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OPINIÓN

Sánchez será la tumba del socialismo

Del hombre ambicioso y sin escrúpulos que era destronado de la secretaría general del PSOE en 2016, a volver al poder para hundir al partido con algunos de los señalados en la presunta trama de corrupción destapada hace unas semanas


Algunos, en el año 2016, pronosticamos que el final del PSOE, tal como lo hemos conocido a lo largo de sus más de 140 años de historia, vendría de la mano de Pedro Sánchez. Del hombre ambicioso y sin escrúpulos que, ese mismo año, era destronado de la secretaría general del PSOE y que cogía el coche, con algunos de los señalados en la presunta trama de corrupción destapada hace unas semanas a bordo, para volver al poder.

Lo logró gracias al apoyo de la militancia. Nada que decir. Es la voluntad de la mayoría —si es que no se adulteró el resultado, que siempre ha habido sospechas—. Pero a partir de aquí, de hecho, esta legitimación de las bases, fue el principio del fin. Una legitimación nunca obtenida antes por un secretario general, que se ha tomado como un cheque en blanco para hacer lo que quiera.

Posteriores primarias a la búlgara, imposiciones a dedo, pactos en contra de su programa electoral, expulsión de militantes históricos por cuestionar sus decisiones, defenestración de los que le han sido leales… Maduro o Putin también fueron elegidos en las urnas y lo que hacen unos y otros se parecen mucho. Cada uno decidirá qué apellido se le pone a lo que hacen.

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante el cierre de la campaña electoral del PSdeG-PSOE, en el Pavillón Fontiñas, a 16 de febrero de 2024, en Santiago de Compostela

Pero volvamos a lo importante. Cuando regresó a la secretaría general, en el año 2017, algunos dijimos que a Pedro Sánchez le importaba poco el partido. El PSOE, para él, no era más que un instrumento para obtener el poder que siempre había deseado. Recuerden que su mujer, también señalada ahora por reuniones con presuntos delincuentes de la trama corrupta, llegó a decir que de joven le prometió que algún día sería presidente del Gobierno español. Muchos pueden decir eso medio en broma, medio en serio, alguna vez en la adolescencia.

Más por un deseo de acabar siendo alguien importante, que no por un objetivo final. Pero todo en la vida de Pedro Sánchez, desde muy joven, estaba milimetrado para llegar a la Moncloa. A pesar de que su trayectoria política, hasta llegar a la presidencia gracias a una moción de censura contra la corrupción que ahora puede destronarlo a él, había sido muy discreta. Concejal en Madrid, consejero en Bankia y diputado en el Congreso de esos que ni intervienen ni presentan iniciativas. Vamos, de los que van al escaño, aplauden al líder y cobran.

Y no lo ha parado hasta que lo ha conseguido. “Aquellos que decían que iba a pactar con los independentistas con tal de ser presidente, ahora callan” decía hace unos años en un mitin. No solo ha pactado con ellos, sino que les ha entregado la gobernabilidad del Estado a aquellos que quieren abandonarlo. Traspasando todas las líneas rojas que él mismo se ha ido poniendo. Sin ningún tipo de rencor ni sentimiento de haber defraudado a nadie. Básicamente, porque lo único que le importa es no defraudarse a sí mismo y a su mujer.

Sánchez pretende seguir tres años más en el Palacio de la Moncloa. Al frente del gobierno español. De hecho, según gente de su entorno, incluso pretende intentar un cuarto mandato para superar a su enemigo Felipe González en los libros de historia. Pero ya veremos si agotará el año a bordo del Falcon o, por el contrario, hará las maletas antes para marchar a Europa vendiendo a la ciudadanía que ha sido elegido para dirigir las instituciones europeas gracias a su buena gestión. Porque todo en él se basa en eso.

En la construcción de un relato falso con el que quiere pasar a la historia como el mejor presidente de la democracia española. El exministro de Cultura Máximo Huerta, a quien hizo dimitir por unas presuntas irregularidades con Hacienda ya subsanadas, mientras en su gestión implacable contra la corrupción —nótese la ironía— mantiene en el poder a Francina Armengol y Ángel Víctor Torres señalados por la compra de mascarillas fake, desveló que en la última conversación antes de anunciar la dimisión Sánchez solo habló de él. Y que le espetó “me pregunto qué dirá de mí la Historia”. Típico de un narcisista.

Desconozco si acabará el mandato o se irá a Bruselas antes de hora, aunque me inclino hacia esta segunda opción, pero sí sé que cuando lo haga dejará al PSOE en una depresión tan grande que a los socialistas les costará años volver a tocar poder. Como le pasó al PSC durante una década. Con miedo a todo aquel que le pueda hacer sombra, Sánchez ha utilizado a sus colaboradores durante los siete años que lleva al frente del PSOE como ha querido.

Pedro Sánchez sentado en el congreso con expresión pensativa y mirando hacia abajo

Sin tener el más mínimo gesto de agradecimiento hacia ellos. En muchas ocasiones, de malas maneras. Cada vez que llega alguien nuevo a su entorno le entrega todo el poder y, para hacerlo, le quita a quien le ha sido leal. A pesar de que el nuevo llegue para hacerle la cama —como se está demostrando—. Porque sí, quien rodea ahora al presidente, ya está maniobrando en su contra.

Adriana Lastra, Maritcha Ruiz Mateos, Antonio Hernando, César Luena, Óscar López, Carmen Calvo, Máximo Huerta, Arancha González Laya, Juan Manuel Serrano, Iván Redondo, Paco Salazar… son muchos los nombres que Sánchez ha utilizado durante todo este tiempo. Personas en su mayoría leales que han estado en las duras y en las maduras y que cuando su cerebro le ha dicho basta, a modo de paranoia, se ha deshecho de ellas y en algunos casos las ha recuperado.

Sí, porque Pedro Sánchez también tiene eso. Desconfía de todo y de todos. Como si todo el mundo, excepto su mujer —y ya veremos, si al final era la que más—, fueran contra él.

En esta lista me he dejado a dos personas. Lo sé. Pero lo he hecho expresamente. José Luis Ábalos, quien le permitió llegar a la secretaría general y a la presidencia del Gobierno, el negociador de la moción de censura y el artífice de su campaña en las primarias, y Koldo García, la mano derecha de Ábalos, el hombre que guardó con llave en su domicilio los avales que le permitieron enfrentarse a Susana Díaz.

Ambos ahora envenenados por su implacable lucha contra la corrupción. Pues pongo una mano en el fuego por la honorabilidad de los dos. Por el trabajo ingente que hicieron durante la pandemia cuando encontrar mascarillas y, además, a buen precio, era misión imposible. A los dos los ha lanzado a la cuneta. Como si hubieran sido enemigos siempre. Dios no quiera que en lo que se ha conocido en las últimas semanas haya caso, al final. Porque si lo hay, mucho me temo que de alguna forma acabará afectándole a él también.

Y luego a ver cómo se defiende y quién lo defiende —más allá del club de fans que, hasta que el PSOE parezca el Partido Socialista francés o el PASOK, ya desaparecidos, seguirán aplaudiéndolo con las orejas—. Sí, desafortunadamente hay políticos con fans que son capaces de todo por ellos. Incluso acompañarlo al precipicio. Y lanzarse.

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