Primer plano de la idealización del Simiot que se vende como souvenir

OPINIÓN

Enigma entre las montañas: tras la Pista del Yeti catalán en los Pirineos

Nuestro “hombre-mono” pirenaico reciba desde tiempos medievales un nombre más propio de nuestras tierras: el “simiot”

Si existe gente que cree, e incluso divulga, que Leonardo da Vinci era originario de Vic, que Santa Teresa de Ávila nació en Cardona, que Cristóbal Colón partió en su viaje de descubrimiento desde la gerundense Pals, que Miguel de Cervantes o Erasmo de Rotterdam eran catalanes, o incluso que la todavía hoy poco conocida cultura tartésica, o la ciudad de Tartesos, tuvieron sus orígenes en la tarraconense Tortosa, ¿por qué no aceptar que el yeti, o algún primo suyo, haya corrido desde hace siglos por nuestras tierras? Además, en este caso concreto, podríamos asegurar que existen muchas más pruebas o incluso testimonios, no solo antiguos, que así lo señalan.

Pero ya puestos a la labor, es necesario que nuestro “hombre-mono” pirenaico reciba desde tiempos medievales un nombre más propio de nuestras tierras: el “simiot”.

Son diversas las zonas de todo el planeta que aseguran que en sus grandes y muchas veces apenas conocidas montañas habita alguna especie de “hombre-mono” o “humano-salvaje”. Así, además del mundialmente famoso yeti del Himalaya, nos encontramos con los Big Foot (o “Pies grandes”) en las impresionantes —con algunos territorios todavía en blanco, pues son apenas conocidos— Montañas Rocosas, y el Sasquatch de los bosques más septentrionales de los Estados Unidos o de las zonas más frondosas y menos conocidas del Canadá. También Afganistán y Pakistán tienen su propio “hombre salvaje de los bosques”, llamado allí barmanu.

Imagen medieval ( siglo XII) que representa un simiot devorando a

Fue precisamente este barmanu el que obsesionó al zoólogo de origen español Jordi Magraner, quien dedicó 15 años de su apasionante vida a investigar in situ su existencia y recoger testimonios sobre diversos avistamientos por parte de los naturales de la zona, hasta que finalmente fue asesinado junto a su ayudante local en el verano de 2002, según algunos medios debido a ser cristiano y haber mantenido diversos enfrentamientos —alguno incluso físico— con los talibanes o bien con los musulmanes más integristas de la región, mientras algunos otros hablan de motivos sexuales un tanto oscuros.

No podemos olvidarnos del “alma” del Pamir y el Cáucaso, una criatura similar de la que no solo dan fe las “leyendas” contadas ante el nocturno fuego de campo por los naturales de la zona, sino bastantes testimonios reales que desde el siglo XIX lo han salido a buscar y aseguran haberlo visto, incluso algunos atraparon —para su desgracia— a algún ejemplar vivo. Entre estos últimos, se encuentra el caso de las unidades militares soviéticas que, en el año 1929, mientras perseguían a un grupo de soldados de las ya casi derrotadas fuerzas de los ejércitos formados por “rusos blancos” —opuestos al dictatorial régimen comunista—, aseguraron haber sido atacados por una de estas criaturas, a la que mataron muy cerca de la frontera con Kazajistán. 

Sin abandonar aquellos fríos e inhóspitos territorios, conocemos el caso de otro ejemplar capturado en 1941 por tropas soviéticas en la zona del Daguestán, Rusia. La habitual paranoia del régimen estalinista —muchas veces asesina— llevó a que fuera torturado y, posteriormente, fusilado por ser un “posible espía”, aunque años más tarde se intentó blanquear dicho suceso. Incluso el ejército rojo envió al lugar al teniente coronel médico Karapetyan para investigar los hechos; tras su análisis, describió el cadáver como “una especie de ser humano, cubierto totalmente por pelo marrón”.

Para no extendernos en estos acontecimientos, que son más abundantes de lo que la gente suele pensar y que forman parte de la moderna criptozoología, cabe mencionar que, en la mayoría de los casos, existe un denominador común: el desagradable olor que desprenden estas gigantescas criaturas.

Pero dejemos a un lado esas remotas geografías y regresemos a nuestras tierras. Desde, al menos, el siglo XII, contamos con leyendas, crónicas y creencias sobre extraños “hombres de los bosques” u “hombres-bestia” en tierras del Pirineo.

Calle dedicada a los simiots en un pueblo del Vallespir ( Arlés-sur-l

En algunas ocasiones, se han conservado esculturas que intentan representarlos, con mayor o menor acierto por parte de los artistas de la época, en algunos templos o edificaciones medievales. De hecho, se dice que en aquellos lejanos tiempos, un buen número de estas extrañas criaturas habitaban en el imponente y agreste Canigó.

Sin duda, los más famosos y muy catalanes —ahora mayormente en territorio francés— fueron los “simiots”. De algunas de estas criaturas, cuyas representaciones escultóricas aún podemos observar hoy en algunos templos, es notable el caso de la majestuosa abadía altomedieval de Santa María-sur-le-Tec, situada en la comarca del Vallespir. Aquí, dos erosionadas y pétreas esculturas, de aspecto poco amigable, nos dan la bienvenida en su elaborada puerta principal, a muy pocos metros de donde se encuentra la siempre misteriosa “Santa Tumba”.

Este objeto, tema de diversos reportajes e investigaciones, guarda sus secretos y misterios; y no solo por la enigmática agua que en ocasiones surge en su interior. Incluso el militar de los Ingenieros Reales Británicos, Anthony Fitzherbert, dedicó mucho tiempo a investigar —análisis incluidos— este sepulcro, y publicó un libro monográfico en francés sobre el tema en mayo de 1992, sin lograr desvelar completamente el misterio.

Es tanta la creencia en las zonas aledañas sobre los simiots, que no solo encontramos topónimos alusivos a ellos, como “Font du Simiots”, sino que también hay calles nombradas en su honor. No obstante, estas criaturas, consideradas por muchos como meras supersticiones o fábulas medievales, no son exclusivas de épocas pasadas. En la actualidad, han sido varios los testigos de supuestas apariciones, e incluso de agresiones, por parte de estos seres misteriosos.

El “simiot” —“simiotes” para algunos viejos pobladores del vecino Pirineo oscense— no reconoce fronteras, autonomías, nacionalismos ni otros inventos humanos. Uno de los casos relativamente recientes de su aparición, que más resonancia tuvo en los medios, ocurrió durante la primavera de 1979, concretamente en la impresionante zona oscense conocida como Peña Montañesa (altitud máxima de 2295 metros sobre el nivel del mar).

A primera hora de la tarde, seis experimentados leñadores estaban cortando leña cuando escucharon unos extraños gruñidos y gritos. Uno de ellos, Manuel Cazcarra, se acercó para verificar si se trataba de algún animal herido. Entonces, pudo observar a un extraño ser, del tamaño de un humano adulto, trepado en un árbol, agarrándose con pies y manos.

Idealización actual del simiot que se vende como souvenir

Llamó a sus compañeros, y el primero en llegar fue su amigo Ramiro López, quien vio cómo aquel ser descendía de forma casi simiesca del árbol y se escondía tras la maleza. Cuando se reunieron los demás, presenciaron cómo les lanzaba un tronco de haya seco, que, afortunadamente, no alcanzó a ninguno de los trabajadores forestales.

Tras el alboroto causado en la zona, se comprobó que días después apareció la luna de uno de sus Land Rover rota, así como algunas máquinas forestales —Caterpillar— parcialmente destruidas. La Guardia Civil organizó batidas, con el apoyo de habitantes locales, encontrando unas extrañas huellas que no coincidían con las de ningún animal conocido o identificable.

Poco después, un cazador de la cercana localidad de Lezpuña y sus dos perros de caza se toparon con algo que los hizo regresar corriendo y temblorosos, con el pelo erizado. A pesar de las órdenes de su dueño, los animales se negaron a avanzar.

La noticia llegó a diversos medios de comunicación, entre ellos, la reconocida publicación especializada en sucesos “El Caso”, que envió a su propio equipo para cubrir la historia. El investigador rosellonés Horace Chauvet, en su trabajo sobre el tema, señaló que estas criaturas fueron tremendamente temidas —y agresivas— hace siglos en esa área del Pirineo, especialmente cerca de Prats de Molló, algo que también confirmó personalmente hace algunos años el ingeniero e investigador Allain Pillaire.

Años más tarde, en la revista “Mundo Oculto”, tuve la oportunidad de entrevistar a un veterano montañero, quien, en su camino a Bielsa, vio a una criatura simiesca saltando de árbol en árbol mientras emitía gritos y dejaba un fuerte olor a almizcle. Cabe mencionar que en diversos lugares del mundo donde se han avistado criaturas similares, el desagradable olor es un rasgo común. En aquellos mismos años, la revista “Año Cero” se hizo eco de una aparición similar en la agreste zona gerundense de Coll de Arés.

En tierras catalanas y de la vecina comunidad aragonesa, parece ser que, en contadas y raras ocasiones —y desde hace siglos—, “algo” o alguien poco habitual se deja ver y notar. No obstante, estas extrañas apariciones no se limitan solo a los Pirineos. A mediados de abril de 1999, en las tierras gerundenses de las Gavarres, sucedieron algunos extraños eventos que pude investigar personalmente.

Escultura medieval ( siglo XII ) que representa a un

La noticia, publicada en el “Diari de Girona” el 19 de abril de aquel año, sugería que el “yeti” de las Gavarres había escapado de un circo.

Algunas personas a las que entrevisté, principalmente algunos payeses, dijeron que una extraña “criatura” o animal estaba menudeando por allí, incluso en algún caso, matando al ganado; y que, seguro, no se trataba de ningún perro, y menos de lobos, por desgracia ya inexistentes en la zona desde hace muchísimo tiempo.

Puestos al habla con algunos cazadores de aquellos lares, nos dijeron más o menos lo mismo. Al preguntar a los “Mossos”, su respuesta —sin excesiva gentileza ni ganas— fue que allí no sucedía nada anormal, opinión no compartida por un par de policías municipales —bastante más comunicativos— entrevistados en su momento.

Como la cosa continuó durante algunos días y más informadores, muy “preguntones” ellos, se interesaron por el tema, las autoridades encontraron la solución “lógica” y fácil: se trataba de un animal, quizá un mandril, que se había escapado —o habían dejado suelto por un problema burocrático— de un circo que estuvo por la Bisbal de l’Empordà el caluroso mes de agosto del año anterior.

Pudimos comprobar que, al parecer, lo del circo era verdad; aunque deberíamos suponer que aquel animal —o lo que fuera— que había podido sobrevivir durante nueve meses por aquellos territorios gerundenses durante el otoño y todo el frío invierno, y sin dejarse ver, como mínimo, tenía que haber sido instruido por John Rambo, pertenecer al SAS británico, los SEAL yanquis o a nuestros aguerridos y muy bien preparados “Boinas Verdes” del actual M.O.E.

Sea como sea, y piense cada cual lo que mejor le apetezca, hay que dejar claro que, desde hace ya unos cuantos años, no se ha dado —al menos que se sepa— ningún nuevo avistamiento ni testimonio de este tipo en tierras catalanas.

¿Será porque todo fueron simples casualidades, alucinaciones, bromas? O, tal vez, mal pensando, porque hasta los posibles parientes lejanos del famoso yeti no se sienten excesivamente cómodos en tierras catalanas en los últimos años, debido al ambiente no excesivamente cordial, fraternal y tolerante que vivimos.

Si alguna vez me encuentro cara a cara con uno, prometo preguntárselo para salir de dudas y seguidamente explicarlo a los lectores.

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