Junts, obligados a preparar la era post-Puigdemont
El partido del expresident debe afrontar la cruda realidad que le espera a la formación en los próximos años
“Hemos troleado a España”, “la prensa internacional habla de nosotros”, “hemos eclipsado la investidura de Illa”... el puigdemontismo se felicitaba el pasado jueves tras el show de Carles Puigdemont en Barcelona. Los afines al expresident celebraban un triunfo que el resto de mortales no acabábamos de ver qué utilidad política tenía.
Tampoco sería la primera vez que el puigdemontismo ve victorias dónde nadie más las ve. Pero en esta ocasión, su desconexión con la realidad ha durado bien poco. Unos días después de su espectáculo y su aparente “triunfo”, en Junts ya se ven obligados a afrontar la cruda realidad que les espera.
El día de gloria de Carles Puigdemont finalizó. Decidió incumplir su última promesa y no se presentó a la sesión de investidura de Salvador Illa, prefiriendo volver a fugarse a Waterloo. Las risas, aplausos y felicitaciones que vimos el jueves y los días posteriores por parte de sus palmeros en el partido y en los medios de comunicación se han ido traduciendo en silencio o en ira hacia ERC.
El puigdemontismo vive ahora su particular golpe de realidad. Y esta realidad refleja una dura situación para Puigdemont y el espacio político (y mediático) que representa. Más allá del espectáculo del jueves, lo único cierto es que Salvador Illa es el nuevo president de la Generalitat, Junts está condenado a la oposición en Cataluña y las únicas instituciones mínimamente importantes que controlan es la Diputación de Gerona y el Ayuntamiento de Sant Cugat.
La apuesta del ‘todo o nada’ que jugó Puigdemont salió cruz. Y ni todas las performance que pueda organizar su líder podrán tapar o cambiar esta dura realidad que tiene que afrontar el partido. Especialmente complicada es su situación en el Parlament.
“Tiene poco sentido que yo me dedique a hacer de jefe de la oposición”, dijo Puigdemont el mismo día que anunciaba que dejaría la política activa si no era investido president. Si Puigdemont hubiera sido detenido, todavía habría tenido la opción de jugar (otra vez) la carta del victimismo al menos unos meses más. Pero ya de nuevo en Waterloo, lo único que hace es condenar a su partido a preparar la era post-Puigdemont.
La legislatura seguirá su curso y él estará en Bélgica. Y, si algún día acaba volviendo porque el Constitucional impone su amnistía, seguirá sin tener sentido que ejerza sus derechos como diputado raso en la oposición en el Parlament. Todo un “president legítim” (sic) haciendo de oposición sería realmente raro de ver. Y más, con alguien con el ego desmesurado como es Carles Puigdemont.
Así pues, mientras él está en Waterloo, el partido deberá afrontar la acción política en la cámara catalana como la primera fuerza de la oposición. Con Josep Rull de presidente del Parlament y Jordi Turull inhabilitado, lo más lógico es que el papel de cara visible de Junts en el Parlament recaiga en Albert Batet y/o Mònica Sales, que ya lo fueron en la anterior legislatura.
Sin embargo, nombres como Jaume Giró, Salvador Vergés, Jeannine Abella o Josep Rius pueden ser algunas de las voces cantantes de los juntaires en la cámara catalana. En cualquier caso, queda claro que el partido está obligado a gestionar la cruda realidad: que Puigdemont ni está ni se le espera y que otras caras del partido deberán hacer un paso al frente para ser la cara visible de la era post-Puigdemont de Junts, por lo menos, en el Parlament.
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