Els segadors y el catalanismo
EL surgimiento del catalanismo político en la época de Alfonso XII
La historia del catalanismo político es relativamente reciente. Si tuviéramos que elegir una fecha concreta para establecer el punto de partida del movimiento, podríamos decantarnos por el 29 de marzo de 1885. Ese día, en el restaurante Martín de la Ciudad Condal, tuvo lugar un banquete homenaje a la comisión que presentó en Madrid el mensaje contra el proyecto de Código Civil y el modus vivendi con Gran Bretaña.
La Renaixenxa, la revista más activista, en cuanto a pretensiones regionalistas, hizo mención del acontecimiento, afirmando que con él finalizaba el primer periodo del movimiento regionalista y que marcaría época en la “reivindicación de los derechos político-sociales” de Cataluña.
La intención del Gobierno Español de llegar a acuerdos de libre comercio con el Reino Unido se consideraba un agravio para la exitosa burguesía catalana, que veía como sus intereses podían ser afectados sin el proteccionismo del que gozaban desde hacía décadas.
No obstante, la comisión enviada a Madrid aglutinaba más sensibilidades económicas que puramente políticas, aunque el Código Civil catalán, reminiscencia fuerista superviviente a los Decretos de Nueva Planta, se viera comprometido por un nuevo Código español que igualara a todos los ciudadanos del Estado.
Carlistas, dinásticos, conservadores, liberales y federalistas, como Valentí Almirall, formaban el elenco que debía presentar a un joven y enfermo Alfonso XII, el memorial de agravios que consideraban sufría Cataluña con las nuevas iniciativas del Gobierno del liberal Práxedes Mateo Sagasta, acusado por los “agraviados” de ser tan unitario como los bigotes de Emilio Castelar.
El centre catalán
Valentí Almirall es considerado como el padre del Catalanismo político. Federalista convencido, modificó un tanto su base ideológica para proponer una configuración de España basada en cantones o estados confederados. Hablaba varios idiomas y tenía inquietudes por conocer alternativas al centralismo francés asumido por los liberales españoles.
Fue el principal promotor del Centro Catalán, un foro de reunión y expresión de la literatura y el conocimiento que potenciaba la lengua catalana. Poco a poco, el Centro fue adquiriendo un contexto más político y reivindicativo y Almirall reflejó en su obra principal “El Catalanismo” la expresión de lo que ya se consideraba una ideología.
El Centro Catalán, como muchas de las expresiones políticas procedentes del catalanismo, sufrió una escisión en 1887. Los que apoyaban un regionalismo laico, liberal y que consideraban a España como una nación donde convivían las razas castellana y catalana, no interpretar “raza” con las connotaciones actuales del concepto, considerados como “regionalistas españoles”. Y, por otro lado, los que reivindicaban una versión historicista y que no compartían la mentalidad laica de los primeros.
Estos formarían la Lliga de Catalunya, primera agrupación protonacionalista. Entre los escindidos había un grupo de jóvenes estudiantes que serán claves en la historia del nacionalismo catalán: Enric Prat de la Riba, Francesc Cambó o Puig i Cadafalch que inspiraron las conocidas Bases de Manresa de 1892.
La patria catalana precisaba adornarse de una simbología que fomentara el espíritu de pertenencia, el cual, por otra parte, fue muy minoritario hasta la consecución del desastre ultramarino de 1898. Los símbolos patrios son herencia de pendones militares, cantos de guerra y otros ritos guerreros que fueron asumidos por los nuevos sistemas liberales surgidos de la Revolución Francesa. Una historia común, una lengua común, unas señas de identidad que se pudieran identificar por todos aquellos que se sentían, por primera vez, ciudadanos y no súbditos de un señor.
La canción de los segadors
La canción de Los Segadores fue rescatada por el historiador y filólogo Manuel Milá y Fontanals en el Romancerillo catalán, un libro que recogía poesías y cánticos populares. La letra tenía connotaciones religiosas y era un repaso a los acontecimientos del inicio del conflicto de 1640, con multitud de referencias a Felipe IV, como “el Rey nuestro señor”.
Las estrofas fueron completamente modificadas por un tipógrafo con inclinación anarquista llamado Emili Guayavents, quien modificó la letra para un concurso organizado por la Unión Catalanista a finales de siglo.
El texto de la canción resultó ganador del concurso y la primera constancia de su uso, de forma oficial, fue en los Juegos Florales de 1899, concretamente el 7 de mayo de ese año. Lógicamente, la agresividad de la letra no resultó exenta de polémica, desatándose esta desde la primera vez que se interpretó.
El republicanísimo diario El País se hizo eco inmediatamente del contenido de la controvertida canción. En un artículo titulado “El separatismo en Cataluña” calificaba de asunto muy grave la cuestión de esa tendencia en las provincias del antiguo Principado.
Sobre el estribillo destacaba “el rumor de los cuernos, las trompetas y las hoces que van segando vidas. Por fin suena el estribillo, que es de un efecto terrorífico extremado, cantado por un coro nutrido en que alternan los bajos y tenores “Bon cop de falç” ¡¡Buen golpe de hoz!! Y los platillos y la cuerda de los violines imitan un furioso golpe de la guadaña de la muerte que segara en un campo infinito de mieses humanas”.
El himno se hizo popular entre un nuevo catalanismo más radicalizado que se extendía entre los jóvenes de las clases más acomodadas. El movimiento obrero nunca hizo simpatías con el nacionalismo hasta los años 20 del siglo XX y, en cualquier caso, fue una asociación muy minoritaria.
Un canto de odio y fanatismo
Valentí Almirall, auténtico precursor de los inicios del regionalismo catalán, tradujo su obra, El Catalanismo, al castellano y lo justificó así:
“Lo hemos puesto en la lengua más general de la nación de que formamos parte. Fuimos los primeros en pregonar y propagar las excelencias del Regionalismo. En general, las ventajas que del mismo podría reportar nuestra patria catalana, nada tenemos en común con el Catalanismo o Regionalismo al uso, que pretende sintetizar sus deseos y aspiraciones en un canto de odio y fanatismo, resucitado o medio resucitado de un periodo anormal y funesto de la historia de nuestras disensiones.
Siempre hemos visto y pregonado en el Regionalismo Federalista la particular de ser el sistema de organización que mejor se ha de adaptar a las regiones de España en general. Poder simultáneamente trabajar en pro de nuestra región y de la nación de la que formamos parte, contribuyendo con ello además a la general mejora y al progreso humano. El odio y el fanatismo solo pueden dar frutos de destrucción y tiranía; jamás de unión y concordia.
Jamás hemos entonado ni entonaremos Els Segadors, ni usaremos el insulto ni el desprecio para los hijos de ninguna de las regiones de España. Por dignidad, por justicia, pedimos dentro de nuestra región y para los poderes y autoridades que la representan y dirigen, la cooficialidad o la igualdad de derechos entre aquella y la general de España. Nunca hemos aspirado a imponerla, no ya a ninguna parte de España, pero ni aun a nuestra misma región”.
El célebre catalanista que había dirigido el Centro Catalán renegaba de la canción que se convertiría, décadas después, en el himno oficial de Cataluña.
El propio Valentí Almirall, que, justo el mismo año que formó parte de la comisión para presentar el conocido memorial de agravios al rey Alfonso XII, fue miembro de la Junta Patriótica de Barcelona que se organizó cuando Alemania pretendió arrebatar a España las Islas Carolinas. En aquel episodio, el joven catalanismo del Centro Catalán no dudó un ápice en exhibir su compromiso con el sentimiento patriótico español desplegado en todos los rincones del reino. Pero esa es otra historia digna de ser contada…
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