La lección que debe aprender el PNV tras su amarga victoria
Los nacionalistas vascos han jugado con fuego tras querer jugar a algo que nunca han sido
Diez escaños separaban al Partido Nacionalista Vasco y Bildu desde las elecciones de 2020. Hubo 100.000 votos de diferencia entonces entre las dos formaciones, en unos comicios marcados por la pandemia y la baja participación.
En las de este domingo, el 62% de los vascos han ido a votar, recuperando registros habituales y dejando al PNV a menos de 30.000 votos de diferencia con Bildu. Algo ha cambiado en estos cuatro años: el voto joven se ha decantado por los abertzales y el PNV ya no se ve como un partido central y centrista.
Culpa de esto la tiene la formación de Imanol Pradales, que desde 2018 juega a ser muleta del PSOE y Podemos. Los nacionalistas vascos se han dejado arrastrar por la polarización y la aparición de Vox y han olvidado su espíritu pactista y su capacidad para hacer política más allá de los frentes.
Hasta hace poco el PNV era sinónimo de cordura, ejemplo de una política de sentido común y de fiar. Un partido de los de antes, que funciona a la perfección y con jerarquía. Parece que algo queda, porque ha sabido frenar el descalabro y acabar como primero en una noche electoral extraña.
Imanol Pradales será lehendakari y pocos se acordarán de la aritmética parlamentaria. Si el PNV y el PSE reeditan su acuerdo, tendrán mayoría absoluta. Sin embargo, los nacionalistas vascos deberían aprender una lección: no siempre podrán empatar con Bildu si siguen empeñados en parecerse a ellos.
La lección que debe aprender el PNV y también Junts
Es algo que a Junts le ha costado algunos años entender. Hasta hace nada coparon su lista de independientes que habían estado a la órbita de ERC hace más de una década. Olvidaron la ideología y, espantados por Junqueras, copiaron su estilo, su dialéctica. Junts per Catalunya lleva dos años sin tocar poder.
En los últimos años, hemos visto al PNV negarse a sentarse con Feijóo, pactando con Yolanda Díaz y haciendo movimientos erráticos. Se comieron el relato de Bildu y cayeron de cuatro patas. Y, claro, si copias a alguien, la gente acaba votando al original.
Sucedió en cierto modo entre 2017 y 2021 en Cataluña, con Esquerra empatando con Junts y ganándolo después. Y ha ido pasando en el País Vasco, con Bildu al alza y el PNV olvidando el centro y siendo una muleta más de Pedro Sánchez, al puro estilo de Otegi.
Imanol Pradales ha salvado los muebles, en parte porque durante la campaña entendió que debía modular su discurso hacia lo conservador. Una cosa es rejuvenecerse y la otra comprar el marco de los otros, porque entonces estás perdido.
Todos los estudios señalan que la gente joven es más conservadora que sus padres, por antítesis a lo que ahora es sistema. Haría bien el PNV -y también Junts, por extensión- en entenderlo, porque parecer moderno, conectar con los nuevos votantes no es nunca copiar a tu adversario.
Hay que decir que Junts cuenta con un valor añadido: en Cataluña ya hemos visto gobernar a ERC y su gestión de las crisis que ellos mismos han generado. Más allá de eso, es importante que la lección de estas elecciones vascas no pase desapercibida. Querer ser tu adversario de izquierdas es legitimarlo y regalarle su espacio.
Por suerte para el PNV, tiene cuatro años para corregirlo. Por suerte para Junts, Pere Aragonès es su rival dentro el procesismo.
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