Padres amigos de sus hijos
Algunos educadores se declaran amigos de los púberes, algo teóricamente muy loable, pero que en la práctica trae más complicaciones que ventajas
Algunos educadores se declaran amigos de los púberes, algo teóricamente muy loable, pero que en la práctica trae más complicaciones que ventajas. El origen de la amistad parece algo innato en nuestra especie. Desde pequeños intentamos experimentar ese tipo de simbiosis y empatía de tal manera que nuestro egocentrismo se diluya en el altruismo de los demás y viceversa.
En la amistad nos reconocemos como individuo, ya que los humanos somos capaces de reconocer a otros humanos. La camaradería reviste todo un corolario de peculiaridades que pertenecen más al ámbito adulto que al adolescente. Y tres son las más importantes: el respeto, la estima y la reciprocidad.
El respeto por qué deseamos lo mejor para un amigo, la estima por qué uno se alegra de ver a los allegados y la reciprocidad por qué nos ayudamos.
Esta definición difiere en poco de la establecida por Aristóteles hace más de 2400 años. Aristóteles hablaba de tres tipos de amistad, dos de ficticias y una de real. La primera era la falsa amistad por placer, ¿nos lo pasamos bien?, la segunda, la de la conveniencia, ¿nos ayudamos?, y la tercera y verdadera, la amistad basada en el respeto, la admiración y la confianza.
La confianza, o simetría entre amigos, es lo que más separa a educadores de púberes. Existe simetría entre dos personas adultas, ya que entre ellas pueden darse consejos con autonomía de acometerlos o no. Un consejo justo y argumentado es un regalo hacia el otro. Avisar de un posible error ayuda a ver lo que la subjetividad de uno no atina en soledad.
Educando podemos dar consejos, pero tarde o temprano también daremos órdenes, evaluaremos e impondremos límites que un amigo no estaría obligado a secundar. Así pues, es muy difícil que exista una amistad madura entre un educador y un escolar, o entre los padres y sus hijos. Los adultos ostentan una experiencia que el estudiante todavía no ha adquirido. Asimismo, los educadores pueden sancionar al aprendiz.
Además, a los jóvenes les pesa todavía mucho el ego para practicar el sentido profundo de la palabra altruismo. Ellos sienten más el egocentrismo individual que la simbiosis de la reciprocidad humana. En fin, que los educadores amigos de críos padecen de un grave error y ya sabemos lo que ocurre, que debemos ser formadores antes que amigos. La amistad es una palabra muy seria que se consolida más en la madurez que en la infancia y adolescencia. Pretender ser amigo de hijos y alumnos puede parecer muy moderno, pero a padres y a profesores nos será luego muy difícil educar.
Se insiste, un amigo escucha lo bueno y lo malo de otro amigo, pero no tiene potestad para marcar límites o castigar sus deslices. Docentes y padres pueden corregir las faltas de sus lechones, es más, deben hacerlo. Por otro lado, una amistad implica toda una serie de derechos, pero también de obligaciones que a menudo los escolares no saben cumplir. Ser amigo de nuestros hijos ya llegará cuando estos hayan alcanzado su madurez personal.
Antes puede resultar un juego demasiado peligroso donde el joven solo desee reivindicar sus derechos y eludir sus obligaciones. Como decía el psiquiatra Viktor Frankl, un buen maestro no es solo quien enseña a conocer, sino quien enseña a ser.
Pero ¿cómo podemos desenmascarar a los educadores amigos de sus hijos? Según los casos observados son progenitores, protectores y compradores que a menudo discrepan en la pareja, ya que siempre uno es muy amigo de su prole y el otro o no lo es, o no lo es tanto.
El tiempo dedicado a sus hijos suele ser bajo, puesto que consideran al escolar como un adulto y le confían muchas decisiones. Ante los demás justifican los errores de sus lechones y la disciplina es baja. Suelen darse muchos casos en matrimonios separados, ya que la ausencia de consorte la sustituyen parcialmente con el trato de amistad hacia el hijo o hija.
En cambio, no suelen ser padres excesivamente sufridores y ni mucho menos supereducadores. Bajo el influjo de todo lo anterior, la prole es muy inconstante en el trabajo. De autoestima y orgullo andan sobrados, por lo que son fuertes, extrovertidos, sociables y muy exigentes con sus educadores, sobre todo durante la adolescencia. La disciplina que no se aplicó durante la infancia estalla ahora con todas sus fuerzas y los padres se sienten imponentes ante la situación.
Pero esto además acarrea otras lacras a estos púberes cuando llegan al tejido social adulto. Cada día acuden más pacientes con depresión a las consultas de los médicos y psicólogos. La excesiva permisividad educativa se halla en parte detrás de ello. Desgraciadamente, nuestras leyes van por otro camino y esquivan la disciplina una y otra vez.
Por ejemplo, la LOMCE del ministro Wert la consideró como un tabú, y la LOMLOE también. De hecho, apenas la mencionan. O en la propia LEC catalana se promulgó que el camino básico hacia la disciplina era el docente carismático. Pero como decía el profesor Ricardo Moreno, Charles Manson y Adolf Hitler también fueron altamente carismáticos, pero luego se volvieron unos dictadores sin moral alguna. Hay que usar la disciplina en el aula para, y con el tiempo, provocar la confianza con los adolescentes. Además, y bajo este modelo de disciplina, se refuerza la mente de los púberes y se les ahorra posibles depresiones. En fin, más disciplina y menos Prozac.
Visto todo lo anterior, se podría decir que la sobreprotección y la amistad con nuestros hijos está de moda. Sus detonantes, el tripartido sociedad-colegio-familia, no saben ponerse de acuerdo como tampoco lo haría VOX con la izquierda aberzale, uno en español y los otros en euskera difícilmente se entenderían. Ojalá el asunto educativo solo fuera un problema de idiomas, con un simple intérprete bastaría para resolverlo.
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