El hundimiento del Consell de la República obliga a Puigdemont a cambiar de estrategia
Agotada la vía del 'exilio', el expresident abandona el frente europeo para centrarse en Cataluña y Madrid
El 8 de marzo de 2018, después de proclamar la independencia unilateral de Cataluña en falso y huir al extranjero para no ser detenido, Carles Puigdemont fundó el Consell de la República. Su idea era que funcionara como un gobierno paralelo en el exilio, para mantener su legitimidad como “presidente en el exilio” frente al gobierno intervenido por el 155 en Cataluña. Esta fue la base de la llamada estrategia judicial o estrategia del exilio, que años después se ha revelado como un fracaso.
El Consell de la República empezó a hacer aguas a medida que el Procés fue perdiendo fuelle, y muchos de sus militantes empezaron a darse de baja. No tardaron en aparecer acusaciones de autoritarismo. Sectores críticos acusaron a Carles Puigdemont y Toni Comín de liquidar la democracia interna, proceso que culminó con la supresión del órgano legislativo durante las negociaciones con el PSOE.
Los recientes escándalos económicos, con Toni Comín en el ojo del huracán, han acabado por hundir un proyecto que ya iba a la deriva. La crisis del Consell de la República certifica el fracaso de la estrategia del exilio de Carles Puigdemont y le obligara a dar un giro. El expresidente se va retirando poco a poco del frente europeo, donde ya no queda casi nadie de los suyos, para centrarse en la política nacional y autonómica.
De Waterloo a Madrid y Cataluña
Tras las acusaciones de malversación, el Consell de la República ha decidido delegar a dos miembros de la ejecutiva la gestión económica que ahora recaía de forma exclusiva en Toni Comín. El exconsejero mantiene la vicepresidencia, pero su papel en el Consell queda ahora muy limitado. Un golpe para Toni Comín, que sin poder ejercer como eurodiputado y sin poder en el Consell se ve condenado a la irrelevancia.
Hace días que en Junts se comenta que Toni Comín es un cadáver político, pero su muerte es también la del Consell. El propio Puigdemont ha empezado a hacerse a la idea de que la vía del exilio ya no da frutos y hay que centrarse en otros espacios. Concretamente en el Congreso, donde Junts sigue teniendo la llave de la gobernabilidad, y en Cataluña, donde Junts aspira a arrebatar la Generalitat al PSC.
La consigna es utilizar las instituciones europeas solo para lanzar mensajes concretos -por ejemplo sobre el catalán- y mantener así cierto eco internacional. Pero no hay que seguir gastando energías en batallas judiciales que ya no se cree nadie ni tienen un impacto directo en la política nacional o catalana. La “normalización” de Salvador Illa les obliga ahora a jugar en un terreno más concreto y menos alejado.
Fortalecer el partido
Una de las razones del declive de Junts ha sido la división interna, la falta de jerarquía y su desconexión con la cúpula en Waterloo. El partido se consumía en la guerra interna Turull-Borràs sin que nadie supiera muy bien quién mandaba, y con Puigdemont sin cargo orgánico y librando su propia guerra particular. Los acuerdos con el PSOE fueron el inicio de una recentralización que culminó con el congreso de Calella, el pasado 27 de octubre, con Borràs apartada y Puigdemont ostentando el mando absoluto.
Esto obliga a Carles Puigdemont a tomar un papel más directo en el día a día de la política española y catalana. El expresident está liderando la estrategia de Junts en el Congreso y también, a través de Albert Batet, en el Parlament de Cataluña. Puigdemont ha dado instrucciones de levantar el pìe del acelerador con el Gobierno de Pedro Sánchez y, en cambio, endurecer la oposición en Cataluña para asfixiar a Illa.
El congreso nacional de Calella ha abierto una nueva etapa en Junts, que Puigdemont quiere convertir en un partido jerarquizado pero a la vez diverso. Esto convierte al partido en el nuevo instrumento de Carles Puigdemont para relanzar su figura a medida que el Consell de la República va perdiendo peso. Poco a poco, pues, va asumiendo el fracaso de su estrategia que le obliga a volver a abandonar la ficción para volver a la política real.
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