Imagen de una ermita en blanco y negro

OPINIÓN

En plena batalla, cualquier “ayuda celestial” es buena

Antaño, en muchas batallas, donde todo se “reducía” a que dos ejércitos más o menos numerosos se masacraran cualquier supuesta ayuda celestial, o sea, venida del Cielo —en el caso de los cristianos— era más que bien recibida

Somos muchos los que actualmente creemos escuchar tambores de guerra, y no me refiero a la famosa película interpretada en 1954 por el mayestático actor Alan Ladd.

Rusia, en manos de un ególatra y cruel dictador con sueños imperialistas; en los EE. UU., dos personajes se disputan la Casa Blanca: el primero, una persona de avanzada edad con claros problemas seniles, cuando no neurológicos, y el segundo, un tipo imprevisible, ególatra, narcisista y poco de fiar, con una moral más que discutible. 

Añadamos la China comunista, siempre a su bola y mirando solo por sus intereses comerciales o geopolíticos, y el sanguinario terrorismo islamista (tampoco olvidemos el poderoso e integrista Irán) que no para de golpear y crear el terror; sin olvidarnos de un pequeño, pero poderoso e influyente estado, Israel, cada vez más duro, llegando últimamente a la crueldad. 

Tenemos el cóctel perfecto para que una Tercera Guerra Mundial esté llamando a la puerta. En este pequeño y apocalíptico listado, no podemos olvidar al paranoico y supra militarizado estado-secta de Corea del Norte y su ya casi eterna y divinizada dinastía comunista.

Antaño, en muchas batallas, donde todo se “reducía” a que dos ejércitos más o menos numerosos se masacraran a golpes de espadas, mazas, lanzas o flechas, o máximo a unas enormes pedradas lanzadas por catapultas, cualquier supuesta ayuda celestial, o sea, venida del Cielo —en el caso de los cristianos— era más que bien recibida.

Actualmente, y para desgracia de la humanidad, principalmente de Occidente, en caso de conflicto bélico, desde el cielo es difícil que llegue alguna “ayuda celestial”; más bien serían los terribles RS-28 Sarmat rusos, los DF-41 chinos o coreanos o cualquier misil balístico, cuando no, en el peor de los casos, serán las terribles armas nucleares las que marquen los tiempos de una gran confrontación mundial.

Aunque hace siglos, y según nos cuentan viejas crónicas, en muchas ocasiones, cuando dos ejércitos se estaban dando de palos y los hombres muriendo por centenares, cualquier “ayuda celestial” —bastante habituales— podía decidir una batalla y ser de agradecer por parte del beneficiado.

El caso más conocido a nivel español sería la batalla de Clavijo, supuestamente acaecida el año 844 entre las tropas, un tanto menguadas, del rey Ramiro I de Asturias y las musulmanas, mucho más numerosas. La milagrosa aparición del apóstol Santiago, montado en un caballo blanco y espada en mano, aseguran que subió la alicaída moral de los cristianos y lleno de pavor a los moros —si se me permite denominarlos así, pues ahora nunca se sabe a quién puedes ofender— y dieron la victoria a los cristianos.

Garriguella

Lo malo es todo parece que dicha batalla que jamás sucedió y se trata de un refrito bastante posterior, muy posiblemente fruto de la imaginación —con fines religiosos y militares— del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, de varias batallas entre cristianos y moros que se dieron con regularidad en aquella zona riojana, siendo una de las que más aportó a dicha leyenda la que se llevó a cabo en Albelda (segunda batalla de Albelda de Iregua, en La Rioja).

En tierras catalanas tenemos también una rica lista de batallas contra los musulmanes en las que las “fuerzas celestiales” tomaron partido, decantando la bélica balanza a favor de los cristianos. 

Quizá en estos tiempos de buenismos, en los que una buena parte del mundo woke parece que siente urticaria por ciertos temas que ellos consideran dignos de la fachosfera, puede ser interesante desenterrar o rescatar del olvido algunos sucesos, sin duda legendarios; aunque siempre nos quedará el interrogante sobre qué sucedió realmente. En los que algunos fenómenos naturales (¿?) aportaron moral y ánimos a las tropas cristianas para poder vencer al invasor musulmán.

Uno de estos sucesos actualmente poco conocidos fue el extraño fenómeno celeste que sucedió en la Alta Edad Media en tierras del actual Alt Empordà (Girona), en el municipio de Gariguella, pueblo famoso por sus vinos. 

A finales del siglo VIII o principios del IX, en aquellas tierras se enfrentaron las tropas cristianas de Carlomagno, formada por guerreros francos y habitantes autóctonos de aquellas tierras (que no llamaremos catalanes, ya que Cataluña todavía no existía) y los sarracenos. La batalla iba un tanto igualada y, por razones tácticas, la luz diurna podía decantar la balanza a favor de uno u otro bando. Si había luz para seguir luchando, los cristianos podían vencer a los árabes; en caso contrario, los agarenos resultarían vencedores.

Alguien —una leyenda dice que el mismo Carlomagno— rezó a Dios o a la Virgen para que el sol tardara en ponerse más de lo habitual y, aunque hay distintas y encontradas versiones sobre lo sucedido, el sol, o bien una enorme luz que parecía serlo, se quedó en el cielo iluminando el campo de batalla hasta que los cristianos vencieron claramente a los árabes.

Actualmente, existe allí un bonito santuario, Mare de Déu del Camp, donde supuestamente sucedió dicha batalla, y en su interior, un fresco muy posterior, posiblemente de los siglos XVI y XVII, recuerda aquel extraño fenómeno celestial que permitió el triunfo a las armas cristianas.

Como simple curiosidad, mencionaremos que, al parecer, se podría pensar que el poderoso Carlomagno tenía una estrecha relación mística con los fenómenos “celestiales”. Tal y como podemos leer en el ya clásico libro Las nubes del engaño del escritor, investigador y ex presentador de Catalunya Radio, Andreas Faber-Kaiser—fallecido ahora hace 30 años—, durante su cruzada contra los paganos, principalmente los sajones, Carlomagno se vio favorecido por extraños “escudos celestiales” que crearon el pavor y la muerte entre sus enemigos no cristianos, como sucedió y quedó recogido en una crónica del abad Lorenzo en el asedio de Sigisbug.

A finales del siglo X, concretamente siendo conde de Barcelona Ramón Borrell II, uno de los condes de Barcelona más ilustrados y que intentó buscar la paz con sus poderosos vecinos (francos al norte y árabes al sur), las razias árabes de la mano de Almanzor y de uno de sus hijos devastaron la Cataluña de entonces—al igual que otros territorios hispanos—, llegando a saquear la Ciudad Condal. 

En algún momento, posiblemente en el año 998, intentando parar los saqueos, violaciones, toma de esclavos y todo tipo de tropelías que causaban las tropas musulmanas—sin duda los cristianos también hacían lo mismo cuando tocaba—, las tropas condales, escasas en aquellos momentos y con una moral muy baja tras distintas derrotas, decidieron plantar batalla a los agarenos cerca de la montaña de Montserrat. 

Al parecer, la noche antes, el conde catalán ascendió a la montaña para rezar y pedir ayuda a la Virgen para poder vencer a los poderosos invasores.

Cuando llegó el momento del enfrentamiento armado, por algún extraño fenómeno sin explicación posible, cuentan las crónicas de la época que desde la sagrada montaña aparecieron unas “espadas candentes”—actualmente hablaríamos de misiles o similares— que explotaron entre las filas agarenas, sembrando la muerte y el pavor entre sus tropas, que decidieron huir, siendo perseguidas y masacradas por los guerreros cristianos. Parece ser que en la sierra montserratina se erigió una ermita—había ya varias— en honor a esa batalla.

Lo de la lluvia de “espadas de fuego” parece que fue algo que no se limitó solamente a la batalla antes mencionada, sino que, no muy lejos, en las cercanías del actual municipio de Sant Julià de Cerdanyola, hubo otro enfrentamiento entre las mesnadas condales y las tropas agarenas.

 Antes de empezar la batalla, los cristianos pidieron protección y ayuda a la Virgen, la cual, según una antigua leyenda, lanzó una verdadera lluvia de “pequeñas espadas ardientes” sobre las tropas moras, provocando gran mortandad y la consiguiente retirada desordenada de los guerreros árabes que allí se encontraban.

Lógicamente, hablando de Cataluña y sus gestas guerreras y milagros bélicos, no podíamos olvidarnos del santo patrón, Sant Jordi (o San Jorge), que además lo es de escritores y boy scouts, todo en uno. 

Campanar de la Mare de Déu del Camp en Garriguella

El ya mencionado Faber-Kaiser, buen amigo de quien esto escribe, y con el que compartí bastantes y estupendas madrugadas en Catalunya Radio—emisora de la que hace años nada quiero saber, ni ellos de mí—, recogió una buena relación de supuestas apariciones del caballero “matadragones” en distintas batallas o escenarios bélicos cercanos.

Desde su aparición montada en reluciente caballo para reconquistar la ciudad de Barcelona, hasta alguna ayudita en la toma de Mallorca por parte del rey Jaime I, en la cual, tras ser invocado muy posiblemente por el “Conquistador”, apareció “sobre un caballo alado, su lanza en ristre llena de fuego, y su alba túnica con su cruz” lanzándose contra la morisca, obligándolos a ceder y seguidamente huir, hasta el punto que poco después el rey de la Corona aragonesa podía entrar triunfante en la capital mallorquina.

También en Alcoy, en malos momentos para los cristianos, apareció entre las nubes, galopando un blanco corcel, y lanzando espadas de fuego a diestro y siniestro, para pánico y muerte de centenares de belicosos agarenos.

No vamos a extendernos más en las distintas acciones y ayudas bélicas que, supuestamente, el patrón de Cataluña y Aragón—y otros territorios cristianos—brindó a unos, los cristianos, para derrota de los otros, los moros. Sin duda, se ganó a pulso ser nuestro santo patrón.

Contado así, puede parecer solo un compendio de leyendas, y sin duda lo sean en gran parte. Coincidiendo algunos de estos casos con fenómenos naturales que, en aquellos tiempos, eran imposibles de explicar; sin descontar que servían de acicate y aliciente moral para seguir luchando, convencidos de que el Cielo estaba con los cristianos.

Pero las extrañas apariciones “celestiales” y tomando partido en tiempos de guerra también han sucedido en tiempos recientes. Por ejemplo, las sucedidas durante la Primera Guerra Mundial en la batalla del Marne, cuando, durante una ofensiva victoriosa de las tropas germanas contra posiciones galas casi vencidas, una imagen femenina y luminosa que muchos identificaron con la Virgen, se interpuso ante los soldados tedescos quienes, con la bayoneta calada, se disponían a masacrar a los franceses. Los germanos, impresionados por la aparición, dieron media vuelta y regresaron a sus trincheras. 

Décadas antes, durante la guerra franco-prusiana, cuando los soldados franceses estaban prácticamente sin munición en un enclave conocido como “L’Hospital”, apareció una extraña imagen virginal, acompañada de “soldados angelicales” y con las manos llenas de balas de todo tipo y abastecieron a los galos. Sin duda, no simpatizaban dichas apariciones con los soldados del káiser.

Podríamos llenar libros enteros sobre estos curiosos casos, unos fantasiosos, otros con “algo” de verdad que podría tener diversas explicaciones. Místicas unas, naturales otras, ¿ufológicas alguna? 

Sin olvidar las que son fácil de suponer que sus orígenes eran un fake total, con intenciones—malas intenciones— de guerra psicológica, como la ocurrida en la Cuba de la dictadura comunista de Fidel Castro en 1982, cuando decenas de miles de cubanos quedaron impresionados al ver en sus cielos una inmensa imagen de la Virgen, para cabreo monumental de las paranoicas mentalidades del gobierno cubano, que incluso ordenaron disparar a dicha imagen. 

Sin duda, aquella “aparición celestial” hizo poca gracia a las autoridades comunistas de la bella isla, mientras despertarían grandes sonrisas al otro lado del mar—mucho más avanzados tecnológicamente— como pequeña venganza por la derrota sufrida en Bahía de Cochinos hacía ya bastantes años.

Podemos creer o no en dichos sucesos, reales o ficticios. Pero lo que podemos asegurar es que, si a alguna mente cruel, desquiciada y calenturienta le da por llevarnos a una nueva guerra mundial, lo que veremos en los cielos no serán precisamente relucientes caballeros montados en blancos corceles, ni siquiera “espadas flameantes” o al Astro Rey haciendo “horas extras”. 

Lo que veremos, si alguien no pone sobre el tapete de la política mundial sentido común—el seny, que decimos en catalán— a lo que está sucediendo a nivel mundial, es que si esto no lo para alguien, los pocos habitantes que quedarán sobre la tierra tendrían que volver a pelear, si así lo deciden de nuevo, a golpes de pedradas, pues apenas quedará nada.

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