Agujas de la Sagrada Familia de Barcelona
OPINIÓN

La Sagrada Familia, algo más que ruido y turismo masificado

La Sagrada Familia se puede visitar de dos maneras: como simple turista o con los “ojos y la mente abiertos”

Hace unos días, fui testigo de una discusión, que pudo ir a más, entre unas vecinas –al menos eso dijeron ser— de la plaza donde se ubica el templo de la Sagrada Familia y una joven bastante descarada y de claro acento galo que capitaneaba un grupo de turistas que ni siquiera dejaban pasar a los transeúntes.

Miles de turistas de toda raza, cultura y religión se acumulan diariamente formando largas y tediosas concentraciones, cuando no verdaderos embudos, junto al edificio sin duda más emblemático y visitado de Cataluña, y que, según todo parece, es el edificio católico más visitado del mundo tras el Vaticano.

La gran mayoría de visitantes quedan embelesados por sus poderosas agujas, que se alzan orgullosas y desafiantes al cielo, como deseando acariciar, quizá poseer o abrazar las virginales nubes.

Sin embargo, son pocos los que saben que el conjunto que muchos han definido como “la última gran catedral europea” y también “la catedral de los pobres” —ya que desde su comienzo en el año 1882, se ha financiado gracias a las aportaciones de particulares—, es la obra máxima y póstuma del místico, hermético y sobrio arquitecto Antoni Gaudí Cornet (Reus 1852 - Barcelona 1926), a la que dedicó cuarenta y tres años de su vida, y es, guste o no, una gigantesca enciclopedia esotérica y hermética, aunque la mayoría de veces la gente no sepa observarlo.

Detalle de la fachada de la Sagrda Familia

El primer investigador que trató a Gaudí no solo como un gran arquitecto, sino como una persona iniciada en el mundo del esoterismo sagrado, fue el escritor Joan Llarch, cuando preparaba su libro Gaudí, biografía mágica (Plaza y Janés, 1982).

Por aquel entonces quedaban todavía por construir varios sectores de la fachada de la Gloria, el cimborrio central, de 170 metros, hecho en honor a Jesucristo, la torre de la Virgen María, de 138 metros de altura, y, finalmente, las de los cuatro evangelistas.

Llarch, en su obra antes mencionada, nos presenta un Gaudí místico, comenzado en la alquimia, la simbología hermética medieval, la astrología y emparentado en ocasiones con los últimos y secretos grupos gremiales de origen medieval que posiblemente perviven todavía hoy crípticamente.

Para algunos investigadores —Llarch, Utset, M. Badía— Gaudí parecía poseer conocimientos de geografía y geometría sagrada, ya que, aunque en un principio fuera adjudicada su construcción al arquitecto diocesano Francisco del Villar, él aceptó aquel lugar —llamado entonces El Poblet— para edificar su obra maestra creyendo que en él había estado ubicado uno de los monumentos megalíticos que existieron en lo que actualmente es Barcelona, tema que ya tratamos en un artículo anterior. Para algunos investigadores se trataría del dolmen que daría nombre al Camp del Arpa —Camp del Arca— destruido, según parece, por orden real en el siglo XV.

Sobre este tema hay serias —y creo que muy razonables— dudas, pues parece más que seguro que quien escogió exactamente el lugar fue un peculiar personaje, a medio camino entre el ilustrado coleccionista —además de editor— de libros raros y antiguos y generoso filántropo, de nombre Josep María Bocabella (1815-1892), amigo personal de otro personaje emblemático de la mística catalana, y llevado luego a los altares, San Antonio María Claret.

Detalle de la fachada de la Sagrda Familia en forma de cuadrado con números

Incluso está probado y documentado que la primera piedra de la cripta, bendecida el 19 de marzo de 1882, fue colocada por Francisco del Villar (gran amante e investigador del estilo gótico y sus secretos), pero este, por razones no muy claras, aunque muy posiblemente debido a problemas con J. Martorell, representante de Bocabella, dejó su puesto para pasar a ocuparlo el joven y entusiasta Gaudí, que hizo algunos cambios en la estructura de la cripta, pero respetando las principales líneas de su antecesor, el cual tenía previsto desde un principio construir un gran edificio de estilo neogótico, al más puro, esotérico y hermético estilo medieval.

La Sagrada Familia se puede visitar de dos maneras: como simple turista, que armado de una máquina de filmar o fotografiar recorre el conjunto arquitectónico escuchando lo que el guía le cuenta mecánica y monótonamente, o con los “ojos y la mente abiertos”, como decían Llarch y Muñoz Badía, a la otra realidad. Buscando en cada columna, rincón, ángulo, grabado, campanario y escultura, la parte, el símbolo, el mensaje lítico, pero trascendental y esotérico que muy posiblemente Gaudí quiso transmitir a quien supiera leer el “mensaje de las piedras”.

Poco en su construcción deja de contener un sentido hermético y trascendental. Sin ir más lejos, cuando el edificio esté totalmente terminado tendrá doce agujas. Dicha cifra, según Llarch y Muñoz Badía, no se debe precisamente al piadoso número de los apóstoles, sino a cada uno de los signos zodiacales.

Encontramos repartidos por todo el edificio diversos símbolos astrológicos que Gaudí nos legó en su obra y que la gente no sabe o no puede observar por desconocimiento. Un claro ejemplo lo encontramos en el pórtico del Nacimiento, donde se pueden apreciar un toro con sus facciones ornadas con una serie de estrellas, posiblemente la constelación de Tauro, y muy cerca está Aries, y algo más alejados, pero en la misma parte de la estructura, se hallan Virgo, Leo, Géminis y Cáncer.

Detalle de la fachada de la Sagrda Familia en forma de triangulos

Según la teoría astronómica de Llarch y Muñoz Badía —este último todo un experto en temas astrológicos— dichos símbolos representan exactamente la relación entre el solsticio de verano y el de invierno. 

Al visitar dicho enclave deberíamos hacer el recorrido con los ojos bien abiertos y fijarnos en dos esculturas que, aunque sean oficialmente cristianas, y pasan generalmente desapercibidas para el gran público, me atrevería a decir que, a priori, guardan todo el conocimiento alquímico que Gaudí dominaba. Me refiero a la insinuante serpiente que parece surgir de dos figuras que parecen besarse. La otra es el gallo, que desafiante y orgulloso da la bienvenida a los visitantes.

Oficialmente, el primer símbolo representa simplemente al diabólico reptil que engañó a Eva en el Paraíso Terrenal, y el gallo a las negaciones del apóstol y primer pontífice, San Pedro. Para otros más heterodoxos, el gallo es un símbolo solar, que representa el Alma y el Azufre, mientras que la serpiente será el símbolo del Mercurio, fluido como el agua, y que serpentea sabiamente como este reptil: Alquimia pura.

Desde el exterior que da a la transitada calle Provenza, se puede observar como en sus muros, grandes sierpes —símbolo de las fuerzas telúricas— nos contemplan y parecen querer indicarnos que los fluidos existenciales y energéticos de nuestro planeta, los mismos que para muchos existen debajo del impresionante templo, ascienden por las pétreas agujas de la gran catedral para así fundirse con las energías cósmicas, confirmando la famosa y hermética teoría de “Arriba como abajo”, de Hermes Trimegisto.

Al recorrer el exterior del templo observaremos una ingente cantidad de símbolos que en pleno siglo XXI pueden parecer ajenos, incluso anacrónicos, a un templo moderno. Salamandras —Azufre—, tortugas —primera materia de la Obra alquímica—, sapos —sal común reducida a aceite—, caracolas —el misterioso número de Dios o Áureo—, espirales —el origen primigenio—, parecen ascender y descender en silencio por sus muros, recordándonos la abundante y arcana simbología hermética que podemos ver grabada o esculpida en los grandes y arcanos templos y catedrales medievales, principalmente góticos.

Detalle de la fachada de la Sagrda Familia en forma de serpiente

Pocos saben que Gaudí fue en su juventud un gran admirador de las obras de Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc (1814-1879), quien destacó por reafirmar vehementemente la naturaleza estructuralmente orgánica del gótico y pertenecer a diversas sociedades secretas y un consumado investigador de los caballeros templarios y sus secretos. Fue este artista galo, sin duda uno de los últimos grandes arquitectos iniciados, el postrer gran conocedor del verdadero misterio gótico, el restaurador junto al francmasón Jacques Félix Duban (1798-1870) de una parte de la catedral parisina de Notre-Dame y también de las llamativas murallas y defensas de la preciosa ciudad medieval de Carcasona. 

Posiblemente, fue de dichos trabajos de donde Gaudí extrajo parte de la fascinante simbología que está presente por todas partes en la Sagrada Familia. Quizá del estudio de las fuentes escritas de Viollet-le-Duc proviene esa afición tan propia de Gaudí por decorar algunos de sus principales monumentos con esbeltos y pétreos guerreros medievales que nos recuerdan a los caballeros templarios, de los que ya hablamos en otro artículo.

Este aspecto es repetitivo, ya que algo muy parecido sucede en pleno Paseo de Gracia de Barcelona, donde desde lo alto del también edificio gaudiniano de la Pedrera (Casa Milá), sus mayestáticos caballeros observan con mirada enigmática a los miles de paseantes.

Otra de las muchas “curiosidades” de este templo es su célebre —y en ocasiones controvertido— cuadrado mágico, aunque en este caso sea obra del escultor Josep María Subirachs (1927-2014) que, muy posiblemente, se inspiró en otro cuadrado mágico obra del artista renacentista alemán —aunque de origen húngaro— Alberto Durero.

Si examinamos atentamente este curioso cuadrado, comprobaremos que la suma de las cifras contenidas en sus columnas, en sus filas y en sus dos diagonales, nos dará siempre la cifra 33. Si, a su vez, dividimos el cuadrado en cuatro cuadrados menores, la cifra vuelve a ser de 33, y la suma de los números situados en los vértices del cuadrado igualmente repite ese mismo número. Lógicamente, la Iglesia asegura que se trata de la edad de Jesús al morir, pero otros verán que coincide con los 33 grados de la masonería.

Detalle de la fachada de la Sagrda Familia en forma de serpiente

En otra de las puertas de acceso, cerca del gallo y la serpiente, se encuentra una misteriosa figura, compuesta por un rectángulo ligeramente trapezoidal, en cuyo interior pueden apreciarse dos extraños símbolos: uno de ellos en relieve y el otro en pulido vaciado, representando los opuestos que se complementan, algo así como el Yin y el Yang oriental. Según el escritor barcelonés Milá Rodríguez, estos dos símbolos, muy parecidos a triángulos, son una evocación a los cuatro elementos, ya que, según él, el triángulo representa la signatura hermética del fuego, el mismo triángulo, pero con una raya horizontal, el aire, y este mismo, pero invertido, es símbolo del agua y, finalmente, igualmente invertido y cruzado por otra raya horizontal, es la representación del elemento tierra.

Otro factor que normalmente pasa desapercibido para el público es que, según algunos estudiosos de la obra de Gaudí, una vez finalizada totalmente la majestuosa obra barcelonesa, la planta del templo quedará inscrita en el círculo, pero también en el pentagrama, al igual que sucede en otras grandes construcciones religiosas medievales, como la catedral gótica de Notre Dame de París. 

La cripta parece una inmensa fábrica de espiritualidad y misticismo. En su interior todo es piedra y silencio. Parece que ni el más ligero ruido se atreve a despertar de su sueño eterno al gran arquitecto que allí reposa.

Sobre el hermetismo, la simbología alquímica y los mensajes esotéricos y heterodoxos que guarda el más impresionante edificio religioso de toda Cataluña, llamado por muchos “La catedral de los pobres”, se podría escribir un voluminoso trabajo, pero debido a la poca extensión que tenemos para este artículo, puedo asegurar que, en alguna ocasión, lo he visitado con ateos convencidos y, al entrar, incluso al verlo desde fuera, han quedado extasiados por algo muy parecido, si no a un estado místico —que daría mucho que hablar— sí de una trascendencia que es difícil de definir, aunque sin duda está reñida con cualquier tipo de materialismo radical.

Sea como sea, la Sagrada Familia es indudablemente uno de los monumentos más visitados, no solo de Cataluña, sino también del resto de España. Me atrevo a definirla como la “última gran catedral medieval”, aunque construida en tiempos modernos.

En este inmenso edificio se unifican el LUGAR —en mayúsculas—, la simbología, la construcción y el genio místico-sagrado del arquitecto. Gaudí, con su visión única, buscó crear un puente o una “puerta” por la que el visitante, creyente o no, pudiera sentirse más cerca de Dios o de lo trascendental.

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