Concha de vieira con una cruz de Santiago sobre un fondo rosa con un marco de líneas discontinuas negras.
OPINIÓN

La concha: divinidad, sexo y pecado

Pensad en los distintos enfoques dialécticos que se le da a la palabra 'concha'

La mañana de San Juan, pantalón corto y sudadera calada, intentaba quemar las calorías de más que la noche de la verbena aportaron malévolamente a mi soma un par de generosas cocas de “llardons”, mientras tarareaba por bajines la canción de mi exvecino del Poble Sec Joan Manuel Serrat sobre dicha festividad.

Frente al mítico Molino—en otros tiempos Molín Rouge—del Paralelo barcelonés me pareció que pasaba por la acera una especie de bólido que casi nos atropella a una joven pareja con dos niños y a mí.

Comprobé rápidamente que no se trataba de un errante cuerpo celeste, sino de un repartidor en bicicleta. De esos a los que, según parece y en muchos casos, las normas de tráfico y las prohibiciones les son ajenas, ya que te los puedes encontrar en contradirección, haciendo un sprint —por razones laborales, sin duda alguna, no deportivas— por aceras o por donde menos te los esperes. El ir valerosamente sorteando a estos profesionales del reparto sobre dos ruedas se ha convertido en algo habitual, al menos para quien esto escribe y el resto de la familia.

Carril bici, por el que circula una bicicleta

Ni me molesté en increpar al ciclista-repartidor, pues me pasaría el día discutiendo y sin nada que ganar salvo que me suba la tensión arterial. Parece una batalla—otra más—ya perdida para los sufridos vecinos de esta cada vez más maltratada, incluso peligrosa, Barcelona.

En cambio, el joven padre de la familia que fue casi arrollada le soltó, coreado por su pareja, una verdadera enciclopedia de “piropos”, entre los que me llamó la atención una mención especial a la “concha de la madre” del cetrino conductor que, impasible, siguió raudo como un rayo, saltándose un semáforo en rojo.

No hacía falta ser un genio o un vidente para adivinar, incluso obviando su pronunciado acento, que se trataba de una familia de origen argentino.

Seguí quemando calorías por el Paralelo en dirección Montjuic, pensando en los distintos enfoques dialécticos que se le da a la palabra “concha”. 

Fuente de pared en forma de concha marina hecha de piedra blanca.

Sin duda, si existe un factor que esté directamente relacionado con la fecundidad es la vulva, en todas sus representaciones. Son muchísimos los símbolos que dentro de las diferentes escuelas esotéricas e iniciáticas hacen referencia al sexo femenino, destacando como probablemente una de las más antiguas, la CUEVA, que en las distintas escuelas arcanas, y en muchas religiones mistéricas, simboliza la muerte y posterior RENACIMIENTO a una nueva vida (muerte iniciática).

En algunas culturas, principalmente las orientales, es el agua el símbolo de la nueva vida, y así muchas fuentes, manantiales, cascadas y ríos, se han convertido en lugares iniciáticos, donde, si nos remitimos a ciertos países occidentales, se han erigido templos a distintas deidades que simbolizaban a la diosa mater, fuera una antigua “murtra” local o la mismísima Madre de Dios, la Virgen. Y es dentro de esta relación entre procreación y agua donde nos encontramos con la más importante representación de la fecundidad y por correspondencia con el sexo femenino: la concha.

Ya los antiguos griegos, con uno de sus más importantes mitos, el nacimiento de Afrodita, ilustraron perfectamente el ligazón “nacimiento-mujer-concha”.

Es muy posible que este “nacimiento de Afrodita” haya influenciado en posteriores culturas llegando hasta nuestros días. El nombre Afrodita significa “nacida de la espuma” pues, según se cree, nació de la espuma de mar fecundada por Urano. Hija del mar y del cielo, simbolizó el instinto de la fecundidad y de la reproducción. Surgida del mar (y por ello denominada con el apelativo Anadiomene, o sea la surgida) nació una brillante mañana de primavera de una concha de madreperla. Anteriormente en tierras del extremo oriental del Mediterráneo, ya nos encontramos con la divinidad semítica Astarté, la de “los cien pechos”—más tarde sería identificada con Artemisa, Afrodita y también con Venus—“mater fecunda” por antonomasia; en muchos de sus templos se han encontrado miles de restos de conchas e incluso objetos de cerámica con formas malacológicas, indicándonos la directa relación entre dicha divinidad fecundante y estos bivalvos.

Vemos que en los estudios de investigadores como el filósofo Hans Johann Hessen se nos dice que es precisamente el trilema parto-nacimiento-regeneración lo que inspira la función ritual de las conchas en muchas civilizaciones y culturas. En numerosísimos yacimientos prehistóricos se han encontrado junto a cuevas iniciáticas, cientos, incluso miles de conchas que en algunos casos provenían de lugares situados a muchas decenas de kilómetros.

Bol lleno de almejas recién hechas

La búsqueda de esta relación concha-sexo nos obligaría a recorrer casi todas las culturas de nuestro planeta, y así observamos que, aún hoy, en ciertas zonas de Dinamarca, a las ostras y almejas se las denomina kudefisk, que proviene de kude, palabra que sirve vulgarmente para definir al sexo femenino.

En Asia, el culto a la concha es también muy significativo. Durante siglos, e incluso milenios, muchas mujeres japonesas llevaban como amuletos protectores de su fecundidad, collares de ostras y demás bivalvos, y aún hoy, algunas mujeres de la zona de Nemuro, todavía siguen luciendo en sus trajes de boda conchas marinas para atraer la fecundidad. 

No deja de ser curioso que haya llegado hasta nosotros, aunque de una forma un tanto desdibujada, la inclinación que muchísimas mujeres sienten hacia las perlas, que recordemos es el fruto de las entrañas de un bivalvo.

También en el continente asiático nos encontramos con las mujeres akambas, que todavía hoy practican el curioso ceremonial de llevar desde su primera menstruación, un cinturón hecho de almejas y ostras, el cual no pueden sacarse hasta tener el primer hijo, lo que confirma que son fecundas y pueden ser madres.

Sabemos que en un país tan místico y rico en secretos ocultos como la India, las valvas o conchas tenían una gran importancia en su referencia al sexo femenino, y así el emperador Akbar (1542-1605) considerado uno de los emperadores de la estirpe mongol más ilustrados de dicho país, regalaba conchas bivalvas a todas sus esposas y concubinas—que eran muchísimas—para que le dieran una numerosa prole.

Recordemos que durante siglos y en ciertas zonas de la antigua India, las ceremonias nupciales se anunciaban emitiendo sonidos a través de una valva gigante, para atraer la fertilidad de la pareja. De hecho, todavía hoy se sigue haciendo en algunas zonas de la India para asegurarse la fecundidad de las tierras cultivadas.

Concha de vieira y una flor de lis de metal sobre un fondo claro.

Lógicamente no es una coincidencia que el símbolo jacobeo por excelencia y verdadero “logotipo” del peregrino sea la “concha de Santiago”, la famosa “vieira peregrina”. Personalmente realicé “mi” Camino de Santiago en abril y mayo de 1992, y recuerdo la visión de docenas de peregrinos que llevaban en su cuello o en el bordón, la concha peregrina. La mía todavía descansa en el despacho junto a una Flor de Lys que la acompañó.

Por todos “los” Caminos de Santiago—el plural se debe a que existen varios, no solo el “francés” o clásico—se pueden observar grabadas en las paredes de iglesias y ermitas, conchas peregrinas.

Por cierto: ¿No nos hemos preguntado nunca por qué a las mujeres que se llaman Concepción se las denomina “Concha” o “Conchita”?

Esta relación entre la concha y el sexo femenino interesó en gran manera al gran estudioso de las religiones, el rumano Mircea Eliade, quien en su interesantísima obra Images et Symboles escribe: “La ostra, la caracola, la perla, son solidarias tanto a las cosmogonías acuáticas como al simbolismo sexual”, y es que si estudiamos las diferentes mitologías comparadas, veremos que todas participan de las potencias sagradas concentradas en las aguas, la Luna y la mujer.

Fuente de piedra en forma de concha adherida a una pared.

Para los antiguos aztecas, los moluscos acuáticos simbolizaban la concepción, el embarazo, el dar a luz, y así nos lo indica un antiquísimo texto de dicha cultura, que se remonta al siglo XV y que aún hoy se conserva y dice así: “Al igual que este animal marino sale de su concha, así el hombre nace del vientre de su madre”. Otra cultura mesoamericana, los mayas, y concretamente algunas de sus etnias más meridionales, sentían cierta veneración hacia las grandes conchas que abundan en sus aguas, y todavía hoy, en algunas zonas costeras, las mujeres mayas jóvenes gustan de llevar conchas y caracolas en sus vistosos collares.

En la más hermética de todas las ciencias ocultas, la Alquimia, también encontramos la concha. Así observamos que algunos autores medievales y renacentistas aseguraban que la concha representaba el mercurio, o sea el “agua bendita” del hermetista. Es significativo que el mercurio también fuera denominado por algunos alquimistas con el sobrenombre de “el peregrino”.

En los últimos tiempos, algunos estudiosos han llegado a suponer que existía una relación directa entre la concha o vieira, y la pata de oca, uno de los símbolos esotéricos más utilizados en la Europa medieval, y signo de identificación entre diferentes grupos gremiales durante la Edad Media—y algunas sociedades secretas actuales—. En antiguos enclaves dedicados a deidades de la fecundidad, se pueden observar símbolos y referencias a la oca (Montes de Oca, Puig d´Oca, Pic de l`Oca, Ocón, Los Ancares…)

Desde el siglo XVII, la relación “concha marina-nacimiento a una nueva vida” empezó a ser incómodo para la Iglesia, a la que le sonaba demasiado heterodoxo, pero aún hoy podemos ver como en diferentes santuarios e iglesias donde se venden “souvenirs”, muchas de las imágenes que se veneran, sean santos o vírgenes, están “recogidos” dentro de una concha.

Vemos que también algunos grupos masones sienten una especial predilección por la concha, y así lo dejan patente en algunos de los monumentos efectuados por sus más destacados arquitectos, siendo las majestuosas fuentes del siglo XIX y principios del XX—llenas de gran simbolismo esotérico—, los más importantes testigos.

Escultura de una figura femenina sentada sobre un pedestal decorado con relieves y conchas, con un cielo azul de fondo.

Entre las fontanas de la Ciudad Condal donde la concha tiene un papel primordial, luce con luz propia la majestuosa fuente de Diana—la Artemisa de los griegos—, situada en el cruce de la Gran Vía con la calle Lauria, y en la que junto a la diosa de la Luna, los bosques y la caza, e hija de Júpiter y Latona, se pueden observar gran cantidad de conchas, similares a las de las pilas bautismales, y de las que fluye el agua.

No es por casualidad que diferentes culturas y en distintas épocas, el ser humano haya relacionado las conchas marinas con la fecundidad y el nacimiento. Recordemos que, aún hoy, en España, la palabra “almeja” se usa en ocasiones de forma burda y soez para denominar al sexo de la mujer.

El hombre intuyó desde un principio que, “quizá”, el origen de la vida estuviera precisamente en el agua, más concretamente en el mar, y nada hay más “oculto” que lo que se guarda en el interior de una valva, el secreto del nacimiento, y el origen de la VIDA.

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