Consell de la República: crónica de un fracaso anunciado
Sin Carles Puigdemont y con Toni Comín cuestionado, el organismo queda al borde de la disolución
Carles Puigdemont presentó esta semana su renuncia como presidente del Consell de la República. Como ya avanzamos en E-Notícies, la crisis interna a raíz de los desmanes económicos de Toni Comín, y la reciente elección de Puigdemont como presidente de Junts, ha provocado un cambio repentino de estrategia. Puigdemont quiere centrarse ahora en el día a día de la política en el Congreso y el Parlament y abandonar el frente internacional, que considera una vía agotada.
La situación de Junts en Europa se ha debilitado sobremanera por la pérdida de dos diputados y la suspensión del acta de eurodiputado de Toni Comín por negarse a jurar la Constitución. A ello hay que añadir la crisis del Consell de la República, el “gobierno en el exilio” montado por Puigdemont tras la proclamación fallida de la independencia y su fuga al extranjero.
Siempre fue una ficción
Con la dimisión de Puigdemont y la limitación de funciones de Toni Comín, el Consell queda descabezado y prácticamente muerto. El ente hace tiempo que arrastra una crisis de confianza que se agudizó con el acuerdo de investidura de Puigdemont con Pedro Sánchez.
Antes, el propio Puigdemont y Toni Comín habían suprimido la asamblea de representantes -el órgano legislativo del Consell- para eliminar la democracia interna y garantizar un poder sin contrapesos en plenas negociaciones con el PSOE. Este golpe de autoritarismo fue para muchos la gota que colmó el vaso. En cuestión de semanas el organismo perdió el 12% de sus afiliados, o lo que es lo mismo, uno de cada ocho socios se dieron de baja.
En realidad, a pesar de su vocación de transversalidad, el Consell de la República siempre fue un instrumento al servicio de Carles Puigdemont para hegemonizar el movimiento independentista. Su éxito duró lo que duró la ficción del “exilio”. Pero a medida que el procés descarriló y que sus socios empezaron a darse cuenta del engaño, empezaron las bajas, las acusaciones y los escándalos internos.
Una muerte anunciada
Todo se precipitó hace unos meses con la denuncia de irregularidades económicas por parte de una empresa gestora del Consell. La gestora señaló directamente a Toni Comín, que ya llevaba tiempo en el foco: muchos le acusaban de autoritarismo y de beneficiar a familiares y amigos en la contratación de empresas para eventos del ente.
Esto nunca se pudo demostrar, pero la gestora sí presentó pruebas de gastos injustificados como vacaciones, alquiler de coches y apartamentos e incluso retirada de altas cantidades de dinero en cajeros automáticos. Comín alegó primero que los viajes eran relacionados con su función de vicepresidente del Consell, luego desmintió las informaciones y acusó a las “cloacas” de una operación para destruirle.
Los escándalos económicos y la caída de Toni Comín han certificado el declive del Consell, y Puigdemont ha dicho basta. En la nueva etapa que se abre tras el congreso nacional de Junts, Puigdemont cree que hay que centrar todas las energías en el Congreso y en el Parlament y dejar los pocos espacios que les quedan en Bruselas para cuestiones puntuales como el catalán. Sobre decir que la muerte del Consell es también la muerte política de Comín y de la estrategia del exilio.
Es también un síntoma del declive del procés, que siempre se fundó en engaños, ficciones y la construcción de un universo paralelo que no existía y que servía solamente para sostener a los líderes procesistas. La caída del Consell es otro fracaso de Puigdemont, uno más, que vuelve a la realpolitik sin apenas crédito y con el independentismo roto y desmovilizado.
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