El cabo Noval
El 16 de noviembre de 1887, en un humilde hogar a las afueras de la ciudad de Oviedo, la esposa de Ramón Noval Suárez, traía al mundo a un varón
El 16 de noviembre de 1887, en un humilde hogar a las afueras de la ciudad de Oviedo, en el cruce de las calles Santa Susana y del Rosal y muy cerca del Campo de San Francisco; Josefa Ferrao, la esposa de Ramón Noval Suárez, traía al mundo a un varón.
Luis Noval Ferrao entró en el sorteo pertinente para cumplir con el servicio militar el 1 de agosto de 1908, ingresando en filas en el Regimiento de Infantería del Príncipe número 3 en el mes de marzo del año siguiente.
El Regimiento formaba parte de la Séptima Región Militar y, concretamente, de la 13ª División de Infantería, cuya Primera Brigada se situaba entre las dos ciudades asturianas, Oviedo y Gijón.
Noval fue asignado a la 3ª Compañía del 2º Batallón, ubicada en el Cuartel de Santa Clara, un antiguo convento situado frente al Teatro de la ciudad y a tan solo 750 metros de la casa donde vivían sus padres. Como muchos acuartelamientos militares, se habían aprovechado instalaciones religiosas que habían sido desamortizadas en épocas de Mendizábal o Madoz.
El Servicio Militar tenía una duración total de 8 años, aunque no solían cumplirse más de tres de tiempo efectivo, ya que el presupuesto no permitía la permanencia en filas de todo el personal listado, por lo que se mandaba a casa a los más veteranos permitiéndoles desarrollar una actividad laboral en el ámbito civil y quedando en una situación de reserva activa o con licencia.
A 10 minutos andando de su hogar, la “mili” de Luis Noval se prometía tranquila. El Ejército español, tras la derrota en Cuba y Filipinas, estaba en un estado de franca decadencia con una macrocefalia originada de los años de conflicto en ultramar que derivaba en una constante frustración para gran parte de su oficialidad.
Melilla
Existían muchas divisiones sobre el papel, pero lo cierto es que gran parte de sus efectivos no acudían a los cuarteles porque estaban en el largo periodo previo a alcanzar sus licencias.
En julio de 1909, en los alrededores de la ciudad española de Melilla, se produjeron unos incidentes con trabajadores del ferrocarril minero que derivaron en una crisis de seguridad muy importante. Los obreros, aunque españoles en su mayoría, trabajaban para una de las dos compañías que pugnaban por la explotación minera de la región del Rif. Una era española y la otra francesa.
El general Marina, jefe de las tropas de la Comandancia de Melilla, alertó al Gobierno de que si no se actuaba para proporcionar protección a los trabajadores, los franceses entrarían en el territorio asignado a España para defender sus intereses, con lo que el prestigio y el compromiso adquirido en la Conferencia de Algeciras de 1906 quedaría por los suelos y Francia podría aprovechar el incidente para extender su influencia en el norte de Marruecos, precisamente lo que otras potencias habían tratado de evitar dando a España una zona envenenada que hiciera de “colchón” entre los galos y el estrecho de Gibraltar.
La reacción del ministro de la Guerra fue la de movilizar inmediatamente tres brigadas de Cazadores, tropas de infantería ligera que podían ser desplegadas con rapidez. Las brigadas tenían sus batallones en cuadro, por lo que iniciaron la movilización de los efectivos que llevaban meses, e incluso años, sin vestir el uniforme. Las protestas de familiares de los soldados que se debían reincorporar a filas derivaron en la Semana Trágica de Barcelona.
Las unidades que llegaban a Melilla y se agolpaban en improvisados campamentos no eran suficientes para garantizar la seguridad de dos líneas de ferrocarril que se extendían varios kilómetros siguiendo la costa. Las harcas organizadas por las cabilas levantiscas eran mucho más poderosas de lo que los españoles preveían y se sufrieron algunos reveses de importancia durante el mes de julio de 1909. El famoso desastre del Barranco del Lobo fue el más significativo de ellos.
Poco a poco, la refriega inicial se convirtió en una Guerra con todos los elementos. Las tropas del general Marina fueron engordando y lo que en principio fueron brigadas peninsulares se fueron convirtiendo en divisiones.
Pronto le llegó el turno al Regimiento Príncipe. El 10 de septiembre, el coronel Julio Moló Sanz, al mando del mismo, partió de Oviedo junto a sus tropas en dirección a Melilla. Tras hacer noche en Madrid, embarcaron en la Ciudad de Cádiz, uno de los numerosos buques que la conocida Compañía Trasatlántica, de la que era presidente el marqués de Comillas, Claudio López Bru; ponía a servicio del Ministerio de la Guerra.
El Puerto de Melilla estaba aún en construcción, por lo que la descarga de los buques se hacía mediante el uso de barcas, contribuyendo a la lentitud de las tareas para poner hombres y pertrechos en tierra. Por fin, el 14 de septiembre, las tropas del Regimiento Príncipe desembarcaban en tierras africanas.
El regimiento en África
El primer destino fue el Fuerte de Cabrerizas Altas, una de las posiciones exteriores fortificadas que se ubicaban en el perímetro de la ciudad y en el que años antes, en 1893, había caído el general Margallo y se había ganado la Laureada de San Fernando el teniente Miguel Primo de Rivera.
El septiembre, el general Marina disponía ya de 44.000 hombres y decidió organizar dos columnas que pasaran a la ofensiva para someter a las harcas que aún amenazaban la ciudad y las obras del ferrocarril. La segunda de las columnas tenía como misión dirigirse al noroeste y llegar a Taxdirt, en el otro extremo de la península en la que se asienta la ciudad española y donde se movían la mayoría de los rifeños en rebeldía.
El Regimiento Príncipe, como parte de la Segunda División Expedicionaria, marchó a ocupar posiciones al sur del río Oro, permaneciendo en alerta durante la conocida Batalla de Taxdirt en la que el joven teniente coronel Cavalcanti, al mando de un escuadrón de Caballería, realizó las memorables tres cargas que facilitaron el repliegue de algunas compañías de Infantería y Zapadores que habían quedado cortadas durante los combates.
Tras la batalla, el Regimiento Príncipe se estableció en el Zoco el Had de Beni Sicar, un enorme campamento lleno de tiendas cónicas y protegido con un parapeto a base de sacos terreros, aunque aún no se habían completado los trabajos, por lo que el perímetro no estaba completamente a cubierto, aunque sí que estaba cerrado por alambrada.
Las alambradas se deben situar a cierta distancia que permita detener temporalmente al enemigo para poder hacerle fuego efectivo mientras trata de abrirse paso por ellas. No deben ubicarse muy próximas a las posiciones de tiro, de ese modo se dispone de espacio suficiente en caso de que se franqueen.
Las noches se hacían especialmente complicadas, ya que los rifeños se movían con eficacia una vez caía el sol y eran aficionados a las infiltraciones para acometer golpes de mano. Por ello, se adelantaban binomios de escucha fuera de la alambrada que pudieran alertar de la llegada de los insurrectos antes de que estos estuvieran ya sobre las posiciones españolas.
A los puestos de escucha se le añadían también patrullas que recorrían los espacios del largo perímetro. A las dos de la madrugada del 28 de septiembre de 1909, más de 1000 rifeños, aprovechando que el cielo se nubló y ocultó la luz de la luna, se aprestaron a asaltar el campamento. El general Brualla mandaba las tropas que custodiaban la posición. Se inició un nutrido fuego sobre las trincheras, pero los puestos de escucha avanzados, en su mayoría, consiguieron replegarse ordenadamente hacia los parapetos y las trincheras.
El cabo Luis Noval fue sorprendido por un grupo de rifeños que quisieron utilizarlo como salvoconducto para entrar en la posición. Si Noval daba el Santo y Seña podía ofrecer una brecha para que penetraran tras él los hombres que le tenían prisionero.
Cuando se aproximaban hacia la alambrada, Noval pidió a gritos a sus compañeros, que no podían verle, que hicieran fuego sobre él porque venía acompañado de los moros. Los soldados que custodiaban la posición y escucharon a Noval cumplieron con la orden del cabo y dispararon sus mosquetones hacia la dirección desde donde procedían las voces.
El ataque fue infructuoso. Algunos rifeños llegaron a intentar cortar la alambrada, pero no tuvieron éxito, por lo que acabaron retirándose ante la presión de los defensores.
Tras amanecer, se comprobó que los insurrectos tenían ocupada una altura en una meseta a corta distancia del campamento, por lo que una Compañía del Primer Batallón del Regimiento Príncipe, al mando del comandante Álvaro González Martínez, asaltó la cota, cayendo muerto el comandante, herido el capitán jefe de la compañía y contando numerosas bajas. La luz del alba descubrió también el cuerpo sin vida del cabo Noval, acompañado de dos de sus captores que habían corrido la misma suerte.
Por primera vez, varias revistas gráficas cubrían una campaña con publicaciones en las que las fotografías acompañaban a las crónicas periodísticas de los corresponsales de Guerra. Una de las más vendidas era la revista Nuevo Mundo, en la que destacaba el prestigioso fotógrafo José Demaría López, más conocido como “Campúa”. El 14 de octubre de 1909, los lectores de Nuevo Mundo podían ver una página dedicada a los Héroes de la Campaña del Rif. Entre pequeñas fotografías de algunos de los oficiales que se habían distinguido en los combates, una de ellas del capitán José Sanjurjo Sacanell, aparecía en el centro de la página y a gran tamaño, el rostro del cabo Luis Noval vistiendo su uniforme y luciendo el número de su Regimiento en el cuello.
El juicio contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando demostró el valor heroico del ovetense.
Luis Noval había servido en filas tan solo siete meses y había caído tras 14 días en África. Su valentía y su acción, no obstante, tuvieron un impresionante impacto en la sociedad española. Se levantaron monumentos en su nombre. En la Plaza de Oriente en Madrid hay una estatua que fue sufragada por una asociación de madres e inaugurada por los reyes de España.
En Oviedo, en el cementerio de El Salvador, se erigió un monumento bajo el cual se enterraron los restos del joven asturiano. Otras ciudades, incluida Barcelona, colocaron placas conmemorativas o nombraron “Cabo Noval” a sus calles. Aún en 2023, Oviedo, Logroño, Sevilla, Valladolid, Alcira, Tomelloso, Navarrés o Melilla, entre otras muchas, lo tienen en sus callejeros. Sus padres recibieron una pensión anual de 400 pesetas.
Hoy día su Regimiento, el Príncipe, presenta una fisionomía muy distinta. Sus soldados son profesionales y están habituados a desplegar y trabajar muy lejos de casa. Bosnia, Kosovo, Líbano, Afganistán o Malí son los escenarios en los que se mueven sus hombres y mujeres. Sin embargo, se alojan y adiestran en un acuartelamiento que lleva muy a gala el nombre de un muchacho humilde, nacido en Oviedo, y que prefirió dar su vida a comprometer la de sus compañeros. ¿Cómo no van a sentirse orgullosos del cabo Noval?
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