Lluís Llach hablando en un micrófono con una estelada en el fondo.
OPINIÓN

Apuntes para una Diada desafinada

Los catalanes pasarán a la historia por haber convertido la celebración de su identidad colectiva en una performance

Llega el once de septiembre y rebrotan tímidamente las antiguas locuras, que tanto nos entretuvieron en el pasado. Volverán las mochilas del Decathlon y los bailecitos, volverán los cantautores y Joel Joan, volverán las ofrendas florales abucheadas y los editoriales biliosos de Vicent Partal, anunciando hitos históricos.

Los catalanes, esto nadie podrá negarlo, pasarán a la historia por haber convertido la celebración de su identidad colectiva en una performance manicomial periódica: la desunión más cainita y amarga en el día de la unidad.

Una persona sostiene un banderín en la manifestación convocada por la ANC con motivo de la Diada, Día de Catalunya, a 11 de septiembre de 2022, en Barcelona

La Diada fue convertida por la ANC primigenia (“president, posi les urnes”) en un nuevo tipo de revolución postmoderna, consistente en derrotar a un Estado secular soltando globos de colores y haciendo bailar a las tietes. La cosa, incomprensiblemente, acabó en el más ridículo de los fracasos y la inenarrable autodestrucción, una generación entera de políticos —la mayoría de los cuales, como zombis despistados—, aún pululan por las instituciones sin saber que llevan tiempo muertos.

La ANC actual solo responde a la pasión que parece sentir Lluís Llach por ir dando charlas en los ateneos. En la época del añorado Quim Torra, se recorrió de arriba a abajo el país con su Fórum para el Debate Constituyente, haciendo creer a las señoras mayores que alguien, en algún sitio, iba a redactar una constitución. Docenas de encuentros y conferencias, a cuál más estúpida.

Ahora, por fin al mando del movimiento, sigue apareciendo en teatros municipales y casinos de pueblo, diciendo cosas como “ellos nos temen cuando volvemos a las calles” (cita literal del último viernes); este tipo de desconexión con la realidad, fuera del Principado, suele estar reservada a los consumidores de alucinógenos, a los sonámbulos y a la familia Biden, pero en nuestra querida y odiada Cataluña puede catapultarle a uno a las más altas instancias de la agit-prop dominguera.

Será gracioso ver a los hooligans de Junts pel Cash, que invistieron a un presidente socialista, insultar a gritos a los de Esquerra Republicana del Califato por haber investido a un presidente socialista. Será entrañable ver a los de la CUP gruñir en un rincón y tirar piedras al cielo, o a los Comunes ondear banderas palestinas y banderas gays, o a Toni Comín dando lecciones de decencia democrática.

Es de suponer que la pequeña tribu orriolista se llevará lo peor, ya que la nueva identidad catalana (con eco-perspectiva de género transversal y sostenible) consiste en dejarse acuchillar por hordas de africanos enloquecidos en parques y jardines, en calles y plazas, en domicilios y comercios. Al President Illa habrá que insultarle, también, pero tendrán que explicarnos muy bien por qué, dado que tanto en Madrid como en la plaza de San Jaime el procesismo se ha rendido a los pies del PSOE con la mayor de las docilidades. 

Luego quedarán los restos del naufragio: Graupera y Ponsatí, con sus dos docenas de votantes, Eudald Pujol vigilando que no le siga “un señor con patinete”, Carme Forcadell tuiteando sobre las Olimpiadas, Bernat Dedéu matándose a gin-tonics con Mahler de fondo, Antonio Baños matándose a gin-tonics con porno japonés de fondo, Pep Guardiola haciendo vídeos sobre democracia pagados por teocracias asesinas.

Mientras tanto, la delincuencia cuchillera controla los barrios, la educación se mueve al nivel de los Teletubbies y la sanidad y la vivienda colapsan. Pero esas cosas solo importan a los muy fascistas.

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