Altar con figura vestida, cruces y flores en un entorno religioso.
OPINIÓN

Esos cultos religioso-esotéricos de “importación”

Personalmente, cualquier culto religioso, sea esotérico o de los que podemos llamar “oficiales”, me parece respetable

Cuando escribo este artículo hace apenas unas horas que se ha conocido la noticia del hallazgo del cadáver de un hombre en la bella población gerundense de Palamós, concretamente en la preciosa cala de La Fosca —donde veraneé mis primeros cinco años de vida— rodeado por un número todavía indeterminado de gallinas o pollos muertos, que al parecer podrían rondar la media docena.

Desconozco a qué conclusión llegarán las autoridades, aunque el hecho de hallarse restos, por suerte casi nunca humanos, que nos indican la proliferación en nuestro país de cultos esotéricos de origen extranjero, principalmente hispanoamericanos y algunos africanos, es algo cada vez más frecuente.

Me sumergí, por suerte o por desgracia, durante varios años en este tema debido a que fui director de dos revistas especializadas —“Ritos y Tradiciones” y “Mundo Oculto”— en la temática y donde el editor era —y sigue siendo— un entusiasta seguidor de los cultos afroamericanos, aunque es catalán por los cuatro costados.

Un grupo de personas se encuentra en una habitación decorada con cintas de colores y sombreros colgados en la pared, algunas de ellas visten trajes tradicionales y hay una figura vestida con ropas coloridas en el centro.

Cada mes al cerrar edición las broncas entre el editor y sus aduladores —la pela es la pela— y quien esto escribe eran constantes, ya que, mientras yo quería dejar de lado esta temática, dando paso a verdaderos misterios y enigmas que rodean nuestro mundo, principalmente los históricos, arqueológicos, paranormales, ufológicos o criptozoológicos, él sentía pasión por la santería, el Palo Mayombe, la Umbanda y Kimbanda y demás cultos, normalmente hispanoamericanos pero de origen africano.

El haber dirigido dichas cabeceras durante varios años, conocido a cierta gente y seguidamente tener la oportunidad de estar bastantes años reporteando por países de la ahora llamada África subsahariana —antes llamada por casi todos África Negra— y por bastantes países hispanoamericanos, principalmente de Mesoamérica, incluida la poco conocida Belice, que es anglófona, me permitió asistir a diversos rituales y cultos de este tipo. Desde rituales totalmente mágicos y esotéricos —no todos agradables a la vista—, hasta otros que son puro sincretismo entre las antiguas religiones precolombinas y el cristianismo, como por ejemplo el culto a Maximón, que se realiza desde hace muchísimos años en la parte alta de Guatemala, y al que no siempre dejan asistir a los occidentales.

Hace años, tras salir a medianoche de Catalunya Radio —emisora con la que no mantengo relación ni contacto alguno desde hace años por razones fáciles de adivinar— les comentaba, de una forma un tanto exagerada o bromeando (lo reconozco) a mis compañeros Agustí Andreu y el magnífico periodista Pep Miralles, que “en algunos años habría en nuestro país cierta competencia entre los seguidores de cultos afroamericanos y ‘exóticos’ con los fervientes e incondicionales de los ritos y costumbres católicos clásicos, habituales desde siempre en nuestra tierra”.

Conste, para quien no lo sepa, que muchísimos seguidores y practicantes de distintos cultos esotéricos de origen afroamericano son también fervientes y convencidos cristianos, en cualquiera de sus ramas. De hecho, en muchos de dichos cultos se observa un sincretismo absoluto entre los santos cristianos y las divinidades que ellos adoran; o sea, el cristianismo sincretizado con ancestrales cultos africanos.

Un altar tradicional con cruces, flores, velas y ofrendas.

Personalmente, cualquier culto religioso, sea esotérico o de los que podemos llamar “oficiales”, me parece respetable, siempre y cuando no se derrame una sola gota de sangre, sea de animales o, ya no digamos, humana.

Con la progresiva llegada a nuestro país de personas de ciertos países, han proliferado los grupos que practican alguna de las “religiones mágicas” que han traído de sus países de procedencia. Incluso conozco a bastantes españoles que se han aficionado a ellas, incluido algún poderoso empresario catalán.

Desconozco si en el caso de los españoles que así lo han decidido existe un interés por lo “exótico”, un simple esnobismo, o realmente se sienten identificados con esos cultos que, como he dicho anteriormente, siempre y cuando no derramen una gota de sangre, me parecen totalmente respetables.

Hace años, en uno de los grupos de investigación de la Policía Nacional de la Vía Laietana, lo hablé en diversas ocasiones con su inspector jefe, de nombre muy catalán, y sus compañeros, pues tenían algunos dosieres de gente que practicaba estos rituales y cultos, y de los que se tenían sospechas que la sangre, en este caso de animales comprados vivos —estoy hablando de hace bastantes años— en el mercado más conocido y visitado de Barcelona, era una constante, y ellos se ocupaban de manera críptica de hacer el seguimiento, incluso en algún caso de hacerse pasar por clientes en algún comercio especializado de Barcelona.

Velas derretidas de colores rojo y morado sobre un suelo de tierra junto a un objeto metálico negro.

Como persona que conocía bastante estos temas —llamarme experto sería una ególatra estupidez— se me había consultado y pedido consejo en varias ocasiones sobre extraños hallazgos de restos de rituales, a los que, la policía en general y por simple ignorancia, muchas veces definían como de “magia negra” o “rituales de vudú”; aunque el famoso y muy cinematográfico vudú nada tiene —salvo excepciones— que ver con la mayoría de ceremonias y ritos de carácter afroamericano y totalmente inofensivos y pacíficos que se celebran en nuestro país a diario, ya que, puedo asegurar que dichas creencias están más extendidas de lo que la mayoría piensa, y cada día más. Incluso podemos encontrar bastantes comercios especializados.

De la misma manera que otras personas llegan a España con sus creencias y su propia fe religiosa —por desgracia en algún caso aislado no siempre pacífica y respetuosa con el país de acogida— y también los cristianos en sus diversas variantes han viajado a otros países, practicando sus creencias y ritos sagrados, bastantes personas que llegan a España, la mayoría para buscar trabajo y una vida mejor —siempre hay excepciones— siguen practicando sus creencias originales, lo que personalmente me parece perfecto.

Para alguien que decida investigar estos temas, pronto podrá darse cuenta de que la aparición de restos de ceremonias y rituales mágico-religiosos de importación son constantes. Y, algunos profesionales de la limpieza urbana lo saben bien, cuando se encuentran en los más inesperados lugares restos de velones o velas —sean orgónicas o clásicas— sahumerios, productos esotéricos varios, e incluso en diversas ocasiones bebidas y monedas que han sido dejadas como ofrendas a la divinidad que fuera. Por cierto, conozco algún caso en los que, por respeto o superstición —podemos llamarle miedo— ni se atreven a tocar la nimia cantidad monetaria, aunque en otra ocasión distinta no dudarían en recogerlas y, por qué no, guardárselas.

Dos velas parcialmente derretidas y un plato con ofrendas, incluyendo monedas y comida, están colocados sobre una superficie rocosa cubierta de musgo y hierba.

Sin salir de la Ciudad Condal, he podido observar restos de rituales, en este caso casi con toda seguridad pertenecientes a la santería venezolana o cubana, en lugares tan distintos como las cercanías del Teatro Griego o la “Font del Gat” de Montjuïc —en un artículo anterior sobre la antigua brujería en Barcelona ya hablamos de su dilatada tradición durante siglos como lugar de reuniones brujeriles—, algunos pequeños parques del Eixample, o, incluso en dos ocasiones he podido apreciar personalmente algunas pequeñas ofrendas esotéricas de este tipo en el casi olvidado o desconocido monumento al gran cantante cubano Antonio Abad Lugo Machín, más conocido como Antonio Machín, en pleno centro de Barcelona, sin duda de admiradores del autor de “Angelitos negros” entre otras bellas canciones.

Nada veo de malo (¡ni por asomo!) en la cada vez más frecuente práctica de estas ceremonias y ritos importados a España en los últimos años.

Siempre debe respetarse, al menos bajo mi punto de vista, las creencias de los otros, por muy alejadas que se encuentren de las nuestras. Aunque, y eso para mí es un dogma de fe, no comporten derramamiento de una sola gota de sangre, sea de animales y mucho menos de personas.

Algo que, puedo asegurar, no siempre se cumple, ya que, el sacrificio de animales, sean gallos, gallinas u otros más caseros y domésticos, viene siendo, por desgracia, bastante habitual desde hace años.

Pero no vayamos a pensar ni por un instante que estas aberraciones en las que la sangre animal —en contadas ocasiones humana— se derrama en alguna obscena ceremonia mágico-religiosa es algo nuevo y que ha llegado a nuestro país —y otros lugares de Europa, aunque menos— hace unas pocas décadas, ya que otras creencias mágico-religiosas lo vienen practicando desde hace no ya décadas, sino siglos —véase mi artículo anterior titulado “El Diablo viaja en un Mercedes”— ya que, si bien todo culto y creencia es respetable, el hecho de hacer daño a otro ser vivo, animal o humano, es deleznable haya llegado la creencia de lejos y hace pocas décadas o lleve siglos conviviendo con nosotros, en la mayoría de ocasiones, sin darnos cuenta.

Otro tema importante es que la información nos llega en muchos casos sesgada o desfigurada, debido a la total ignorancia sobre el tema de los profesionales que cubren la noticia.

Saber distinguir entre creencias y ceremonias religiosas normalmente afroamericanas; magia negra —un verdadero cajón de sastre para muchos que no saben de qué hablan o escriben—; cultos satánicos y rituales simplemente esotéricos, muy posiblemente llevaría a mucha gente a conocer un poco más a la gente que, en muchos casos, nos rodea y que vemos o definimos como raras, lo sean realmente, o simplemente crean cosas distintas a las nuestras.

Para terminar este artículo y dejar clara la ignorancia que existe sobre dicho tema entre muchos profesionales de la información —me atrevo a decir que también entre bastantes policías— plasmaré un caso que viví no hace tantos años.

Un plato de plástico blanco con una mezcla de comida y monedas de cobre sobre césped.

Con el equipo de un canal televisivo de ámbito nacional y de los más vistos en toda España, andábamos por Montjuïc para tratar, entre otras cosas, un tema similar al que estamos abordando en este artículo.

Tras hablar sobre los rituales de santería —normalmente inofensivos— entre otros que podríamos definir como “exóticos”, que en ocasiones se celebran —puedo asegurarlo— en dicha montaña, y comentar que muchos de sus practicantes visten de impoluto blanco, una persona del equipo se desplazó del grupo para grabar algunos recursos para el reportaje.

Al regresar a los pocos minutos casi eufórico, nos dijo que había “habido suerte”, ya que, a pocos metros de allí, junto a un pequeño estanque casi seco que se encuentra cerca de la Font del Gat, había podido grabar a un grupito de tres “santeros” totalmente vestidos de blanco, los cuales, “sin duda”, estaban preparando algún ritual.

Tras visualizar allí mismo las imágenes, me vi obligado a tirar por los suelos el entusiasmo de aquella juvenil persona, al comentarle que aquellas tres barbudas personas vestidas de blanco tenían de santeros lo que yo, ya que lo que vestían era el típico kameez, usado habitualmente por pakistaníes y afganos, entre otros.

Una manera de conocer y distinguir mejor este tipo de cultos importados hace pocas décadas sería que aquellos encargados de informarnos dejen de lado los sensacionalismos baratos y sepan discernir el grano de la paja. Es fundamental dejar claro que, sea como sea, es exigible el respeto por la vida de cualquier ser vivo, animal o humano.

Por desgracia, en ciertas ocasiones, algunos de estos rituales pueden ser realmente peligrosos y llenos de maldad literal, utilizando incluso drogas fuertemente alucinógenas, que son bastante habituales en ciertas ceremonias y rituales. He sido testigo de ellas en diversos países africanos y de Hispanoamérica. En estos casos, pueden ser realmente preocupantes y hasta punibles, sin descartar jamás la repercusión que pueden tener en la salud mental de algunos de sus practicantes, llevándolos en algunos casos hasta la muerte.

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