Una persona con camiseta amarilla y pantalones grises está de pie frente a una puerta de hierro entre dos pilares de piedra en un entorno arbolado.
POLÍTICA

Un trabajador relata lo que el sistema no quiere que sepas de los centros de 'menas'

Explica la dura realidad de estos centros y se lamenta de la situación en la que quedan las localidades que los acogen

Un trabajador vinculado a centros de menores no acompañados (menas) ha compartido a través de redes sociales una crónica de su experiencia profesional. Según ha explicado, la situación en estos centros es bastante preocupante y responde a un cúmulo de circunstancias que la ciudadanía no conoce y los medios no difunden.

Instalaciones deficientes, trabajadores que no dan para más, masificación de los centros, aumento evidente de la inseguridad, devaluación de los barrios, etc. Las causas y los efectos de esta situación son muy diversos y, en su mayoría, negativos. Lo que parece claro es que la crónica que hace este profesional contradice el relato de que la integración y asistencia de los menores es modélica.

Centros saturados y personal desbordado

Evitando hacer un dibujo simplista del problema, este profesional explica que se ha esforzado por hacer un relato “lo más aséptico posible” de esta realidad. Aunque dice no trabajar dentro del centro, sí conoce la situación por lo que le explican los trabajadores y por las ocasiones en las que ha tenido que “intervenir”.

De entrada, una de las causas para que los centros que acogen a los menas sean caóticos es que “están masificados, doblando e incluso triplicando su capacidad”. Esto obedece a la presión migratoria que hay sobre España, que provoca un notable aumento en la llegada de menas.

Los primeros que sufren la masificación de los centros son los trabajadores. “Desde el punto de vista del personal”, explica, “los trabajadores están desbordados, son pocos y cada día más hastiados de tener que lidiar con los problemas diarios de estos centros”. Por otra parte, el deficiente estado de las instalaciones no ayuda a mejorar la situación.

Aunque el plato fuerte de su crónica está en el aumento “innegable” de la inseguridad que provocan estos centros. “La sensación de seguridad es evidente”, dice.

Robos, peleas y vecinos con miedo

Antes de explicar los problemas de seguridad, este trabajador remarca un hecho que en ocasiones se pasa por alto. Y es que los menas han vivido una serie de experiencias que les hacen mucho más duros que los jóvenes españoles y, en general, que la población española.  “Se han tenido que buscar la vida pasando miserias con edades en las que los niños de aquí lo peor que han visto es cuando pierden en el FIFA o cuando les bloquean en el Instagram. Por tanto, son niños sí, pero no son niños “normales””.

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Constatado esto, el trabajador empieza por señalar lo que para él es una evidencia: “es innegable que la existencia de estos centros y de este tipo de menores hace que crezca la delincuencia en las zonas cercanas al centro”. Explica que los robos y los hurtos están a la orden del día, que se roba también en vehículos y que preocupan especialmente las reyertas que provocan con otros grupos conflictivos.

Por otra parte, no idealiza a estos menores, que en muchas ocasiones presentan actitudes y comportamientos muy conflictivos. El trabajador habla, por ejemplo, de parques que quedan muy sucios, de consumo de estupefacientes y de violencia. “Inundaciones, incendios, peleas, amenazas... Quién trabaja allí sabe de qué hablo”.

Esta situación provoca el miedo de los vecinos, que asisten con impotencia a este problema. “Algún vecino nos comentó que ya no dejaba a su hija ir y volver sola del instituto, porque el robo de móviles estaba a la orden del día, y hacían turnos para recoger a los grupillos de chavales del instituto o el fútbol”.

Toda esta situación deja un panorama bastante desolador: vecinos que se toman la justicia por su mano, menores descontrolados, comercios que no funcionan, uso constante de servicios públicos, agresiones al personal de los centros, etc. El trabajador no es muy optimista y no se lanza a ofrecer soluciones sencillas. “Ojalá mi experiencia con ellos fuera diferente, pero es la que es”, dice con tono amargo.

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