
Paren las rotativas: los datos confirman el declive de la prensa tradicional
La decadencia de la prensa tiene una explicación muy sencilla, y es que no es un negocio rentable
Si a alguien le sentó mal la digitalización del mundo fue al poder mediático. Con la fragmentación radical de la información, el poder mediático tradicional se ha convertido en un subpoder. En concreto, en un altavoz de grupos de interés, que bien pueden ser partidos, empresas o gobiernos. Como siempre, la razón de este cambio es muy prosaica y vulgar: y es que la prensa tal y como la conocíamos no es rentable.
Con un modelo de negocio agotado y una audiencia que envejece sin reemplazo generacional, los medios tradicionales sobreviven gracias a las subvenciones. En este sentido, basta quedarse en Cataluña para comprobar hasta qué punto una prensa subvencionada puede promocionar una burbuja social y política.
Esta situación convierte a la prensa en lo opuesto de lo que debería ser: no un contrapoder, sino un engranaje más del sistema político. Su decadencia no es más que otra de las caras del gran tránsito social, político y cultural que se vive en Occidente.

Paren las rotativas (literalmente)
Los últimos datos del Observatorio de Prensa Diaria son concluyentes. En 2024, la difusión media diaria de periódicos impresos fue de 764.000 ejemplares, una cifra inferior a la que sumaban solo El País y El Mundo hace dos décadas. En comparación con los 4,3 millones de copias diarias de 2004, el retroceso es abismal: un desplome del 82% en apenas veinte años. Y si se compara con 2014, cuando aún se distribuían 2,7 millones, la caída sigue siendo del 71%.
Lo significativo no es solo la magnitud de la pérdida, sino su persistencia: en 2024 la prensa impresa perdió otro 7,4% respecto a 2023. Por tipo de publicación, los diarios de información general bajaron un 7%, los deportivos un 9%, y los económicos un 8%. Ninguna categoría se salva.
Los cinco grandes grupos editoriales —Vocento, Prensa Ibérica, Prisa, Unidad Editorial y Godó— continúan reduciendo su alcance: Prisa, por ejemplo, apenas distribuye 92.000 ejemplares al día, cuando en 2004 su buque insignia, El País, rozaba los 470.000. Hoy apenas alcanza los 50.000. Esto explica que la acción del Grupo Prisa lleve años valiendo cincuenta céntimos.
El caso de El Mundo es aún más dramático: ha pasado de 308.000 ejemplares a 32.000. Lo mismo con ABC, que en veinte años ha pasado de 276.000 a 34.200. El diario 20 Minutos lidera ahora la difusión con apenas 52.500 copias. Es decir, cualquier figura de YouTube o Twitter con un mínimo impacto social tiene más seguidores que ejemplares vendidos la prensa.

Precariedad y pérdidas millonarias
Esta debacle comercial tiene consecuencias inevitables. Las redacciones se han reducido, las ediciones impresas son cada vez más delgadas y las plantillas periodísticas viven bajo la sombra de los recortes. Pero más grave aún es que los números rojos se han vuelto la norma.
Vocento, editor de ABC, perdió 27 millones de euros en el primer ejercicio de 2024. Prisa acumuló 37,3 millones en pérdidas en solo dos trimestres. Su valor bursátil se ha desplomado un 99,91% desde su salida a bolsa en el año 2000. La prensa escrita no solo ha dejado de ser negocio: es un agujero negro financiero que ya solo se mantiene en pie gracias a la financiación externa. Y esa financiación no es neutral.
El precio de la sumisión
Con las ventas colapsadas y la rentabilidad desaparecida, los grandes medios sobreviven por dos vías: la publicidad institucional y las subvenciones públicas directas. En 2024, el Gobierno aprobó 65 millones de euros en ayudas a los medios como parte de un plan para la "regeneración democrática". A esta cifra hay que sumar las subvenciones autonómicas, como los 13,8 millones otorgados por la Generalitat de Cataluña a medios de su territorio.
El resultado no es tanto una prensa al servicio directo de los gobiernos, sino algo más profundo: una prensa subordinada a la lógica del sistema político. En lugar de marcar la agenda, los medios la reproducen. Incluso cuando aparentan ser críticos, rara vez rompen con los consensos estructurales.
En este contexto, la función fiscalizadora del periodismo desaparece. La necesidad de asegurar ingresos convierte a los grandes medios en actores dóciles que difícilmente incomodan a quien los financia. Así, el viejo ideal de la prensa como "cuarto poder" ha quedado sustituido por una realidad mucho más prosaica: la prensa como aparato ideológico dependiente.

La fotografía, en definitiva, es clara: los medios tradicionales no atraen a nuevos lectores, no generan beneficios, y ya no cumplen su función social. Son medios del pasado atrapados en el presente, mantenidos con respiración asistida por un sistema político que ha sabido adaptarlos a sus necesidades. De hecho, una de las claves de la estabilidad de la legislatura de Sánchez es su control de los tempos mediáticos.
En un panorama dominado por las redes sociales, los algoritmos y la fragmentación informativa, la prensa impresa se descompone sin capacidad de regeneración viable. Sus lectores envejecen, sus cabeceras se encogen y su influencia real se ha evaporado. Lo que queda es una cáscara vacía que todavía lleva el nombre de “periodismo”.
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