En defensa de los vigilantes de Renfe
Rodalies necesita más revisores, no campañas de buen rollo
Una de las noticias de finales del pasado mes de julio fue el trato de dos agentes de seguridad de Renfe a un joven de familia magrebí por viajar sin billete. En las imágenes, ciertamente escalofriantes, se veía como dos vigilantes lo inmovilizaban en el suelo por el cuello.
En el video se oían los comentarios del resto de pasajeros: “lo van a matar” -ha habido algún caso similar en Estados Unidos- o “vamos a denunciaros”. “Todo por no tener billete”, se lamentaba otro.
El joven explicaba a las cámaras de TV3 que “no podía respirar” y que “la culpa es del revisor”. “Yo he viajado muchas veces hasta Girona y ha pasado el revisor y no me ha dicho nada”, añadía. O sea que no era la primera vez.
Los dos vigilantes han sido expedientados y ya no prestan servicio en la compañía. Pero me gustaría saber qué pasó antes. Porque nunca ha visto a dos vigilantes abalanzarse encima de alguien sin motivo aparente.
Es más querría romper una lanza a favor de los vigilantes privados en general: Renfe los ha dejado con frecuencia solos ante el peligro. En la mayoría de estaciones, excepto las importantes, solo hay uno.
Hace años hablé con uno que me confesó que iba a trabajar en coche por temor que lo reconocieran si iba en tren aunque fuera de paisano. Es como los revisores. Una vez me explicaron que eran 80 para toda el área metropolitana divididos en tres turnos. Sin contar vacaciones y bajas por enfermedad.
Por eso, viajar en Rodalies se ha convertido en un calvario. Subes a cualquier tren y lo primero que te encuentras es la mayoría de los pasajeros con los pies encima del asiento del delante. Los hay que solo ponen los pies. Pero estas cosas hay que hacerlas en el comedor de casa, no en el espacio público.
Aunque, en honor a la verdad, ahora ya lo hace todo el mundo excepto la gente mayor. También chicos y chicas aparentemente de buena familia o de ocho apellidos catalanes.
Antes todavía había visto pasar a vigilantes llamando la atención, pero en cuanto pasaban reincidían los incívicos. Y me voy a ahorrar la nacionalidad o nacionalidades de la mayoría para que no me digan racista.
Aunque, con la verdad en la mano, ahora lo hace ya todo el mundo. También chicos o chicas autóctonos. Que pasarían sin duda por jóvenes de buena familia o de ocho apellidos catalanes.
Me ahorro otras conductas incívicas que hemos tenido que aguantar los usuarios durante años. Como fumar entre vagón y vagón. Si eran porros, el olor llegaba hasta el final. Yo, un día, llamé la atención a unos jóvenes y me rompieron las gafas.
Sin olvidar la música alta, los móviles sin auriculares, etc. Incluso los raperos ambulantes -¿estos pagan billete?- porque la música tiene que ser un placer, no una imposición.
Ni que decir que el traspaso de Rodalies a la Generalitat (2010) no se ha notado en nada. El Govern siempre se queja de las inversiones. Pero el problema no es de Madrid, ni de dinero el problema es de autoridad.
Muchas de estas actitudes se acabarían con más revisores, más interventores, más vigilantes. Pero nuestros gobernantes tienen alergia a tomar decisiones y son partidarios de las campañas de buen rollo que no sirven para nada.
Y no quiero ni pensar lo que pasara cuando se levante el abono gratuito decretado por Pedro Sánchez en el marco de las medidas anticovid. Debe estar al caer porque ya han pasado las elecciones. La mayoría se ha acostumbrado a viajar gratis. Será un desbarajuste. Sálvese quien pueda.
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