Bondadoso en vida, milagrero tras su muerte: El Santet del Poble Nou
Conocido como "El Santet", Francesc Canals i Ambrós, predijo, entre otros, el incendio de los almacenes El Siglo o su propia muerte
No se me ocurre mejor manera para empezar un artículo sobre el Santet que hacerlo con esta frase de Montaigne: “Una prueba no pequeña de la propia bondad reside en confiar en la bondad de los demás”.
Recuerdo de mis lejanos años infantiles haber escuchado hablar en mi casa, posiblemente por parte de mi abuelo materno y mi madre, sobre un personaje que en otro país hubiera dado pie, posiblemente, a diversos reportajes, libros, o incluso su corta y bondadosa vida se hubiera llevado a la gran pantalla en alguna recreación más o menos acertada; me estoy refiriendo a Francesc Canals i Ambrós —1877-1899—, más conocido por todos como el Santet (“santito”).
En la Ciudad Condal, y aún más en el resto de España, son pocos los que conocen su historia; sin embargo, hace más de un siglo que su tumba atrae a miles de personas que le rinden homenaje con oraciones, flores y regalos, buscando favores. Las visitas a su sepulcro se suceden a pesar del silencio —o tal vez indiferencia deliberada— de la Iglesia, que prefiere obviar a este personaje antaño muy popular y aclamado por su bondad y santidad.
Antes de empezar con su historia, comentaremos, para evitar equívocos, que este Santet no debe de ser confundido con otro joven tocayo suyo de nombre Francesc Pla i Sanyas, muerto en 1918 a los 25 años, el cual fue enterrado en el cementerio de Sant Andreu del Palomar.
Al igual que Canals i Ambrós, Pla i Sanyas fue venerado como santo por quienes lo conocieron. Incluso casi un siglo después de su muerte, aún hay quienes recuerdan su nombre. Resulta curioso que, debido a la falta de documentación precisa o malentendidos, se ha confundido a ambos Francesc en algunas ocasiones, incluyendo algún reciente trabajo periodístico poco documentado o donde se toca de oído.
El personaje al que dedicamos este artículo nació en la céntrica plaza de la Llana, en una fecha indeterminada —se han dado varias— del año 1877. Proveniente de un hogar modesto, con una familia posiblemente al frente de una tienda de alfombras y con un padre probablemente ciego —un detalle aún rodeado de debate—, desde temprana edad mostró una inclinación, admirable y hoy día rara, hacia el altruismo.
No solo se dedicó a asistir a quienes lo rodeaban, conocidos o no, sino que además exhibió desde niño una peculiar capacidad para predecir acontecimientos, una habilidad que se intensificó con el tiempo. Con el paso de los años, se fueron potenciando sus visiones hasta el punto que actualmente no podemos asegurar a ciencia cierta cuáles fueron reales y cuáles invenciones bien intencionadas y leyendas posteriores de sus muchos admiradores, pero su legado como benefactor y vidente permanece indiscutible.
Con apenas 14 años, y para ayudar a su familia, Francesc empezó a trabajar en los, por aquel entonces, famosos almacenes El Siglo, los más antiguos de España, fundados el año 1881. Al poco tiempo de estar en aquella empresa, se había ganado la estimación y cariño de todos sus compañeros, sin que tan siquiera se tenga noticia de alguno que hablara mal de él —algo difícil en una gran empresa con muchos trabajadores, como era el caso—, pues a todos ayudaba, fueran jefes, compañeros o clientes, y jamás negó un favor a nadie.
No deja de ser de admirar que ayudara siempre a sus compañeros. Diferente hubiera sido en el caso de ayudar solo a sus jefes y superiores, ya que entonces podríamos hablar simplemente de despreciable peloteo, claro y raso, algo que existía antes, existe ahora y seguirá existiendo siempre.
Rápidamente, se hizo público que una parte del dinero que le correspondía a él y, tras dar la parte correspondiente a su familia, lo repartía entre la gente más necesitada, aunque no los conociera. Ya en aquellos años, se le empezó a conocer entre todos los que tenían contacto con él como el Santet.
A pesar de su bondad, eran bastantes las personas que veían con cierta preocupación —algunos con verdadero temor— que las extrañas premoniciones que Francesc tenía se convertían en realidad al poco tiempo. Además, se dio el curioso caso de que incluso tras su fallecimiento, se fueron cumpliendo algunas de sus premoniciones, siendo posiblemente la más famosa y que se popularizó el pavoroso incendio que arrasó casi totalmente los almacenes El Siglo —25 de diciembre de 1932—, más de tres décadas después de su prematura muerte, y que Francesc en vida ya había predicho. Parece ser que dicho incendio se debió a una imprudencia con un juguete eléctrico —posiblemente un tren— que empezó a quemar en uno de sus grandes aparadores.
Una de las premoniciones más impactantes fue la anticipación de su propio fallecimiento, anunciado por él mismo antes de suceder el 27 de julio de 1899, muy probablemente debido a tuberculosis, en contradicción con la teoría de un incendio sugerida por algunos. Su sepultura se encuentra en el cementerio del Poble Nou, también conocido como De Levante, uno de los camposantos más antiguos de Barcelona, establecido en 1775 por el carismático y emprendedor obispo valenciano Josep Climent i Avinent.
Este espacio fue creado en respuesta a una orden real que instaba a situar los cementerios fuera de las urbes para mejorar las condiciones sanitarias. El diseño actual, obra del arquitecto italiano Antonio Ginesi, se erige sobre un sitio anteriormente profanado por las tropas napoleónicas en 1813 y fue consagrado de nuevo en 1819 por el obispo Sitjar.
Al poco de ser enterrado, algunas compañeras de trabajo que lo conocieron y trataron personalmente cogieron por costumbre visitar su tumba tras casarse y ofrecer el ramo de flores nupcial al difunto. En algún momento, imposible de precisar en la actualidad, alguien aseguró que había pedido al difunto un favor y este, desde el Más Allá —en su caso sin duda el Cielo, según muchos— se lo había concedido.
Aquella creencia se extendió rápidamente entre los empleados de los almacenes El Siglo y, más tarde, el rumor se expandió de boca en boca por toda la ciudad y poblaciones vecinas. Como consecuencia, grandes cantidades de gente de toda clase social acudían a la tumba a poner flores, dejar alguna pequeña ofrenda —normalmente figurillas religiosas, peticiones por escrito o estampas— y pedir fervorosamente algunos favores.
Según la tradición popular, muchos de aquellos favores eran realmente concedidos por el Santet e incluso se realizaron algunos verdaderos milagros —normalmente curaciones sin explicación alguna, principalmente de niños o bebés—, aunque según sepamos no se guarda prueba documental y fiable alguna. Siempre se debía de rezar cerca de la tumba y pedirlo directamente al Santet, el cual se suponía que desde el Cielo escuchaba siempre, amable, bondadoso y sonriente, las peticiones. Es todavía recordada por los más mayores de sus fieles, la invocación que hizo una pobre mujer al ver que su nieto iba a ser atropellado por un vehículo que avanzaba muy rápido hacia él y, al invocar instintivamente al benéfico Francesc, su nieto salvó la vida, casi milagrosamente.
Con el fuerte auge del espiritismo —del que ya hablamos en otro artículo anterior—, hace años, el investigador barcelonés Julio Roca Muntanyola, uno de los pioneros en la investigación paranormal en nuestro país, comentó en un congreso celebrado en Nuria que algunos grupos de espiritistas barceloneses realizaron diversas sesiones espiritistas junto a la tumba y que incluso algunas personas habían asegurado que la imagen gentil y siempre bondadosa de Francesc se podía observar en ocasiones entre las lápidas cercanas.
Fuera como fuera, la fama “milagrera” del Santet creció día a día hasta muy entrada la segunda mitad del siglo XX. Aún hoy, más de un siglo después de su fallecimiento, bastantes personas, generalmente mayores, aunque parece ser que las hay de todas las edades, acuden a rezar, a implorar favores o sencillamente a dejar algunas flores, estampas, peticiones, figurillas junto a la tumba de alguien que, además de unas innegables facultades parapsicológicas —clarividencia y premonición—, fue una persona realmente BUENA, por lo cual mucha de la gente que lo conoció lo consideró un verdadero “santo”, aunque la Iglesia siempre haya ignorado su existencia.
Varios nichos expresamente habilitados para recoger las ofrendas que aún hoy le hacen los visitantes al cementerio nos demuestran la fe que alguna gente sigue teniendo en el Santet. Una visita al antiguo cementerio de Poble Nou, además de ser un interesante paseo por la arquitectura funeraria de Barcelona, de indudable interés cultural y artístico, merece una parada obligatoria ante la tumba donde reposan los restos de una persona muy joven que fue considerada “santo” en vida y “milagrero” tras su muerte.
Vivimos tiempos materialistas y, en ocasiones, deshumanizados. A diario observamos cómo muchos jóvenes son incapaces de ayudar o ceder su asiento a personas mayores o a mujeres embarazadas, ya sea debido a falta de educación y civismo o a estar pegados como autómatas al móvil. En otras ocasiones, vemos (y sufrimos) cómo se comportan como verdaderos vándalos, destruyendo el mobiliario urbano o no respetando a la gente mayor.
Supongo que precisamente por todo esto, por los nuevos tiempos que nos ha tocado vivir, algunos comprendemos más que nunca que el joven Santet, que desde sus primeros y más tiernos años ayudó a todos los que lo necesitaban, merece ser recordado como un verdadero santo —llevado o no a los altares—, pues olvidarlo sería tanto triste como injusto.
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