Una mano tirando una moneda a la basura como si fuera una hucha

OPINIÓN

¿Y la auditoría para cuando?

Entre la motosierra de Milei y ser un aspersor de cinismo hay matices

El tío va y saca una especie de ratón muy pequeño con un cable y un conector USB. Algunos de los presentes, los que conocen al tipo, se ríen, pero se ve de lejos que es una risa cínica, que les pica un poco. Yo sigo sin entender nada y me quedo con cara de merluzo hasta que alguien me explica que es un cacharro que sirve para que el ratón del ordenador se mueva de manera automática y Microsoft Teams perciba que hay actividad.

El tipo trabaja en una determinada administración de la Generalitat, tendrá más o menos mi edad y, en un momento dado, hablando de TV3, estalló para decir con babosa admiración “¡Eso sí que es un chiringuito!”. En el fondo, no es gracioso y todos lo sabemos. Los que estábamos allí, seguro. Me consta que ese chico también lo sabe.

No es fácil para mí referirme a lo que me quiero referir ahora porque no le encuentro grietas. No hay ningún espacio por el que yo puedo enchufar la manguera y dejar fluir los adjetivos. Por el contrario, me tengo que limitar a la constatación y a estar al lado para decir ¡Eh, ahora! ¡Mira, mira!

Tápate un poco

Bueno, esto en una misma semana: el tipo de antes que trabaja en una agencia de la Generalitat que no puedo desvelar y, antes de ayer, el jueves, una amiga que me explica que trabaja en un determinado Ministerio. Sus palabras exactas fueron “No hago nada y mis compañeros tampoco”.

Todo lo demás, todo el tejido adiposo del aprovechamiento, también se daba con rigurosa puntualidad: días libres injustificados (a los que propia chica no daba crédito), aprovechar para poner lavadoras y limpiar la casa durante el teletrabajo y también la de despertarse-fichar-y-volver-a-dormir. De hecho, el tipo que trabaja en la Generalitat se compró el ratón automático para los días que teletrabajaba. 

Conozco dos casos más a los que, nuevamente, no me puedo referir con detalle. Uno ha entrado en la educación pública y, en resumen, ha visto a Dios. El otro es el caso de una persona que trabaja en un Departamento de la Generalitat de funciones especialmente ideológicas y que percibe cerca de 40.000 euros de salario. Vamos a dejarlo en que, en el sector privado, más conocido como “la calle” o “la puta calle”, creo que ganaría alrededor de un 50% menos.

Organizar voluntades

Como es natural, mi percepción no puede ser nunca representativa por la evidente razón de que hay miles de funcionarios y yo tengo dos ojos. Más aún: la situación es tan perversa que se presta a las conclusiones viscerales, que son las de siempre: que si una vergüenza, los funcionarios no hacen nada, no se les puede despedir y tal y Pascual. Pero entre la motosierra de Milei y ser un aspersor de cinismo hay matices. Una auditoría, por decir algo. Aunque sea algo estético, hombre.

Lo preocupante es que esta situación distorsiona las percepciones de las personas y con razón. Quiero decir: tú te plantas, haces un cálculo y concluyes que, efectivamente, el pringado eres tú. Bueno, sin ir más lejos, un servidor redactó la noticia de que el portal especializado en oposiciones, Oposita Test, explicó que había un boom de opositores entre la gente joven.

Y es que sacar todo el plumaje de la moralina no nos debe hacer perder la cruda perspectiva analítica de las cosas. Al fin y al cabo, esta es una cosa bastante objetiva y que poco tiene que ver con las mullidas subjetividades del personal, que el poder político dispone por aquí y por allá ¿Es que el Estado es incapaz de percibir que tiene a un sujeto que se levanta para encender el ordenador e irse a dormir otra vez? Evidentemente que es capaz de percibirlo. Pero es funcional. Mientras dure.

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