Los cátaros catalanes: 'Els bons homes'; algo que no todos fueron
Los cátaros fueron una herejía que estuvo presente en diversos territorios de Europa, incluida Cataluña, pero principalmente en Occitania
Debo de confesar que no escuché hablar de los cátaros hasta un frío invierno de 1977.
Estaba en pleno servicio militar cuando, a raíz de una trifulca cantinera, me metieron lo que en el argot militar se llama un “puro”, o sea, un arresto de una semana sin poder bajar al pueblo, por lo que tocaba quedarme encerrado en aquel sobrio lugar, en el que se nos helaba incluso la flamante boina de la que tanto nos gustaba presumir.
Una lluviosa tarde entré en la paupérrima biblioteca que teníamos, siempre más solitaria que una manifestación antigubernamental en Corea del Norte. Entre novelas y libros anodinos, encontré uno titulado “El teroso cátaro” del que era autor Gérard de Séde, editado por Plaza y Janés en su formidable colección “Otros mundos”.
Con más hambre que Karpanta, pues allí de comer más bien poco, otra cosa era beber en la cantina, me puse a leer aquel libro para saber quiénes eran aquellos cátaros.
Ya en la vida civil y profesionalmente metido a “plumilla”, mi interés por dicha herejía fue en aumento hasta el punto de representar a España en algún congreso internacional, algo raro, no siendo historiador como es mi caso.
Fueron casi una veintena de libros sobre catarismo los que devoré. Creyéndome casi todo lo que aquellos trabajos contaban sobre “els bons homes” (“buenos hombres”) como se les conocía -y conoce- normalmente.
Tendrían que pasar varios años hasta que en un debate bastante agrio con un historiador francés, nieto de republicanos españoles, de nombre Jean-Luc, me hizo comprender que aquella visión idílica, romántica, casi épica, que tanto yo como muchos autores tenía sobre los cátaros estaba bastante falseada. No todo fueron resistencias numantinas hasta morir, como en el famoso sitio al castillo de Montsegur, o carnicerías llevadas a cabo por el genocida Simón de Montfort.
Quiénes eran los cátaros
Como este no es un tratado sobre esta gente, nos limitaremos a decir que, los cátaros fueron una herejía que estuvo presente en diversos territorios de Europa, incluida Cataluña, pero principalmente en Occitania. Y que puso en guardia a la Iglesia por razones religiosas, sin descartar las políticas, ambas siempre tan cercanas.
Para definir su herejía en pocas palabras recogemos las palabras del especialista Darren Lorente-Bull: “Los cátaros no seguían un dogma férreo en común, y resolvían el problema de la teodicea como sus antepasados teológicos -los gnósticos- a través de un dualismo exacerbado”.
Antes de continuar, mencionar algo que pocos saben, y que gracias a modernos historiadores, como el andaluz Óscar Fábrega, que ha estudiado durante años el tema, podemos ahora asegurar. Los que llamamos cátaros, jamás usaron esa palabra o similar para referirse a sí mismos, sino que fue un “invento” del religioso renano Eckbert de Schönau (1120-1184), que hacia el año 1165, estando en el monasterio benedictino de Tréveris, así los bautizó, echando mano de la palabra griega katharos (puros)
Pero hablemos de los cátaros más cercanos; de los muchos que corrieron por tierras catalanas.
Los cátaros catalanes, entre la fe, la espada y si se tercia, el saqueo
La mayoría al escuchar la palabra “cátarismo” lo asocia con Occitania. Debido principalmente a que allí fueron muy numerosos y poderosos; a la verdadera cruzada-genocidio que contra ellos organizó la Iglesia, y principalmente debido al aura épico-nacionalista-heroica -y hasta pesudohistórica- que el nacionalismo occitano de finales del siglo XIX, principios del XX y el neooccitanismo de la década de 1970 le han querido -y conseguido- dar. Pero dejemos claro que, dichos herejes, con distintos nombres, estuvieron presentes en muchos territorios europeos, desde tierras italianas, septentrionales y germánicas, hasta en los reinos que formarían la actual España.
Si bien sabemos de la existencia de comunidades cátaras en León, Galicia e incluso algunos pocos en tierras andaluzas reconquistadas, es en tierras catalanas donde con más fuerza se afincan, llegando incluso a dominar territorios importantes, engrosando sus filas con nombres de varios nobles catalanes, que no dudaron en empuñar las armas para defender a los cátaros de sus territorios.
Entre todos ellos destacan por tierras leridanas (Alt Urgell), incluso andorranas (por matrimonio) la familia Castellbó, concretamente el vizconde Arnau de Castellbó y su brava hija Ermessenda, los cuales lucharon fieramente por defender el catarismo, hasta el punto que, una vez ambos fallecidos, sufrieron la humillación póstuma de que sus tumbas fueran profanadas por orden del Inquisidor Mayor, Pere de Cadireta y su lugarteniente Guillem de Calonge, que ni muertos les perdonaron ser cátaros.
Entre los caballeros catalanes encuadrados en el catarismo encontramos al más famoso trovador en tierras catalanas, el belicoso---algunos lo tachan de cruel-- Guillem de Bergadá (1138-1196), el cual representa aquello que a los más incondicionales defensores del catarismo como “religión de paz, pureza y amor” no les gusta recordar.
Guillem, como muchos otros defensores del catarismo, era tremendamente belicoso y hasta cruel, pudiéndose asegurar que, él y sus compañeros de armas y doctrina, en guerra declarada contra el Obispo de la Seo de Urgell, atacó, masacró y arrasó distintos pueblos de la Cerdanya (Coborriu, Pedra, Talló…), no dudando de robar el ganado y otras riquezas que se pusieran delante. Lo que demuestra que, en el catarismo, por mucho que defendiera la paz, pureza y el amor entre las gentes, muchos de sus seguidores no se detenían a la hora de quemar, matar o robar a otras gentes no cátaras.
De los territorios catalanes que formaban parte del popular “Camí dels Bons Homes”, que comprendía cuatro comarcas actuales: Alt Urgell, Cerdaña, Bergadá y una parte del actual Solsonés, también surgieron personajes muy distintos al belicoso y materialista trovador del Bergadá.
Un ejemplo sería Bernat de Bretós, oriundo de Berga que, junto a su familia, anduvo muchos años por tierras catalanes, llegando al sur de Tarragona, predicando dicha herejía, y que, al conocer el asedio al castillo de Montsegur, no dudó en desplazarse al lugar para luchar junto a sus correligionarios y morir quemado en la inmensa hoguera del Pla del Cremats un fatídico 16 de marzo de 1244.
No debemos de obviar que la ciudad de Berga fue un importante enclave cátaro, hasta el punto que, según el investigador Jordi Torras, solo en el año 1256, en dicha localidad fueron ajusticiados un total de 186 cátaros.
No solo encontramos importantes comunidades cátaras en el norte de Cataluña. Con la derrota de las últimas tropas musulmanas en tierras de Tarragona, muchos cátaros, tanto del norte, como de la poderosa comunidad asentada en Lleida, que generalmente se dedicaban al noble oficio de los tejedores, sin olvidar unos cuantos que pese a su “ideal puro”, vivían directamente de la usura y el préstamo, se desplazaron a los nuevos territorios reconquistados, debido a las ventajas fiscales otorgadas a los “repobladores” por el rey.
Siempre se habla de lo poco materialistas que eran los “bons homes” o cátaros, aunque existe mucha documentación que demuestra que no era siempre así.
Para darnos una simple idea del poder que acuñaron en poco tiempo los cátaros en las recién reconquistadas tierras del sur de Tarragona, diremos que, en la primera mitad del siglo XIII, en el estratégico pueblo de Ciurana, último enclave árabe en Cataluña, de los 30 “focs” (fuegos o familias) registrados, entre doce y catorce eran cátaros.
Pocos años más tarde, en aquellas mismas tierras, su número eran tan grande y su poder tan ascendente, que empezaron a incomodar a sus vecinos y a las autoridades, hasta el punto que, en el año 1262, se hizo una criba entre los herejes de Cornudella y, como mínimo uno terminó en la hoguera. Poco más tarde, el año 1268, viendo que el poder de los cátaros seguía imparable, bastantes fueron expulsados de sus casas, varias de las cuales fueron otorgadas a un caballero cercano al rey, de nombre Jaume Puigvert.
Poco a poco el catarismo fue desapareciendo no solo de Cataluña y la vecina Valencia, sino de casi todos los territorios europeos que tuvieron como vecinos a estos herejes.
El último cátaro o “perfecto”, cuya “pureza” parece un tanto dudosa
Para gran parte de los más radicales defensores del catarismo como una religión de “gente pura”, de “bons homes”, sin “garbanzos negros” que enturbien el buen nombre de dicha herejía medieval, el “último cátaro puro” fue Belibaste.
Belibaste nació el año 1280, cerca del hasta hace poco misterioso (para varios miles de seguidores de la New Age que esperaban la llegada de naves extraterrestres en dicho pueblo) Bugarach. Ordenado “perfecto” en el año 1306 fue detenido y, tras escapar de la cárcel (abandonando a esposa e hijos) se refugió en la ampurdanesa población de Torroella de Montgrí y seguidamente se dirigió para predicar su doctrina a tierras de la Conca de Barberá (Tarragona) y desde allí, y tras cambiar su nombre por Pere de Penchenier, se dirigió a predicar a tierras valencianas. Predicaba y consolaba (el “consolamentum” era uno de los principales sacramentos del catarismo) a sus seguidores y los ya escasos cátaros que quedaban en aquellas tierras.
Lo peculiar es que, mientras predicaba la pureza en todos los sentidos, lo acompañaba una joven viuda de nombre Raimunda Piquier ---o Piquer--- a la que presentaba como su esposa, en caso de tratar con católicos, o por su fiel sirvienta si estaba entre sus correligionarios cátaros.
Hasta una noche que, predicando en Prades (Tarragona), una tal Blanca (o Blanche para otros), posiblemente hermana o pariente de Raimunda, los encontró en la cama entregados a sus pasiones carnales.
Raimunda quedó embarazada (año 1320) del peculiar y admirado todavía hoy “último perfecto cátaro”.
En un nuevo gesto que demuestra que de “bon home” tenía más bien poco, Belibaste decidió, para evitarse una mala reputación (que ya empezaba a ser dudosa) entre sus correligionarios cátaros, casar a su mejor amigo y más fiel discípulo, Pierre Maury, con la embarazada y así hacerlo responsable de la paternidad.
El peculiar “último perfecto” cátaro (se sabe que hubo algún otro, pero menos conocido) fue quemado, tras ser engañado y traicionado, en el patio del castillo de Villerouge-Termenés la mañana del 24 de octubre de 1321.
Catarismo a día de hoy
Conocemos personas que, de buena fe, todavía hoy se autodenominan o consideran cátaros. Algo muy respetable. También algunos que han visto en autoproclamarse y “publicitarse” como “perfectos cátaros” una buena forma de vivir bien y tener seguidores. Aquí ya es cada cual quien tiene que saber distinguir entre el grano y la paja.
Sea como sea, la herejía que conocemos como cátaros y que recibió distintos nombres según la zona donde se ubicó, fue sin duda un movimiento religioso que no se puede denominar “modernizador”, ya que, el catarismo fue muy ortodoxo en sí mismo, incluso casi integrista en algunos casos, pero sí fue un valiente desafío---que pagaron caro--- ante una Iglesia que no era precisamente un ejemplo de caridad cristiana, paz y amor al prójimo, tal como la habían aceptado y conocido los primitivos cristianos.
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