas tres años después, fue el origen del inicio de la Guerra de Marruecos. Un conflicto de 18 años de duración que, a la postre e indirectamente, sería la razón principal de erosión de su reinado.
Ángel y demonio
Se le atribuyeron frases harto improbables como la referida a los prisioneros españoles tras el desastre de Annual cuando se pagó por ellos un rescate. Entre los prisioneros estaba uno de sus preferidos ayudantes de cámara, el general Navarro. Pero claro, Annual y el escándalo posterior que vino bajo el brazo del general Picasso en forma de un meticuloso informe que no ponía ni un paño caliente; era una gran oportunidad para los republicanos y socialistas.
Una comisión de investigación y un posible proceso judicial que podía acabar señalándolo directamente, propició que Miguel Primo de Rivera se alzara contra el Gobierno y prolongara la monarquía siete años más.
El artículo de hoy, lógicamente, no busca blanquear a un rey, solo hacer foco en las circunstancias que rodearon a su formación, su niñez y la asunción de grandes responsabilidades cuando tan solo contaba 16 años. Le tocó en suerte una época de profundos cambios, luchas entre las nuevas ideologías que proponían sistemas de gobierno que no contaban con él ni con su descendencia y, los que se supone debían defenderle, velaban siempre por sus propios intereses.
La historia no ha sido benévola con su actitud aunque su marcha le alejó de la masacre que sobrevino años después. Apenas se recuerda que, en 1917, estuvo a punto de recibir el Premio Nobel de la Paz por su iniciativa con la fundación de la Oficina pro-cautivos financiada con fondos privados de la Corona y que salvó miles de vidas, facilitando el regreso a sus países de origen de civiles que habían quedado atrapados en naciones enemigas y se encontraban en campos de internamiento, así como decenas de miles de prisioneros que se beneficiaron de la Oficina. Francia nombró al rey español héroe de la República en una sorprendente paradoja.
Los que más lo desaprueban se apoyan en lo que se denominó “el borboneo”. Capacidad del monarca de inmiscuirse, tal vez demasiado, en asuntos políticos. Cesando y encargando gobiernos en el límite de sus responsabilidades constitucionales.
Sus detractores más contundentes le acusaron de frivolidades, aficiones por el erotismo y de esa costumbre de mantener amantes e hijos naturales.
Las circunstancias de su marcha, tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, privado de apoyo de los que otrora lo habrían defendido a muerte, le llevó al exilio hasta su muerte a los 54 años por una angina de pecho, probablemente provocada por su nociva afición al tabaco, pero esa es otra historia digna de ser contada…
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