Montserrat, un lugar sagrado incluso para muchos ateos
Los misterios de Montserrat llevan a miles de personas a visitarla cada año
Corría el año 1986 y yo andaba entonces por la redacción de una conocida revista de misterios y enigmas pionera en su género en España, nacida en tiempos de Franco y su régimen, que veía en estos temas demonios y terribles olores a azufre.
Mi jefe, director y fundador de dicha publicación, era un supremacista que se autodenominaba así mismo "català químicament pur de l'ètnia pirinenca", un apelativo que incluso utilizaba para firmar algunos editoriales.
Pocos años más tarde, llegamos, literalmente, a las manos en la redacción. El detonante de la bronca tabernaria en plena redacción tuvo como principal motivo ser invitado como ponente que representaba a España en un congreso sobre la herejía cátara, celebrado en la salle du Dôme de la bonita y medieval ciudad de Carcasona. Él pretendía obligarme a representar a Cataluña.
Yo le respondí que, fuera de la redacción, representaba a quien quería, y más en tierras extranjeras; de eso, a liarnos a trompazos, trascurrieron pocos minutos. Pero dejemos de lado ese incidente y centrémonos en el tema de hoy…
Mi director me encargó un artículo sobre los misterios y enigmas que rodean a la más sagrada y mágica de las montañas catalanas: Montserrat.
No era lugar nuevo para mí. Conocía bien dicha montaña, la había visitado en numerosas ocasiones, tanto en excursiones familiares como a lo largo de mis muchos y añorados años en el escultismo, en mi caso con los “Scouts de España”.
Me puse a ello y me senté frente la típica máquina de escribir Olivetti, omnipresente en las redacciones de aquel entonces, en una época en que la mera idea de un ordenador pertenecía más al ámbito de la ciencia ficción que a la realidad del periodismo. Llevaba unos pocos días aporreando el teclado cuando conté los folios que había escrito y ya sobrepasaban ampliamente la veintena, lo que me llevó a pensar que aquel tema podía expandirse mucho más allá de un artículo y convertirse en un libro entero.
Ya finalizado, mi artículo no gustó al director, quien pretendía politizar el contenido y, como consecuencia, no se publicó. Gracias a aquella negativa, seguí recogiendo información para traer al mundo, poco más tarde, un libro sobre la “Montaña sagrada”.
Disponía de una buena bibliografía para consultar, principalmente a nivel histórico, destacando el libro Historia de Montserrat, del religioso Anselm M. Albareda, así como otros títulos sobre dicha sierra catalana, complementados con recursos de hemerotecas y archivos, por supuesto.
Además, recordaba unas viejas entrevistas que realicé hacía ya algunos años en las barcelonesas calles La Cera y Montalegre a unos excombatientes del requeté catalán, los cuales habían sido testigos —y, en un caso concreto, parte “activa” (y hostil)— durante la visita que el genocida capitoste nazi Himmler realizó a Montserrat en búsqueda de sus delirantes ensueños pseudohistóricos-esotéricos y racistas.
Montserrat, lugar de Poder
Para los que creen —creemos, mejor dicho— en las fuerzas telúricas de la Madre Naturaleza y sus “Lugares de Poder”, la sierra montserratina es, sin duda, un lugar privilegiado. Pero no vaya nadie a pensar que esa creencia es algo nuevo, snob y actual.
Ya antes de la llegada del cristianismo, un buen número de solitarios anacoretas, se trasladaron a vivir a muchas cuevas montserratinas buscando “algo” que podríamos definir como “trascendente”.
Con la llegada del cristianismo, al igual que desiertos como el Sinaí, el Negev o varios parajes casi deshabitados del Oriente Próximo y Medio se llenaron de ascetas, anacoretas y eremitas en la búsqueda de la paz interior y de Dios, Montserrat experimentó un fenómeno similar
En el macizo montserratino, los buscadores de la comunión con Algo Superior —llamémosle Dios, si queremos— no solamente habitaron cuevas y oquedades, sino que bastantes ermitaños y ascetas que decidieron pasar el resto de su vida allí erigieron un gran número de eremitorios y pequeñas ermitas, algunos casi inaccesibles (ermita de Sant Jaume, por ejemplo), llenando la montaña de pequeños y recoletos lugares de oración y ermitas.
Son conocidas las ponderadas y efusivas impresiones que recibieron al verlas, para más tarde hacerlas públicas, personajes tan espiritualmente distintos y famosos como Thicknesse, Wiliam de Humboldt o Laborde, por citar algunos ejemplos.
Sus grandes rocas, aquellos majestuosos gigantes líticos, en ocasiones darían pie a diversas leyendas sobre la existencia de seres gigantescos en la montaña, como por ejemplo el bondadoso Pare Su, o el malvado “Narcís del Bigoti gris”.
Sin embargo, y quizá por alguna razón que podríamos definir como místico-esotérica, Montserrat parece poseer una cualidad indefinible que facilita a aquellos que se refugian o permanecen en ella, alcanzar en ciertos casos estados mentales de profunda trascendencia, rozando lo místico. Esta particularidad, sin duda, ha atraído durante siglos a incontables personas que, han acudido a las majestuosas formaciones montserratinas en búsqueda de Dios o un estado superior de consciencia.
Montserrat, el Grial, los nazis y Himmler
Montserrat siempre estuvo rodeada de misterio y de un halo de magia que le confieren sus majestuosas y caprichosas formas geológicas. Estas características no pasaron desapercibidas por un sujeto tan obsesionado con el esoterismo —o más bien al pseudoesoterismo— como era el líder nazi Heinrich Himmler, máxima autoridad de las SS y, de la tan popular en los últimos años, Ahnenerbe.
Era esta una entidad fundada hacia 1935 que tenía como una de sus principales funciones buscar, estudiar y, llegado el caso, requisar —o sea, robar— cualquier resto histórico o arqueológico que pudiera, según ellos, reforzar las aberrantes creencias pseudohistóricas y esotéricas que hicieran referencia a una raza superior: la aria.
Himmler llegó a tierras españolas en octubre de 1940, concretamente a Montserrat el 23 de octubre de 1940. Su interés por visitar Montserrat radicaba en la creencia de que en esa montaña podía encontrarse el Santo Grial, objeto de profundo deseo para él y su círculo.
Es fácil adivinar que su interés por visitar a la “Moreneta”, esa Virgen Negra que preside la montaña, era nulo debido a su más que despreciable racismo.
Acompañado de un séquito de oficiales de las SS y un pequeño número de aduladores falangistas pronazis (no todos los falangistas lo eran) y algunas autoridades, Himmler se dirigió a Montserrat. Su recepción no fue particularmente calurosa, y la figura más destacada del monasterio, el padre Escarré, se mostró especialmente distante. El religioso, esquivando hábilmente el contacto, alegó desconocer el alemán, logrando así ignorar en gran medida al genocida avicultor y excatólico que había escalado a las cimas del poder nacionalsocialista.
Ignorado por Escarré, la recepción de Himmler quedó en manos de tres —no uno, como se dice habitualmente— monjes del monasterio, los cuales hablaban relativamente bien el alemán, sobre todo el padre Ripol (no Ripoll, como algunos escriben).
Desde el primer momento, el padre Ripol y el constantemente desagradable, antipático y en ocasiones soez líder nazi tuvieron una agria polémica, hasta el punto de que Himmler le prometió al monje, con sarcasmo, obsequiarle una edición de su "Mein Kampf".
Al parecer, el líder de las SS se vanaglorió de las atrocidades cometidas por los nazis contra ciertos grupos católicos, lo que enervó al monje catalán y provocó una discusión entre ambos, ante las complacientes sonrisas de los oficiales nazis y también de algún falangista presente que probablemente no entendía el alemán, pero que con su sonrisa pretendía quedar bien.
El clima hostil entre los nazis y los monjes montserratinos es sabido y descrito en diversos trabajos. No es tan conocido que, debido a esta desagradable visita, surgieron enfrentamientos en el área del monasterio entre algunos exrequetés (Tercio de la Virgen de Montserrat), presentes o de paso, y varios falangistas.
A pesar de haber combatido del mismo lado en nuestra fratricida guerra civil, estas ideologías mantenían una relación notoriamente conflictiva (esta información fue recogida muchos años más tarde por el autor de boca de alguno de los tradicionalistas presentes en dicho suceso).
Himmler, decepcionado y hasta asqueado del encuentro, abandonó el lugar de malos modos, lo cual era característico en él, sin conseguir ningún resultado favorable de su visita. Ni siquiera la complacencia de ciertos arqueólogos españoles pro-nazis, en particular el abiertamente simpatizante del nazismo Santa-Olalla, que en aquellos tiempos tenía gran influencia y que al parecer facilitó la sustracción de algunas reliquias arqueológicas españolas, permitió al líder de las SS abrir la puerta de los secretos, reales o ficticios, que relacionaban Montserrat con el Grial.
Montserrat, los OVNIS y las extrañas y antiguas luces misteriosas.
Para numerosas personas, la conexión entre Montserrat y los OVNIs se reduce a los encuentros que mi buen amigo Luis José Grífol encabezó cada día once del mes durante años.
Decenas de miles de personas, en ocasiones venidas de otros puntos de España e incluso del extranjero, se han venido reuniendo los días once de cada mes en busca de extrañas luces en el cielo montserratino.
En muchas ocasiones aparecían luces, yo mismo he sido testigo de ello. Si realmente eran OVNIs o no, es otra cuestión. Lo indiscutible es que esta mágica y preciosa sierra catalana ha sido escenario de fenómenos luminosos desde tiempos remotos.
El tema es tan amplio que justificaría un libro entero, pero nos limitaremos a mencionar solo algunos ejemplos. El más conocido es el que originó la bonita celebración de “La Misteriosa Llum de Manresa”, extraño suceso acaecido el 21 de febrero de 1345.
Otro episodio similar, aunque no tan célebre como el de Manresa, ocurrió la noche del 3 de julio de 1642, cuando bastantes vecinos de Olesa de Montserrat observaron cómo luces extrañas se elevaban rápidamente hacia el pico de la montaña.
Y, para concluir lo que podría ser una larga lista de avistamientos de misteriosas luces, haré mención de lo sucedido en la época del conde de Barcelona Ramón Borrell (972-1017), quien tuvo que lidiar con las poderosas huestes musulmanas del temible y cruel Almanzor, así como con las de su hijo, Abd-al-Malik.
Durante el liderazgo de este último, las tropas musulmanas, tras devastar amplios territorios cristianos, sembrando la muerte y el saqueo y capturando muchos esclavos, se dirigieron hacia la zona que hoy conocemos como el Bages, dirección a Manresa.
El Conde de Barcelona congregó a sus tropas, mucho menos numerosas que las de los mahometanos, y decidió plantar cara al enemigo. Previo al enfrentamiento, marchó a rezar a una ermita montserratina, conocida desde entonces y durante muchos años como Sant Salvador de les Espases, que incluso tuvo una oración propia por aquel acontecimiento.
Tras rogar e implorar los favores divinos en aquella ermita montserratina, se batió en duelo con las huestes musulmanas y, según cuenta la leyenda, en medio del combate, cuando más ardua era la lucha para los cristianos, de una ermita de Montserrat aparecieron unas extrañas luces que tomaron la forma de enormes espadas y se abalanzaron sobre los ejércitos sarracenos, causando el pavor y un gran número de bajas entre sus filas, lo que los obligó a retirarse, siendo perseguidos por los cristianos que hicieron gran mortandad entre los invasores.
Con la lección aprendida de aquel artículo que acabó convirtiéndose en libro, pongo punto final a este artículo, pero no sin antes invitarles a un momento de reflexión. Montserrat, mágica y sagrada, coronada y protegida por una Virgen Negra, La Moreneta, símbolo catalán dónde los haya, tiene un “algo” que trasciende la devoción y los dogmas. ¿Y si la sacralidad de Montserrat reside, precisamente, en su capacidad de unir a creyentes y no creyentes en un mismo asombro ante su enigmática presencia?
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