Los que han ayudado a hundir el uso del catalán quieren ahora salvarlo
Nadie parece ser responsable de que la lengua retroceda, menos aún la élite procesista que ha gobernado durante años
Por aquellas cosas del relato no es extraño que personas que han estado en el poder, que incluso mantienen altos niveles de influencia, se presenten como víctimas.
Ahí están, por ejemplo, Carles Puigdemont o Pablo Iglesias. Aunque el ejemplo más claro es el de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno, a pesar de disponer de la Moncloa, de algunas comunidades autónomas y de varios medios de comunicación afines, se presenta como alguien indefenso.
Pero lo cierto es que los políticos no siempre se presentan como víctimas. De hecho, lo más habitual es que, simplemente, hagan como que la cosa no va con ellos. Los Comuns son un ejemplo paradigmático.
Los de Ada Colau han gobernado en el Ayuntamiento de Barcelona durante ocho años y, ahora mismo, forman parte del Gobierno central a través de Sumar, aun así, sin embargo, hablan del pasado como si fuera la prehistoria. No dudan en criticar la masificación turística, la Copa América, el precio de la vivienda en Barcelona, etc.
En este sentido - en el sentido hipócrita -, Cataluña es una verdadera mina, y la caída del régimen procesista así lo evidencia. Tal vez se deba al reflejo adquirido después de una década sin prestar atención a la gestión política real.
Porque, más allá de la cuestión nacionalista y el proyecto indepe, el caso es que los servicios públicos rozan el colapso. Entre ellos, destaca el sistema educativo y, por extensión, la situación de la lengua catalana.
Manifiesto histórico
A la hora de la verdad, la política se juzga por sus resultados y no por sus intenciones. Esto es un nido de paradojas en el que el procesismo se ha movido con soltura e incluso con comodidad.
Así, por ejemplo, la Generalitat ha tenido sucesivos gobiernos, a cada cual más nacionalista, que han prometido defender a viento y marea el catalán. Pero el caso es que la lengua está de capa caída.Su uso social retrocede sin parar y las competencias lingüísticas están peor que hace una década. Según la exconsejera Anna Simó, esto obedece a los cambios en la “realidad sociolingüística”.
Pero, sean cuales sean las causas, caben dos posibilidades: los gobiernos procesistas o bien no sabían analizar la realidad o bien la escondían. Porque si algo caracteriza a la lingüística es que no da demasiadas sorpresas. Los tempos no se lo permiten.
Esto no es obstáculo para que la élite procesista se mire entre sí con gesto grave y cómplice y se lance a firmar manifiestos. Esto es lo que ha ocurrido ahora entre treinta antiguos altos cargos. Ha ocurrido en la Universidad Catalana de Verano, a la que el expresidente Puigdemont no acudió porque, como explicó Alonso-Cuevillas, cabía la posibilidad de que un “comando” español lo secuestrara en territorio francés.
Exigimos que...
“Superar la minorización de la lengua”, “hablar en catalán con todos”, “disfrutar de la cultura y el entretenimiento en lengua catalana”, “creación y transmisión de conciencia lingüística”, etc. Si no se dieran más datos, no sería fácil saber si nos encontramos en 2010, 2015, 201,... Pero, por el contrario, son frases de estos días.
Vienen en la Declaración de Prada, que es el último acontecimiento histórico del procesismo. El manifiesto se muestra muy preocupado por el retroceso lingüístico del catalán. Entre los firmantes provenientes de Cataluña destacan algunos nombres habituales como el de Laura Borràs, Lluís Puig o Clara Ponsatí.
La redacción del texto se mueve en el campo semántico del procesismo.
Hablan de “exigir” a España, Francia e Italia ciertas políticas lingüísticas, o de “ejercer con plenitud” los derechos lingüísticos frente a aquellos que los atropellan. En última instancia, se trata de “detener el proceso de desnaturalización cultural”. Al mismo tiempo, se llevarán las manos a la cabeza ante el auge de la derecha identitaria dentro de su negociado político.
A pesar de que el procesismo viva de la apariencia de novedad, en realidad, no hay nada nuevo. Se trata de plantear exigencias faraónicas desde una posición de falta de fuerza, aderezado con la falta de autocrítica y el señalamiento de algún ente más o menos abstracto: el Estado español, el francés...
En cualquier caso, el resultado de este manifiesto será igualmente previsible: ninguno. Mientras tanto, el catalán se bate en retirada.
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