El nuevo orden mundial
En Europa solemos pensar que somos el ombligo del mundo y tendemos a creer que nuestros valores son exportables
Tras la resaca de las elecciones europeas, los discursos catastróficos, las sorpresas de la política del todo a 100, las victorias de casi todos y las derrotas de casi nadie, toca echar una visión a otras partes del mundo donde se decide gran parte de nuestro futuro y el de los que heredarán nuestras miserias, debilidades, virtudes y defectos.
En Europa solemos pensar que somos el ombligo del mundo y tendemos a creer que nuestros valores, estilo de vida, sistemas educativos, de salud, etc.; son siempre exportables a otros lugares, incluida la democracia liberal y el libre comercio. Los europeos estamos muriendo de éxito. Una pirámide de necesidades cubierta entrega nuestros pensamientos al consumo de libros sobre desarrollo personal, autoayudas, motivación y todos sus derivados que, aunque cueste creerlo, son los volúmenes más vendidos en las plataformas.
Se tiende a alardear en redes sociales de una vida maravillosa y existe una demanda de éxito que al final deriva en absurdas frustraciones. Nuestros hijos tienen que ser los mejores en las actividades que realicen, que hay críos con 9 años con más agenda que un cirujano plástico. Hay que destacar en algo y, al mismo tiempo, tener a las criaturas ocupadas para que no priven a los atareados papás de un rato de asueto vespertino o el tiempo necesario para hacer la compra o cotidianeidades por el estilo.
La plena igualdad entre hombres y mujeres, justamente celebrada, tiene un revés no calculado. Si cada mujer no es capaz de procrear como mínimo dos hijos, la extinción de la sociedad es un hecho que solo el tiempo se encargará de conseguir. En Europa se goza de los niveles de protección social más altos del mundo y sus pequeños estados son los más favorecidos en términos de bienestar, desarrollo humano y calidad de vida.
Ante la pirámide generacional invertida que se presenta, es inevitable completar la sociedad con personas de otros lugares del mundo. A nadie se le escapa que esto genera un choque cultural y, si me apuran, civilizacional. Quienes más gozan o sufren de la interculturalidad, depende del color del cristal con que se mire, son los que viven en los barrios más populares de las grandes ciudades y merecen especial atención en el futuro, porque un sector de la sociedad descontento y que no aprecia posibilidad de solución a sus problemas se convierte en presa fácil de vendehúmos, “prometolotodos”, y justicieros del bien común. Por otro lado, se encuentran los que se sienten discriminados en el país de acogida y que desarrollan una natural defensa buscando también en ahondar la diferencia para abrazar un orgullo de pertenencia a sus orígenes. Negar que hay algunos problemas de convivencia es como negar el Sol.
Absortos en nuestras historietas domésticas no nos percatamos que eventos exteriores pueden trastocar nuestras vidas para siempre en un abrir y cerrar de ojos. La pandemia del Covid fue un aviso de que no todo está bajo nuestro control y que, en este mundo que se globalizó para gloria del comercio, hay peligros que acechan tras las bambalinas.
Qué es China más allá del país
China no es solo un estado, un país, una bandera o un sistema político. China es, en sí misma, una civilización inspirada en el confucianismo.
El Gobierno de Xi Jinping pugna por hacerse con la hegemonía mundial y el primer asalto es el económico. La expansión del conocido como “poder blando” ha generado gran éxito al gigante asiático porque ha conseguido establecer una relación asimétrica con los estados con los que mantiene relaciones comerciales. Cuando China se abrió, todo el mundo en Occidente pensó que se abría un gigantesco mercado para los exitosos productos de consumo. Las empresas españolas ya se veían atiborrando de jamón serrano y butifarra a los cientos de millones de asiáticos que, al probar nuestras maravillas, abandonarían sin pensarlo los rollos de primavera y el arroz Tres Delicias. Sin embargo, ha sucedido todo lo contrario, lo chino invade todo a nuestro alrededor.
La lucha comercial ha generado fricciones, sobre todo con los Estados Unidos y estas han ido trasladándose al índole geopolítico y geoestratégico, de modo que estamos asistiendo al desarrollo de unas Fuerzas Armadas chinas con vocación de rivalizar también en ese campo con sus homólogos estadounidenses.
Los expertos en Seguridad de los Estados Unidos llevan mucho tiempo prestando especial atención al indo-pacífico, porque es allí donde se cuece el orden mundial y lo que sucede en Europa ha pasado, por primera vez en muchos siglos, a presentarse como algo de carácter regional.
De eso quería yo escribir algo hoy, aunque, como suele ser habitual, ya me he dado un paseo “cerroubense” antes de empezar a centrarme en el tema. Me refiero al “orden mundial”. Dice Elizabeth Economy, experta norteamericana en todo lo relacionado con China, que Xi Jinping está mostrando, ahora ya sin ambages, su clara intención de "rehacer el mundo". ¿Cómo? Disolviendo la red de alianzas de los Estados Unidos o purgando lo que considera como “valores occidentales” de los organismos internacionales. Según el mandatario chino, el mundo, nuestro tiempo y la historia están cambiando de formas nunca conocidas y se ha entrado en un nuevo periodo de turbulencias y transformaciones.
El 27 y 28 de diciembre, se celebró en Beijing la Conferencia Central sobre el Trabajo de Asuntos Exteriores y el presidente del Partido Comunista Chino, de la República Popular China y de la Comisión Militar Central, Xi Jinping, que atesora un poder absoluto sobre casi 1500 millones de personas, lo que constituye una quinta parte de toda la población mundial; explicó el propósito de su Gobierno para la futura política exterior.
El presidente habló de un mundo multipolar igualitario y ordenado y una globalización económica universalmente beneficiosa e inclusiva. Lo del mundo multipolar se apoya sobre la visión utópica de un sistema internacional donde cada país, independientemente de su tamaño e influencia, sea tratado en igualdad, rechazando el hegemonismo y la política de fuerza. Jinping apuesta por una globalización abierta, promoviendo con firmeza la liberalización y facilitación del comercio y haciendo que la globalización económica sea más abierta, inclusiva y beneficiosa para todos.
Cualquiera diría, leyendo las palabras del dirigente chino, que están pronunciadas por un líder comunista que quiere extender su poder aprovechando el potente motor del libre mercado.
Evidentemente, hay un marcado interés en esas palabras. China necesita libertad de movimiento en el exterior para conseguir recursos naturales de naciones que precisan inversiones en infraestructuras, seguridad, etc. Aprovechando un intercambio de intereses, se está ejercitando una nueva forma de colonialismo que está llevando a muchas naciones del tercer mundo a comulgar con los propósitos del gigante asiático y a presentar una política exterior contraria a las tendencias occidentales.
El ejemplo más paradigmático de esto se encuentra en el continente africano. África tiene una deuda de 153,000 millones de dólares con China, que en los últimos 20 años ha concedido 1143 préstamos a Gobiernos del continente, según datos de la Universidad Johns Hopkins publicados en El Orden Mundial. El que presta genera redes de influencias y, sobre todo, de dependencias que ofrecen excelentes oportunidades.
Así, las exportaciones de materias primas desde África al gigante asiático se han incrementado exponencialmente. Petróleo sudanés y angoleño, uranio de Namibia y Níger, cobalto y coltán del Congo. Todo el sector minero africano se nutre de un tercio de capital chino. Jinping ha apostado claramente por África para disponer de los recursos que necesita para continuar el imparable desarrollo industrial y tecnológico chino. Al mismo tiempo, los estados africanos consiguen infraestructuras estratégicas y suculentos préstamos para aliviar sus esmirriadas arcas.
Toda esta actividad se ha producido en muy poco tiempo y la conquista del continente está plenamente consolidada. Etiopía y Angola son los principales destinos de los préstamos chinos. Kenia, Zambia, Nigeria, Sudán, Camerún o Egipto también han logrado préstamos importantes. Pero, en general, desde Marruecos a Yibuti y desde Egipto a Sudáfrica, el dinero chino está regando todo el continente.
Mientras más se endeuden los estados africanos, más dependerán políticamente de Beijing con el impacto que eso tendrá para sus antiguas metrópolis, las europeas.
Cuál es el objetivo de China
La pretensión China es muy clara, ser el eje central del mundo multipolar que tanto aplauden, pero que, es, en definitiva, un mundo que deje de hablar en inglés y de emplear el dólar o el euro como moneda de cambio. Todo se apoya en los tres programas globales:
El BRI, o la iniciativa de la Franja y la Ruta, (Belt and Road iniciative), abordando las necesidades de infraestructura de las economías emergentes a base de un gran despliegue de las empresas de construcción chinas y que han servido para expandir su influencia hasta colocar ecosistemas digitales, de salud y de tecnología limpia en casi todo el mundo, promoviendo, de ese modo, su modelo de desarrollo y, tras ello, se está produciendo la ampliación del alcance de sus fuerzas militares y policiales, así como la promoción del uso de su moneda.
El GDI, o la iniciativa de Desarrollo Global (Global Develompent Initiative) que surgió en 2021 y a la que más de 100 estados y organizaciones internacionales han mostrado apoyo. Hasta la fecha, más de 60 países se han unido al Grupo de Amigos del GDI en la ONU. Se basa en proyectos a pequeña escala para encarar el alivio de la pobreza, la conectividad digital, el cambio climático, la salud y la seguridad alimentaria.
Por último, el GSI o Iniciativa de Seguridad Global. Un sistema para aportar “soluciones chinas” para promover la paz y la tranquilidad mundial. Es una apuesta para el rechazo a la mentalidad de Guerra Fría de la que acusan a Estados Unidos. El objetivo final es acabar con las redes de alianzas de los norteamericanos en las que estos han apoyado su política de seguridad global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este proyecto chino tiene solo un año de vida. Los chinos buscan, también, hacer otras lecturas sobre el concepto de “los derechos humanos” basados en la concepción occidental y promover también la visión tradicional china. A nadie se le escapa, que, de ese modo, se pueden evitar las numerosas denuncias sobre el comportamiento chino con los tibetanos o la represión a los uigures, campos de reeducación incluidos.
El BRI, el programa más antiguo, que se inició en 2013, ha conseguido modificar el panorama geoestratégico y económico de gran parte del continente africano y está sucediendo lo mismo, de forma replicada, en toda América del Sur. Huawei, por ejemplo, proporciona el 70% de todos los componentes de la infraestructura de comunicaciones 4G de África.
La influencia china sigue en crecimiento y esto implica un deterioro de los intereses de los Estados Unidos y Europa más allá de sus fronteras. Cada vez la voz del gigante asiático tiene más volumen y debe ser tenida más en cuenta. Tras una expansión comercial, siempre va detrás una relacionada con la seguridad y esa pasará, irremediablemente, con el despliegue de bases estratégicas en aquellos países que mayor deuda contraerán y que más se han beneficiado con las infraestructuras. ¿Está más cerca el cambio del orden mundial o el peso de la ideología cederá ante las resilientes democracias liberales? ¿Qué opinan ustedes?
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