El movimiento (no solo) se demuestra andando
Desde Bukele a Milei, con más razón unos que otros, sus líderes comparten, además de un plumaje extravagante y un liderazgo jupiterino
El pasado 2 de febrero, mi compañero articulista (y de otras lizas), Yeray Mellado, publicaba un artículo en esta misma cabecera, que les recomiendo leer. En él, analiza como líderes de la llamada derecha alternativa parecían estar ganando cada vez más adeptos. En su repaso, nos llevaba del fulgurante Milei al reaparecido Trump, pasando por Meloni, Bukele, Kast o Fujimori (Keiko, en este caso), rematando en el más cercano Abascal.
El artículo es fresco y ágil, el análisis es objetivo, si bien destila la alegría del autor por el auge de estos movimientos. Sin embargo, me atreveré a discrepar de su reseñita. Si fuese un tertuliano de medio pelo, diría que el problema en el que incurre Mellado es “comprar el marco de la izquierda”. Por suerte, no tengo la menor intención de serlo y el pelo lo conservo entero. Discrepo de mi colega en pretender asociarlos bajo el mismo estandarte.
Es cierto que a todos ellos les rodea un halo común: la pulsión antisistema. Desde Bukele a Milei, con más razón unos que otros, sus líderes comparten, además de un plumaje extravagante y un liderazgo jupiterino, la intuición de que el sistema político que les alumbra ha fallado y que, al calor de la causa popular, deben derogar todos los mimbres del fallido Leviatán.
Pese a todo, a cada movimiento le rigen principios distintos. Las fuertes políticas de ayudas sociales de Meloni, tan propias del post-fascismo italiano, no se reconcilian bien con el anarcocapitalismo de Milei; la política migratoria en Bukele es más un resorte negociador con Estados Unidos que un mandamiento político, como podría ser para Abascal. La dispersión intelectual —y, a ratos, cognitiva— de la altright hace que su asociación sea casi por oposición: son derecha alternativa porque sabemos que no son woke (o que, al menos, no son woke de izquierdas).
Y alegrarnos, como hace Mellado, por el triunfo de movimientos cuya única virtud unificadora sea no ser de izquierdas, quizás no sea el paso más acertado. La derecha tradicional, la que es potable, sí es y debe ser, en cambio, fácil de identificar porque, a diferencia de un movimiento, que debe deglutir camino para seguirse justificando, la tradición liberal-conservadora, lo que venera es un proyecto. Un proyecto de libertad, igualdad y fraternidad. Propiedad privada, vida, Estado de derecho. Comunidad, seguridad y pluralismo.
Así, podemos regocijarnos un ratito en el calor de la victoria y gritar que “¡Viva la Libertad, carajo!”, y haremos bien, pero no será suficiente si pretendemos un futuro de prosperidad y libertad.
Al final de este paseo, me acuerdo de una chanza que escuché a un comentarista americano: “Alternative right might as well mean wrong”.
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